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NARRA EMERSON

—¡Mami, papi! —correteó mi pequeño cuando nos vio ingresar al departamento de Rosario y Ernest.

—¡Cuidado te puedes… —avisó Berenice a Dante cuando éste tropezó y si no fuera porque yo fui lo suficientemente rápido se habría ido de boca al suelo—… caer —terminó la frase mi ángel reprimiendo una carcajada.

—No puedes negar que es tu hijo, Berenice —comentó Ernest mirándonos graciosamente —. Heredó tus dos pies izquierdos.

Tomé a Dante en mis brazos y le di un beso en su mejilla—. ¿Estás bien, campeón?

—Si papi, estoy bien —respondió y Berenice se acercó para abrazarlo ligeramente.

Rosario salió del umbral de la cocina con la pequeña Mía en sus brazos. Nos saludó a cada uno y le entregó a su bebé a Berenice.

—Está creciendo rapidísimo —comentó fascinada mi ángel. La miré con ternura, ¿Qué otra imagen más tierna existía que la de mi Berenice con un bebé en brazos? La respuesta era fácil: ninguna.

Sentí un codazo en la parte baja de mi abdomen—. Tienes baba allí —se carcajeó
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