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Poco a poco comencé a movernos más rápido, aumentando el ritmo de las envestidas tomando las caderas de Berenice para hacer el trabajo más fácil. En todo el baño solo se escuchaban nuestros gemidos, el sonido de nuestros cuerpos chocar y el agua de la ducha caer. Las manos de Berenice jugaban con mi cabello, tironeándolos en más de una oportunidad haciendo que cerrara los ojos por tanto placer que mi cuerpo transitaba. Las paredes vaginales de Berenice comenzaron a apretarme en torno a ellas, haciéndome sentir exquisitamente apretado.

—Tan estrecha, tan caliente, tan mojada —dije como pude y de los labios de Berenice solo salían números gemidos seguido de mi nombre que hacía que mi pecho se hinchara de felicidad al saber que era yo el que le propinaba ese placer.

—Dios… Emerson no… aguanto más —musitó mi pequeña entre gemidos.

—Déjate ir —pedí con la voz extremadamente ronca, elevando la velocidad de las estocadas y llevando a mi boca su exquisito pezón derecho. El cuerpo de Bereni
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