CAPÍTULO 30. AMENAZAS

El hombre se dobló ante mi ataque, iba a continuar golpeándolo, cuando vi que la sangre comenzó a manarle de la herida y antes que mi otro golpe acertara en su humanidad escuché un grito de esa voz que me dejó congelada en el acto y con los ojos abiertos de par en par.

—¡Por Dios mujer! ¿Acaso has enloquecido? Me salvé de una bomba para que me mates a jarrazos —en ese momento la felicidad que me inundó fue indescriptible, lo vi alzando su rostro mientras la sangre le corría por un lado de la cara.

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