Miro fijamente el mar, sentado al otro lado del banco en el que me he acomodado sin darme cuenta de que estaba ocupado. Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas, y siento un profundo dolor en mi interior. Me siento perdido y abandonado, y nunca pensé que llegaría el día en el que me encontraría en este estado.
He enfrentado desafíos difíciles a lo largo de mi vida, pero esta angustia actual supera todo lo que he experimentado. Observo el mar a lo lejos, buscando respuestas en su inmensidad, y luego vuelvo a posar mis ojos en ella. Es hermosa, de una manera única y cautivadora. Hay un aire de misterio y desenfado que la rodea, y me siento inexplicablemente atraído hacia ella.
Sus ondas de pelo bailan con la brisa del mar, mientras el sol del atardecer ilumina su figura con tonos dorados. Es en este momento que decido hablarle, de abrirme y compartir mi dolor con ella. Quiero encontrar consuelo en su presencia, alguien que pueda entender y acompañarme en mi sufrimiento.
Respiro hondo, reuniendo el coraje necesario, y me acerco a ella con determinación. Es hora de dejar atrás mi propio dolor y buscar apoyo en alguien más. Tal vez juntos podamos encontrar un camino hacia la sanación y la esperanza, y superar las heridas que nos atormentan.
—¿Cómo te llamas? —pregunto, girándome hacia ella para poder mirar sus ojos.
—Evelin —contesta, mirándome fijamente. Sus ojos son increíblemente hermosos, pienso para mí mismo.
—Bonito nombre. Yo me llamo Gabriel —le digo, sin dejar de observarla. Realmente es una chica muy bella. ¿Qué hace una chica como ella sola, suspirando en un banco solitario?, me pregunto.
—Me gusta, también es un nombre bonito —me responde con una sonrisa, lo cual me llena de valor. —¿Vives aquí en la capital?
—Sí y no —respondo con más firmeza. —¿Y tú?
—Sí, vivo aquí. Unas cuadras más allá. Me gusta correr y terminar aquí, mirando el mar —me cuenta sin más. Pienso que ella es alguien que no ve maldad en los demás. Esa es la impresión que me da al decirme dónde vive con total confianza, sin una pizca de maldad en ella.
—Pues, yo he llegado aquí sin darme cuenta —respondo, tratando de imitar su sinceridad. —Manejé sin rumbo hasta que las lágrimas me hicieron detenerme, porque no veía el camino.
—Debe ser algo muy serio lo que te está pasando —opina, mirándome con atención.
—Sí, lo es para mí —afirmo, sintiendo cómo el recuerdo de lo que me sucede hace que suelte todo el aire de mis pulmones. Al mismo tiempo, la veo girarse hacia el mar y suspirar mientras dice:
—Todos tenemos problemas.
—¿Qué problemas puede tener una chica tan hermosa como tú? —le pregunto, porque realmente no creo que le esté pasando algo tan serio como a mí.
—Ja, ja, ja... No tienes que ser cortés. Sé que no soy hermosa —dice, sorprendiéndome.
¿Por qué habrá dicho una cosa así? Evelin es simplemente deslumbrante. Su presencia es imponente, con una estatura elegante y una figura que resalta su belleza natural. Su cabello negro, largo y ondulado cae en cascada sobre sus hombros, añadiendo un toque de misterio a su apariencia. Pero lo que realmente cautiva mi atención son sus ojos, profundos y expresivos, que parecen guardar secretos y emociones en cada mirada. Sus labios, suaves y de un tono rosado tentador, invitan a perderse en ellos. En resumen, Evelin es una mujer de una belleza indiscutible, que deja una huella imborrable en mi mente desde el momento en que la vi.
— ¿Por qué dices eso? ¡Si lo eres, créeme! —le digo seriamente, convencido de lo que estoy diciendo.
Ella se queda mirándome fijamente por un momento y luego decide cambiar de tema.
— Está bien, mejor lo dejamos —dice con suavidad. — Pero ahora dime, ¿qué es lo que te hace llorar así?
Guardo silencio por un instante, sin apartar la mirada de sus ojos hermosos y sinceros que me observan con atención. Aunque somos desconocidos y puede que nunca volvamos a cruzarnos, siento la necesidad de desahogarme y compartir mi pesar con ella. Así que decido abrirme por completo y contarle todo, en la esperanza de encontrar un poco de alivio.
—El testamento de mi padre —confieso con voz entrecortada.
—¿El testamento de tu padre? —pregunta intrigada, esperando una explicación.
—Sí, hace dos meses que falleció —digo, sintiendo un nudo en mi garganta. Aún no puedo creer que se haya ido, dejándome solo en este vasto mundo.
—Lo siento mucho —susurra, transmitiendo su compasión.
—Gracias. Pero lo que no entiendo es por qué lo hizo —sigo hablando, casi más para mí mismo que para ella, mientras ella me escucha atentamente. — Él nunca fue así. No puedo comprender por qué dejó esa cláusula en su testamento, siendo yo su único hijo.
—No estoy entendiendo del todo.
—En resumen, si no me caso en una semana, perderé toda mi herencia. Y lo peor es que no tengo ni siquiera una novia, porque ella me dejó plantado en el altar hace tres meses.
—Vaya amigo, y yo que creí que mi vida era una tragedia. Pero la tuya parece sacada de una obra de Shakespeare.
No puedo creer que haya dicho eso, pero en lugar de ofenderme, su comentario me hace reír. Después de tantos días sumido en la tristeza, reírme me hace sentir un alivio instantáneo. No puedo contenerme y estallo en una risa sincera y liberadora, dejando atrás por un momento mis preocupaciones y permitiendo que la alegría se apodere de mí.
—Ja, ja, ja, ja, tienes sentido del humor. Sí, tienes razón, y eso que apenas conoces mi vida.
—Es cierto, no la conozco del todo.
—¿Cuál es tu tragedia? —le pregunto, dejando de reír y mostrando interés.
—Pues, tiene que ver con mi padre —me responde, dejándome intrigado.
—¿Tu padre? —pregunto, queriendo que continúe.
—No él en sí, sino su deseo de que tenga un novio.
—Eso no suena muy normal —comento, frunciendo el ceño.
—Sí, lo sé. Pero no conoces a mi padre. El problema es que soy yo quien no quiere tener un novio.
—¿Por qué? ¿Tuviste una mala experiencia? —le pregunto, notando las señales en su rostro.
—¿Cómo lo sabes? —se sorprende.
—Tienes todas las señales de ello. Pero explícaselo a tu padre. Dile que necesitas tiempo para ti misma, para descubrir lo que realmente quieres en la vida.
—Ja, ja, ja, ja… —ríe y su risa me parece la más hermosa de las melodía haciendo que me quede observándola en lo que continúa hablando— se ve que no conoces a mi padre, de veras. No se va a rendir.
—No creo que sea así, es la primera vez que escucho que un padre le exige a su hija que tenga novio —digo intrigado de que su papá haga eso—. Por lo general, ellos se oponen a que las hijas tengan pareja.
Evelin se queda mirándome, su expresión indecisa mientras parece reflexionar sobre si debe seguir contándome o no. Finalmente, voltea su cabeza hacia el mar y luego vuelve a mirarme, decidida a continuar.
—El problema es que, desde que tuve esa mala experiencia, no he vuelto a tener una relación —me confiesa con sinceridad.
—¿Cuándo fue eso? —pregunto intrigado, esperando una respuesta que encaje con mi suposición de que fue algo reciente y banal, quizás hace unos meses o un año. Sin embargo, me sorprendo al escucharla decir:
—Cuando tenía trece años.
—¡Trece años! —exclamo sorprendido, ya que aunque no es que sea una persona mayor, calculo que debe tener veintitantos años. Ahora entiendo por qué su padre está tan empeñado en que tenga novio. La miro pensando que tal vez me está tomando el pelo, pero ella sostiene mi mirada y asiente con la cabeza. Aun así, no puedo evitar preguntarle:
—¿En serio? ¿No me estás gastando una broma?
—No, desgraciadamente fue muy traumático para mí —confiesa, y sin dejar de mirarme, se ruboriza, lo cual me deja completamente embobado—. No he vuelto a atreverme.
—Ahora, estoy completamente de acuerdo con tu papá —digo muy serio, dejando claro mi apoyo a su padre.
—¡Oye, que acabamos de conocernos! —exclama riendo. Pero luego su expresión se vuelve seria y me pregunta—. Pero, no se trata de mí. ¿Qué piensas hacer ahora?
—No lo sé, no tengo a nadie que me pueda ayudar —respondo, volviendo a caer en la triste realidad que me rodea.
Estoy verdaderamente perdido. Miro hacia el mar, viendo cómo el sol se pierde en el horizonte y la oscuridad comienza a invadirlo todo, incluyendo mi alma. El estado de ánimo que había logrado levantar durante unos minutos al conversar con Evelin se desvanece por completo. Me siento miserable, perdido, solo y abandonado, sin nadie a quien recurrir en este momento de desesperación.
Cada pensamiento me lleva de regreso a mi problema, y la carga emocional que conlleva se hace cada vez más pesada. Recuerdo los momentos dolorosos, las heridas abiertas y la sensación de haber perdido algo irreemplazable.
La tristeza me envuelve como un manto oscuro, y siento cómo mi esperanza se desvanece lentamente. La sensación de soledad se vuelve abrumadora, y me doy cuenta de que no tengo a nadie a quien acudir en busca de consuelo o apoyo.
En un suspiro profundo, libero toda mi angustia acumulada. Siento cómo el peso de mis problemas y frustraciones se hace más evidente, como si me estuviera ahogando en un mar de tristeza. En este momento, me siento vulnerable y desamparado, sin una solución clara a la vista.
Evelin al parecer se da cuenta y se acerca un poco al tiempo que me pregunta casi en un susurro.
—¿Seguro, tienes que casarte en una semana?
—Sí, si no lo hago, todo irá a manos de los accionistas de mi padre.
—Pero eso es absurdo. ¿Te llevabas tan mal con tu padre?
Me quedo mirando a Gabriel, esperando su respuesta a mi pregunta. Veo cómo su cabeza se mueve negativamente, reflejando la confusión que siente. En sus ojos, puedo ver esa misma confusión que me inquieta.—¡No, éramos mejores amigos! —exclamo con frustración—. Eso es lo que hace que no entienda esta cláusula. ¿Cómo es posible que alguien que supuestamente me conoce tan bien como lo era mi papá, me pueda hacer algo así? Te juro que me rompo la cabeza pensando el motivo por el que tomó esa decisión absurda y no la encuentro. Lo miro con comprensión, sabiendo que esta situación debe ser difícil de aceptar para él. A mi me pasaría lo mismo si papá hiciera una cosa como esa. Mi padre es mi amigo, mi confidente, y sin importar lo que quiere hacerme hacer ahora, nunca pondría una cláusula como esa en su testamento obligándome a hacer algo. Por eso lo entiendo tan bien.—¿No será un complot? —sugiero, pensando en la posibilidad de que haya algo más detrás de todo esto.Gabriel asiente, y pu
En ese instante, mi mente se llena de miedos e inseguridades. En un segundo que parece eterno, me pregunto si he tomado la decisión correcta al aceptar la propuesta de Gabriel. ¿Realmente quiero ayudarlo en su problema hasta el punto de casarme con él? ¿O he sido arrastrada por la emoción del momento y el deseo de ayudar a los necesitados?Además, me debato internamente sobre si debo mentirle a mi padre o ser completamente honesta con él. Sé que si le digo la verdad, probablemente se decepcionará y se preocupará por mí. Por otro lado, temo las consecuencias de revelar la verdad. ¿Qué pasará si mi padre se opone rotundamente a esta decisión? ¿Podré convencerlo de que lo hago porque solo quiero ayudar a Gabriel? ¿O se dará cuenta de que en verdad lo que quiero es escapar de las citas a ciegas, sobre todo con el hijo de los Belmont?— ¡Papá! — Grito asustada, bajándome de los brazos de Gabriel.—¡¿Me puedes explicar, quien es este chico, y por qué están dando este espectáculo en medio
Después de ponernos de acuerdo en la historia que le diremos a papá. Caminamos juntos hasta el auto y subimos. Le indico la dirección de mi casa y mientras conducimos, Gabriel parece sorprendido al verla.—¿Son millonarios, Evelin? —pregunta, con curiosidad en su voz.—No, en realidad era la casa de mis abuelos —respondo, aclarando la situación. —Ellos eran los millonarios y desheredaron a papá, nosotros vivimos con el dinero de su trabajo.—Ah, entiendo. Bueno, respira hondo y enfrentemos al lobo —dice Gabriel, tratando de tranquilizarme.—Ja, ja, ja…, no le llames así a mi padre, es muy bueno —respondo, riendo un poco. Aunque en el fondo sé que mi padre puede ser intimidante, no quiero que Gabriel le tenga miedo.—¿Seguro? No me dio esa impresión —comenta Gabriel, con cierta duda en su voz. —Estaba realmente rojo de la furia cuando me vio cargándote.—Ja, ja, ja, confía en mí. No tienes nada que temer. Ven, vamos a bajar —digo, en lo que él estaciona el auto frente a mi casa. Sali
Después de que mi padre arreglara con nuestro abogado la boda, este inmediatamente concertó una cita para el día siguiente en el juzgado. Aunque ya estaba involucrada en todo este lío, mi interior no dejaba de estremecerse de miedo y susto por todo lo que estaba sucediendo. En primer lugar, me preocupaba casarme con un completo desconocido. La idea de unir mi vida a la de alguien que apenas conozco me llena de incertidumbre y temor. Además, el hecho de estar engañando a mi padre es lo que más me atormenta. Ese sentimiento de culpa me ha llevado incluso a sentir náuseas. Gabriel se fue anoche después de cenar y me hizo prometer que no me arrepentiría. Creo que ha pasado toda la noche fuera de casa, lo cual solo aumenta mi ansiedad y preocupación.De repente, mi padre me llama desde abajo, exigiéndome que me ponga el vestido que compró y que baje. Intento argumentar que no me gusta y que es muy ajustado, pero él insiste en que al menos esté presentable. El tiempo apremia, ya que de
Me despierto, por un enorme peso en mi barriga, miro y veo a Gabriel acostado a mi lado dormido, con su mano abrazándome. Huele a alcohol, está sin ropa. Me miro, y es cuando me doy cuenta, ¡que también estoy sin ropa! Un dolor en mi vientre, hace que me retuerza, me levanto, una mancha de sangre en la sábana, me deja sin habla. Le doy un fuerte golpe a Gabriel en su rostro, que hace que se siente en la cama asustado. Le grito llorando.— ¡¿Qué me hiciste Gabriel?! ¡¿Me violaste?! ¡¿Cómo pudiste hacerme eso?! ¡Te estoy ayudando! ¡Eres despreciable! —Grito aterrada por lo que ha sucedido, él me mira con la misma expresión que tengo y se defiende.—No, no Eve, no lo hice. ¡Fuiste tú, Evelin! —insiste él mientras se incorpora y trata de cubrirse, sin dejar de hablar, visiblemente asustado. —¡Yo no te toqué, Evelin, lo juro por Dios! ¡No lo hice! ¡No lo hice! Me mira directamente a los ojos, y puedo ver la sinceridad en su mirada. Pero mi confusión y miedo son mayores, ya que no tengo i
Me despierto en la cama, envuelta en una sobrecama. Mi cabeza gira sin control, como si estuviera en una montaña rusa interminable. La luz que se filtra por la ventana se convierte en un haz punzante que me hace entrecerrar los ojos, sintiendo un dolor agudo en mis sienes. Mi cuerpo se siente pesado y agotado, como si hubiera corrido una maratón sin descanso. Mi corazón late desbocado, como si quisiera escapar de mi pecho. Sudo profusamente, sintiendo cómo el líquido se desliza por mi frente y mi espalda.Intento levantarme de la cama, pero mis piernas tiemblan y me fallan. Cada movimiento es un esfuerzo sobrehumano, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible que me arrastra hacia abajo. Me siento débil y vulnerable, incapaz de controlar mi propio cuerpo.—¡Gabriel, Gabriel! —lo llamo, llena de miedo. Lo veo correr hacia mí con preocupación en su rostro.—¿Ya despertaste? ¿Cómo te sientes? —me pregunta, ansioso por saber cómo estoy.—Terrible, Gabriel. Mi corazón late desb
La situación me supera por completo. Al principio, ayudar a un desconocido casándome con Gabriel para que no perdiera su herencia y, de paso, evitar tener que ir a citas a ciegas, parecía una solución sencilla. Pero ahora, ese mismo desconocido se encuentra en la posición de tener que ayudarme a bañarme. Es una situación completamente inesperada y me siento abrumada por la vulnerabilidad y la dependencia que estoy experimentando. Intento recordar que estamos en esta situación juntos, que ambos estamos pasando por momentos difíciles y necesitamos apoyo mutuo. Aunque me sienta incómoda y desee que esto termine pronto, trato de recordar que Gabriel también está haciendo todo lo posible para ayudarme en mi estado debilitado. Respiro profundamente y trato de encontrar la fuerza para enfrentar esta situación de la mejor manera posible. A pesar de todas las complicaciones y los sentimientos encontrados, sé que tenemos que apoyarnos mutuamente para superar esta difícil situación. Pero esto
Sus palabras me sorprenden y me dejan desconcertada en medio de mi malestar. No puedo evitar preguntarme por qué Gabriel insiste en resaltar mi apariencia física en un momento tan complicado, más sabiendo que todo lo que me dice es mentira. Yo sé que no soy bella, sino todo lo contrario. Aunque sus palabras puedan ser un intento de consuelo o halago, en mi estado actual, me resulta difícil aceptarlos y comprender su intención.—¡Gaby, me estoy casi muriendo y me estás mirando mis tetas! —le grito realmente molesta.—¡No lo hago, pero estás desnuda, Evelyn! Soy hombre —se defiende Gabriel ante mi ataque.—Gabriel…, por favor, termina —le pido, suspirando mientras cierro los ojos, sintiéndome increíblemente débil—. Creo que me voy a desmayar.—Ya casi termino, déjame ayudarte a levantarte. Apóyate en mí, Eve. Eso es. Ya te sequé bien, ahora pondré tus bragas. ¿Cómo se pone esto, Eve? —pregunta señalando las toallas sanitarias.—Quítale ese papel y pégalo allí abajo.—¿Así, Eve?—Sí, así