Decidí mantenerme oculta y escuchar hasta el final la conversación entre ellos, necesitaba saber hasta qué punto había sido engañada. Con el corazón roto y la confianza hecha añicos, continué escuchando desde mi escondite.
— ¡No es por eso! ¡Ella es muy buena chica! —siguió alegando Miranda y casi estaba convencida de que en verdad era mi querida amiga. Pero lo que siguió hizo añicos mi corazón. — Pero no te voy a negar, que también me agrada que me miren más a mí que a ella, ji, ji, ji...
— ¡Lo sabía! —exclamó Rusell, sintiendo que no estaba solo en su farsa de engañarme. — Yo estoy con ella porque me interesa su dinero y que me haga los trabajos. Mis notas han subido mucho desde que ella las hace.
Me quedé petrificada. ¿Qué dinero? Si nosotros vivíamos con lo mínimo que se ganaba mi padre en su trabajo en el hospital, casi sin dormir por las horas extras para ganar lo suficiente para no pasar hambre y pagar el alquiler, mi educación y todo lo demás. ¿De dónde había sacado la idea de que éramos adinerados? Me preguntaba mientras escuchaba a Miranda rectificarlo.
— ¿De qué hablas? La familia de Evelin no es rica.
— ¿No? —preguntó Rusell, confundido e incrédulo. — ¿Y ese carro de último modelo que tiene su papá? ¡Es carísimo!
— No lo sé. Pero te puedo asegurar que no son ricos. Ella vive con su papá en un apartamento en las afueras y pasan muchas dificultades, soy testigo de eso —siguió hablando Miranda— muchas veces le he tenido que dar mis sobras del almuerzo porque ella no ha traído.
— ¿Estás segura de eso? —preguntó todavía incrédulo Rusell, con un deje de desilusión en su voz. — ¿Quieres decir que he hecho el ridículo con esa gorda por nada?
— ¡Ella no es gorda, Russell! —protestó Miranda, pero soltó una risa.
No podía creer lo que escuchaba. Finalmente tenía la respuesta a mi pregunta sobre por qué el capitán del equipo de fútbol, el chico más popular y deseado de la escuela por todas las chicas, se había fijado en mí, la insignificante chica con frenillos en los dientes y a quien todos veían como gorda y despreciaban. El motivo era el dichoso carro de mi papá.
—¡Si lo es! —argumentó Rusell— ese cuerpo de ella no me gusta para nada, y es baja, es fea, con esos espejuelos que usa, y los puentes en los dientes. Sin añadir, que parece que nunca se peina, siempre trae ese cabello alborotado, metiéndoseme por todas partes. Nunca he podido besarla, porque me da asco —terminó de escupir todo lo que realmente pensaba de mí, lo cual me hizo un gran daño.
Hasta ese momento, nunca antes nadie se había referido a mí de esa manera ni me había despreciado tan cruelmente por mi apariencia física. Sentía que me estaban destrozando mi autoestima, haciendo que me hundiera cada vez más en la desesperanza y la desilusión.
Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos mientras escuchaba esas palabras hirientes. Me sentía vulnerable y expuesta, como si todas mis inseguridades se hubieran confirmado de repente. ¿Era realmente tan fea como decían? ¿Era solo un objeto de burla y manipulación para aquellos que se suponía que me amaban?
Mi corazón se llenó de un profundo dolor y tristeza. Me sentía traicionada por aquellos en quienes confiaba, por aquellos que deberían haberme protegido y amado incondicionalmente. La imagen que tenía de mí misma se estaba desmoronando, y me costaba encontrar algo de valor en medio de tanta crueldad.
— ¡Rusell! ¡No seas tan malo! —seguía para mi asombro defendiéndome Miranda a su manera. — ¡Es verdad que es un poco rara, pero ella no da asco! ¡Tú eres quien me da asco!
— ¿Ahora te doy asco? ¡Cuando te revolcabas conmigo, aunque era el novio de tu mejor amiga, no lo sentías! —la espetó atrás dejándome anonadada por lo último que había dicho como si fuera la estocada final a mi sufrimiento. El dolor que sentí ante la traición de ambos fue abrumador, apenas podía respirar.
— ¡Suéltame, nunca más quiero volver a verte! —dice Miranda y se marcha, seguida por quien creía que era mi novio.
Salgo de mi escondite con el rostro empapado de lágrimas. Aunque en cierto sentido, Miranda ha sido mi mejor amiga desde que éramos niñas, no puedo ignorar el hecho de que se ha acostado con quien supuestamente es mi novio. Después de dos horas de llorar desconsoladamente, me dirijo a casa, donde mi padre ya estaba a punto de llamar a la policía debido a mi tardanza.
— ¿Qué te pasó, Eve? —grita corriendo hacia mí y al ver mi rostro descompuesto, me abraza contra su pecho— Ya estás en casa, hija mía. Ven, siéntate y cuéntame todo. Papá te ayudará.
Sí, ese es mi papá. El hombre más comprensivo cuando se lo propone. Me ha criado él solo desde que era muy pequeña. Mi madre desapareció cuando tenía dos años y nunca ha vuelto a aparecer. Papá nunca habla de ella y no tengo ni siquiera una foto suya. No tengo idea de quién pueda ser.
Le cuento todo lo que me ha sucedido en un torrente de lágrimas. Le explico lo que Miranda y mi supuesto novio me hicieron, cómo me traicionaron y cómo me siento destrozada. Al final, le hago una petición.
— Papá, ¿podemos irnos hoy mismo a otra ciudad donde nadie me conozca? No creo que pueda seguir asistiendo a esa escuela.
Mi padre me mira con ternura y comprensión en sus ojos. Sabe lo mucho que me duele todo esto y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para protegerme.
— Claro, hija mía. Si eso es lo que necesitas para sentirte segura y protegida, lo haremos. No tienes por qué enfrentarte a más dolor. Buscaremos un nuevo comienzo juntos en un lugar donde puedas ser tú misma y encontrar la felicidad.
Una sensación de alivio y esperanza comienza a inundarme mientras abrazo a mi padre con fuerza. Sé que no será fácil dejar atrás todo lo conocido, pero estoy lista para empezar de nuevo y construir una vida donde pueda ser valorada y amada por quienes realmente me importan.
—¿De verás nos mudaremos? —vuelvo a preguntar incrédula.
—Sí, eso haremos. Empieza a recoger, nos iremos hoy mismo. De todas formas, ya teníamos planes de mudarnos a la capital por mi trabajo. Estaba esperando a que terminaras el semestre, pero si quieres irte ahora, lo haremos hoy mismo.
—¿De verdad, papá? —repito abrazándolo con todas mis fuerzas. Adoro a mi padre, siempre compalciéndome y defendiéndome del mundo.
—Sí, hija. Ve a recoger tus cosas, yo me encargaré de llamar al camión de mudanzas.
Y así fue como dejamos atrás esa ciudad y nos mudamos a la capital. Nos instalamos en la mansión que pertenecía a mis abuelos, quienes eran los millonarios de la familia. Fue en esa casa donde descubrí que mi papá había heredado el auto que engañó a Rusell y que había sido el desencadenante de todas mis experiencias dolorosas.
A medida que me adentraba en la mansión, me encontraba rodeada de lujo y opulencia, pero también de recuerdos dolorosos. El auto, que ahora estaba estacionado en el garaje, se convirtió en un símbolo de traición y engaño para mí.
Fin de la retrospectiva.
Desde aquel fatídico momento en el que solo tenía trece años, las palabras de Rusell se han convertido en un eco constante en mi mente, atormentándome y haciéndome sentir cada vez más herida. A pesar de que ahora tengo veinticinco años, no he logrado superarlo por completo.
Es como si esas palabras se hubieran grabado a fuego en mi alma, alimentando mis inseguridades y minando mi autoestima. Me siento atrapada en un ciclo interminable de dudas y miedos, incapaz de liberarme de las garras del pasado.
Mi padre, en su afán de ayudarme, insiste en que debería tener un novio. Pero lo que él no entiende es que el mero pensamiento de abrirme a una relación romántica me aterra. Temo que alguien más pueda lastimarme de la misma manera, reforzando la idea de que no merezco amor ni felicidad.
A lo largo de los años, he intentado ignorar las palabras de Rusell, tratar de convencerme a mí misma de que no tienen importancia. Pero la verdad es que siguen afectándome profundamente. Me han convertido en mi peor enemiga, criticándome constantemente y recordándome mi supuesta falta de valor y belleza.
Sé que llegará el día en el que finalmente supere este pasado doloroso. Anhelo encontrar la valentía para enfrentar mis inseguridades arraigadas y aprender a amarme a mí misma. Deseo liberarme de las cadenas del pasado y encontrar la paz interior que tanto anhelo. Pero todavía no ha llegado ese momento, tampoco sé si llegará algún día.
Salí de casa para correr, disfrutando de la belleza de esta zona llena de árboles y parques. Mi lugar favorito es este, justo frente al mar, en la entrada del puerto. Observar las olas me relaja y me hace sentir bien.
Aquí estoy sentada, reflexionando sobre qué hacer, cuando siento que alguien se sienta a mi lado. Al principio, no le presté mucha atención. Sin embargo, escucho sollozos y decido girar mi cabeza para ver quién es. Es un chico, parece tener mi misma edad. Tiene un cuerpo atlético y aunque no es especialmente guapo, tampoco es feo. Su cabello negro cae desordenado sobre su frente.
Puedo ver cómo las lágrimas ruedan por sus mejillas y trata de ocultarlas cuando se da cuenta de que lo estoy mirando, pero no tiene éxito.
— Sí, lo sé —comienza a hablar dirigiéndose a mí—, es extraño ver a un hombre llorar.
— No he dicho nada y no me parece extraño —le respondo.
— Serás la única.
— ¿Puedo ayudarte en algo?
— Solo si aceptas casarte conmigo.
— ¿Qué? ¿Estás bromeando, verdad?
— Ojalá fuera una broma.
— ¿Qué quieres decir? ¿Quieres contarle a una extraña qué te sucede?
Me mira fijamente, seca sus lágrimas y una triste sonrisa aparece en sus labios. Toma aire dos veces, inflando su pecho, y se recuesta en el banco mientras mira hacia el horizonte en el mar.
Miro fijamente el mar, sentado al otro lado del banco en el que me he acomodado sin darme cuenta de que estaba ocupado. Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas, y siento un profundo dolor en mi interior. Me siento perdido y abandonado, y nunca pensé que llegaría el día en el que me encontraría en este estado. He enfrentado desafíos difíciles a lo largo de mi vida, pero esta angustia actual supera todo lo que he experimentado. Observo el mar a lo lejos, buscando respuestas en su inmensidad, y luego vuelvo a posar mis ojos en ella. Es hermosa, de una manera única y cautivadora. Hay un aire de misterio y desenfado que la rodea, y me siento inexplicablemente atraído hacia ella. Sus ondas de pelo bailan con la brisa del mar, mientras el sol del atardecer ilumina su figura con tonos dorados. Es en este momento que decido hablarle, de abrirme y compartir mi dolor con ella. Quiero encontrar consuelo en su presencia, alguien que pueda entender y acompañarme en mi sufrimiento. Respi
Me quedo mirando a Gabriel, esperando su respuesta a mi pregunta. Veo cómo su cabeza se mueve negativamente, reflejando la confusión que siente. En sus ojos, puedo ver esa misma confusión que me inquieta.—¡No, éramos mejores amigos! —exclamo con frustración—. Eso es lo que hace que no entienda esta cláusula. ¿Cómo es posible que alguien que supuestamente me conoce tan bien como lo era mi papá, me pueda hacer algo así? Te juro que me rompo la cabeza pensando el motivo por el que tomó esa decisión absurda y no la encuentro. Lo miro con comprensión, sabiendo que esta situación debe ser difícil de aceptar para él. A mi me pasaría lo mismo si papá hiciera una cosa como esa. Mi padre es mi amigo, mi confidente, y sin importar lo que quiere hacerme hacer ahora, nunca pondría una cláusula como esa en su testamento obligándome a hacer algo. Por eso lo entiendo tan bien.—¿No será un complot? —sugiero, pensando en la posibilidad de que haya algo más detrás de todo esto.Gabriel asiente, y pu
En ese instante, mi mente se llena de miedos e inseguridades. En un segundo que parece eterno, me pregunto si he tomado la decisión correcta al aceptar la propuesta de Gabriel. ¿Realmente quiero ayudarlo en su problema hasta el punto de casarme con él? ¿O he sido arrastrada por la emoción del momento y el deseo de ayudar a los necesitados?Además, me debato internamente sobre si debo mentirle a mi padre o ser completamente honesta con él. Sé que si le digo la verdad, probablemente se decepcionará y se preocupará por mí. Por otro lado, temo las consecuencias de revelar la verdad. ¿Qué pasará si mi padre se opone rotundamente a esta decisión? ¿Podré convencerlo de que lo hago porque solo quiero ayudar a Gabriel? ¿O se dará cuenta de que en verdad lo que quiero es escapar de las citas a ciegas, sobre todo con el hijo de los Belmont?— ¡Papá! — Grito asustada, bajándome de los brazos de Gabriel.—¡¿Me puedes explicar, quien es este chico, y por qué están dando este espectáculo en medio
Después de ponernos de acuerdo en la historia que le diremos a papá. Caminamos juntos hasta el auto y subimos. Le indico la dirección de mi casa y mientras conducimos, Gabriel parece sorprendido al verla.—¿Son millonarios, Evelin? —pregunta, con curiosidad en su voz.—No, en realidad era la casa de mis abuelos —respondo, aclarando la situación. —Ellos eran los millonarios y desheredaron a papá, nosotros vivimos con el dinero de su trabajo.—Ah, entiendo. Bueno, respira hondo y enfrentemos al lobo —dice Gabriel, tratando de tranquilizarme.—Ja, ja, ja…, no le llames así a mi padre, es muy bueno —respondo, riendo un poco. Aunque en el fondo sé que mi padre puede ser intimidante, no quiero que Gabriel le tenga miedo.—¿Seguro? No me dio esa impresión —comenta Gabriel, con cierta duda en su voz. —Estaba realmente rojo de la furia cuando me vio cargándote.—Ja, ja, ja, confía en mí. No tienes nada que temer. Ven, vamos a bajar —digo, en lo que él estaciona el auto frente a mi casa. Sali
Después de que mi padre arreglara con nuestro abogado la boda, este inmediatamente concertó una cita para el día siguiente en el juzgado. Aunque ya estaba involucrada en todo este lío, mi interior no dejaba de estremecerse de miedo y susto por todo lo que estaba sucediendo. En primer lugar, me preocupaba casarme con un completo desconocido. La idea de unir mi vida a la de alguien que apenas conozco me llena de incertidumbre y temor. Además, el hecho de estar engañando a mi padre es lo que más me atormenta. Ese sentimiento de culpa me ha llevado incluso a sentir náuseas. Gabriel se fue anoche después de cenar y me hizo prometer que no me arrepentiría. Creo que ha pasado toda la noche fuera de casa, lo cual solo aumenta mi ansiedad y preocupación.De repente, mi padre me llama desde abajo, exigiéndome que me ponga el vestido que compró y que baje. Intento argumentar que no me gusta y que es muy ajustado, pero él insiste en que al menos esté presentable. El tiempo apremia, ya que de
Me despierto, por un enorme peso en mi barriga, miro y veo a Gabriel acostado a mi lado dormido, con su mano abrazándome. Huele a alcohol, está sin ropa. Me miro, y es cuando me doy cuenta, ¡que también estoy sin ropa! Un dolor en mi vientre, hace que me retuerza, me levanto, una mancha de sangre en la sábana, me deja sin habla. Le doy un fuerte golpe a Gabriel en su rostro, que hace que se siente en la cama asustado. Le grito llorando.— ¡¿Qué me hiciste Gabriel?! ¡¿Me violaste?! ¡¿Cómo pudiste hacerme eso?! ¡Te estoy ayudando! ¡Eres despreciable! —Grito aterrada por lo que ha sucedido, él me mira con la misma expresión que tengo y se defiende.—No, no Eve, no lo hice. ¡Fuiste tú, Evelin! —insiste él mientras se incorpora y trata de cubrirse, sin dejar de hablar, visiblemente asustado. —¡Yo no te toqué, Evelin, lo juro por Dios! ¡No lo hice! ¡No lo hice! Me mira directamente a los ojos, y puedo ver la sinceridad en su mirada. Pero mi confusión y miedo son mayores, ya que no tengo i
Me despierto en la cama, envuelta en una sobrecama. Mi cabeza gira sin control, como si estuviera en una montaña rusa interminable. La luz que se filtra por la ventana se convierte en un haz punzante que me hace entrecerrar los ojos, sintiendo un dolor agudo en mis sienes. Mi cuerpo se siente pesado y agotado, como si hubiera corrido una maratón sin descanso. Mi corazón late desbocado, como si quisiera escapar de mi pecho. Sudo profusamente, sintiendo cómo el líquido se desliza por mi frente y mi espalda.Intento levantarme de la cama, pero mis piernas tiemblan y me fallan. Cada movimiento es un esfuerzo sobrehumano, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible que me arrastra hacia abajo. Me siento débil y vulnerable, incapaz de controlar mi propio cuerpo.—¡Gabriel, Gabriel! —lo llamo, llena de miedo. Lo veo correr hacia mí con preocupación en su rostro.—¿Ya despertaste? ¿Cómo te sientes? —me pregunta, ansioso por saber cómo estoy.—Terrible, Gabriel. Mi corazón late desb
La situación me supera por completo. Al principio, ayudar a un desconocido casándome con Gabriel para que no perdiera su herencia y, de paso, evitar tener que ir a citas a ciegas, parecía una solución sencilla. Pero ahora, ese mismo desconocido se encuentra en la posición de tener que ayudarme a bañarme. Es una situación completamente inesperada y me siento abrumada por la vulnerabilidad y la dependencia que estoy experimentando. Intento recordar que estamos en esta situación juntos, que ambos estamos pasando por momentos difíciles y necesitamos apoyo mutuo. Aunque me sienta incómoda y desee que esto termine pronto, trato de recordar que Gabriel también está haciendo todo lo posible para ayudarme en mi estado debilitado. Respiro profundamente y trato de encontrar la fuerza para enfrentar esta situación de la mejor manera posible. A pesar de todas las complicaciones y los sentimientos encontrados, sé que tenemos que apoyarnos mutuamente para superar esta difícil situación. Pero esto