capitulo 2

—¿Estás segura de que no deberías ir a la prueba?—le ofrezco, no porque me importe de una forma u otra. Solo lo digo porque sé cómo es cuando las cosas no salen como ella quiere. Termina descargando su frustración conmigo o con otra persona.

—No. —Ella hace un gesto de adiós con su mano—. Obviamente, estaré fuera todo el día.

Traducción, ella, la supuesta novia virgen, muy probablemente va a estar follando hasta perder el sentido con este tipo nuevo, hasta mañana por la mañana. El último tipo era uno de sus guardaespaldas. Raúl lo mató cuando se enteró de lo que estaba pasando. No quería que Felipe supiera que no conseguiría una virgen en su noche de bodas. Como si Felipe no fuera a descubrir eso por sí mismo, ni a saber cómo es su futura esposa.

Ese bastardo lo sabe y es tan repugnante como Ariana.

—También necesitaré que lustres mis zapatos cuando hayas terminado—agrega ella.

Arrugo la frente.

—Lo hice esta mañana.

Ella pone las manos en sus caderas.

—Claramente, no los has pulido correctamente si te digo que lo hagas de nuevo.

Perra.

Ella me está jodiendo porque me odia. Soy un bufón para ella. Ambas sabemos que hay un número limitado de veces que puedes pulir zapatos y muchas cosas que puedes hacerles para que brillen. Éste es solo uno de los muchos juegos que ha jugado conmigo desde aquella desafortunada noche en que su padre ordenó que me mataran y ella me convirtió en su esclava.

Ella trata a todos los sirvientes que trabajan aquí en la finca como una m****a, y ellos hacen lo que les dicen porque conocen las

consecuencias.

Si le desagradas, estás muerto. Es tan simple como eso. La he visto ordenar la muerte de muchos por cosas insignificantes como dejar caer una bolsa o dejar una mancha de polvo en los muebles que había ordenado que limpiaran.

Ese es el tipo de perra malvada que es Ariana Álvarez.

Solo juega conmigo así porque los planes de su padre para mí significan que no puede matarme.

Ariana se calza los zapatos en sus pies perfectamente cuidados, e incluso yo tengo que admitir que le quedan bien. Me encantaría usar un par de zapatos como esos en lugar de estas zapatillas andrajosas que he estado usando durante los últimos años.

—¿Entendido?—pregunta interrumpiendo mis pensamientos.

—Sí, señorita Álvarez.

Mi voz suena demasiado tranquila para la molestia que siento.

Pero seré la sirviente obediente si puedo evitar ser castigada.

La última vez que la desafié, Raúl me hizo pasar hambre durante una semana y me encerró en la mazmorra durante un mes. Eso fue terrible, pero no tanto como cuando me azotó por tratar de escapar después de la muerte de mi padre.

Ambas cosas fueron suficientes para mantenerme a raya.

—Buena niña. La costurera debería estar aquí en unos cinco minutos. No la hagas esperar.

—Ok.

Un golpe suena en la puerta justo cuando toma su pequeño bolso Prada del tocador. Ella grita para que entre en español, y la puerta se abre.

Cuando veo que es David, siento una pizca de alivio.

—Oh bien, estás aquí—le dice ella—. Necesito estantes hechos en la parte de atrás.

—Claro—responde, y ambos la observamos mientras se aleja como si estuviera caminando por la pasarela.

Entra, y tan pronto como la puerta se cierra, corro hacia él, esperando que tenga algunas noticias para mí.

Prometió ayudarme a escapar, persiguiendo el último deseo de mi padre. José ha sido mi única esperanza durante los últimos dos años de mi sentencia aquí.

Nada podría explicar el dolor que siento por ser la causa de la muerte de mi padre.

Después de que Roco violó y mató a mi madre frente a nosotros, papá quería sacarme de este infierno. Estaba intentando hacer precisamente eso cuando nuestro plan fue descubierto. José ha sido el lugarteniente de rango superior de Roco durante más de veinte años, pero no pudo hacer nada para salvar a mi padre, ya que Roco le ordenó a Felipe que lo matara con el arma de mi padre.

Cuando David toma mis manos entre las suyas y una expresión solemne cubre su rostro, sé que cualquier noticia que tenga para mí no será del tipo que quiero escuchar.

Con el movimiento de su cabeza canosa, confirma que tengo razón.

Lo siento, mi amor—dice en español. Son momentos como estos cuando aprecio cómo siempre me habla en una mezcla de español e inglés. Al igual que mi padre lo hacía. Es como si quisiera mantener vivo su recuerdo para mí—. Todavía estoy trabajando en un plan. Te prometo que lo hago. Sólo es difícil.

—Lo sé—respondo. En verdad lo sé. Lo que estamos discutiendo no es una cosa sin importancia. Podría significar la muerte si alguien nos escuchara.

Roco lo mataría porque perdería demasiado si yo muriera.

A veces, me pregunto si la muerte podría ser mi única salida de este infierno.

Tomo una respiración profunda y trato de aclarar mi mente. No puedo pensar así. Mis padres nunca querrían que pensara así, así que no puedo rendirme. No cuando pasaron por tanto para mantenerme con vida.

Jose, también.

Toca el borde de mi mejilla y me da una cálida sonrisa.

—Sé fuerte, mi amor. —Baja la voz—. Moriré antes de permitir que Roco te venda.

—No quiero que mueras.

—No te preocupes por mí, niña. —Sus ojos marrón pálido me devuelven la mirada con una calidez paternal que me preocupa porque sé que quiere decir lo que dijo. Daría su vida por mí. No quiero que nadie más que amo muera—. Ahora, vete. La costurera ya está aquí.

Asiento con la cabeza y me da un apretón en el hombro para tranquilizarme.

Cuando salgo de la habitación, endurezco mi columna vertebral y reúno fuerzas. A la costurera no le va a gustar volver a verme.

Cuando llego al pasillo donde hacemos los arreglos, su rostro enojado es lo primero que veo cuando paso por las grandes puertas de madera de roble. Pero me preocupa más la sonrisa de comemierda que se dibuja en el rostro de Felipe Naveed que lo enfadada que está la costurera o lo que me pueda decir.

Él está de pie junto a ella vestido con su traje. Casi lo hace parecer un ser humano. Casi.

Felipe es el segundo al mando de Roco e igual de malvado.

No creo que me puedan engañar pensando que este hombre era otra cosa que el bastardo que es. Cada vez que lo veo, recuerdo cómo colocó esa pistola en la cabeza de mi padre y apretó el gatillo.

Mató a mi padre por orden de Roco, pero lo odiaba tanto que no necesitaba ninguna orden para hacerlo.

—Maravilloso. Déjanos—le dice a la costurera con una vibra burlona en su voz.

Yo también soy una broma para él, pero no quiere matarme. Él me quiere de otras maneras. No me ha follado porque también quiere que me vendan en la subasta, pero eso no le ha impedido jugar conmigo.

La costurera abre la boca para protestar, pero no se atrevería a decir nada más que lo que dice ahora.

—Sí, señor Naveed.

Tan pronto como ella sale por la puerta, lanzándome una mirada de desaprobación al pasar, esa sonrisa en el rostro de Felipe se ensancha.

—Ven aquí conmigo, Natalia—dice, y me obligo a moverme.

Me obligo a moverme por la misma razón que obedezco las órdenes de Ariana.

Sin embargo, es su culpa que la antipatía de Ariana por mí se haya convertido en odio. Ella odia que él me desee y solo la quiera a ella porque es su camino hacia la cima del imperio. Por mucho que juegue con cualquier hombre que la desee, quiere que Felipe la desee a ella y solo a ella. Le gusta su poder y lo que significa para su futuro como la Reina del Cártel cuando Roco el entregue el reino a Felipe.

Cuando lo alcanzo, me aseguro de detenerme a unos pasos de distancia, pero el bastardo sabe lo que estoy haciendo y da un paso adelante, cerrando el espacio entre nosotros. La cercanía hace que se me ponga la piel de gallina, pero clavo los pies en el suelo y trato de parecer más fuerte de lo que soy.

—¿Ariana te envió de nuevo?—dice.

—Sí.

—Estoy seguro de que no dijo adónde iba.

—No.

Él sonríe más ampliamente revelando unos dientes blancos y rectos, recordándome a un tiburón bien vestido. Toma mi rostro entre sus manos y baja la cabeza para rozar con sus labios mi frente.

—Sé que está abriendo las piernas para ese imbécil en el club— susurra él—. No me importa. Puedo jugar contigo.

Su gran mano cubre mi seno derecho y lo aprieta. Cuando trato de alejarme, desliza su brazo alrededor de mí y me mantiene inmóvil.

—Suéltame—grito, tratando de liberarme de su agarre.

—Maldita sea, deja de pelear conmigo. —Una risa áspera retumba en su pecho, y aplasta sus labios contra los míos.

Tan pronto como fuerza su repugnante lengua en mi boca, el golpe de la puerta hace que nos separemos de un salto. O más bien, me suelta, y me alejo de él ante el sonido.

Ambos miramos hacia la puerta cuando un hombre entra.

Un hombre alto, muy alto, que yo ubicaría en alrededor de dos metros con el tipo de músculo que encontrarías en un militar. Es hermoso. Impresionante incluso, y a pesar del peligro que emana de él, estoy cautivada por su belleza.

Su rostro, con la piel bronceada por el sol, sus ángulos y planos profundos, parece tallado por los dioses. Y los gruesos mechones de salvajes y rebeldes cabellos negro azabache que cubren su cabeza y una barba pulcramente recortada le dan un borde duro. El aro de oro que cuelga de su oreja lo hace parecer uno de los capitanes piratas del viejo mundo que navegaron por el Caribe.

Lo que me atrae aún más son sus ojos. El color y la emoción.

Brillan como miel cálida, pero no tienen nada de cálidos. La emoción que detecto es un odio helado. Eso hace que se me erice el vello de la nuca, y mi alma se encoge cuando él da pasos medidos hacia nosotros.

—Imposible—jadea Felipe, como si acabara de ver un fantasma.

Nunca lo había visto tan asustado. Incluso yo sé que cuando el monstruo que te aterroriza se asusta, debes preocuparte por lo que lo está asustando. En este caso, es este hombre. Este hombre que nunca he visto antes.

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