—¿Qué has estado haciendo? —preguntó una mujer que reconocía de una fotografía.
Le sonreí, a pesar de que tenía todas las ganas de llorar. Tener a mi madre frente a mí significaba solo una cosa: Había muerto.
» Estás enorme y estás hermosa —dijo sonriéndome. Ella sí que era hermosa—. Ah, mi Mari bonita, de haber sabido que ibas a pasarla tan mal no te hubiera mandado con ese mal hombre.
—Señor no es tan malo —aseguré—. Aunque puede que sí sea su culpa que todo terminara de esta manera. No debió ser tan complaciente conmigo.—Y tú no debiste ser tan caprichosa —señaló mi madre—. Te recuerdo muy activa, pero no tan traviesa. ¿Qué te pasó?
—Tal vez el tiempo me echó a perder —sugerí sonriendo y ella
Recuerdo haber visto a mi padre, a mi hermano, a Leo y a Dan mirarme llenos de preocupación, luego de eso todos sonrieron y gritaron mi nombre, desesperados, cuando mis ojos volvieron a cerrarse.Después de eso todo había sido una inmensa y aplastante oscuridad que me asfixiaba. Todo era oscuridad y ese maldito frío que me congelaba alma y cuerpo.Sentía como si flotara en la nada, en una oscura y angustiosa nada. Cerré los ojos, no tenía caso dejarlos abiertos y, aun así, no podía ver nada. Cerré los ojos pensando que sería el fin, pero no fue así. Fue el inicio de una tortuosa situación.A pesar de haber creído, cuando me encontré con mamá, que podía volver a la vida por la felicidad que nunca tuve, me encontraba ahora en el recuento de los daños, el inventario de lo que, hasta ese momento, había vivido: lo bueno, lo malo, lo peo
Sabía que correr no era la mejor opción, pero yo debía llegar a algún lado, tenía que salir de esa situación tan pronto como me fuera posible. Corría sin rumbo, también lo sabía, pero no había mucho más qué hacer, a final de cuentas, a algún sitio debía llegar. No es posible correr por siempre sin encontrar nada en tu camino.Algo pasaría, eso era seguro, no sabía qué y, para ser honesta, tampoco esperaba nada maravilloso. Tal vez un oscuro y desértico espacio en donde pudiera calmar mi agitado corazón, que no dejaba de pedir un respiro más profundo, y en donde pudiera tomar el tan anhelado descanso que mis piernas solicitaban.No aguantaría mucho más, eso también era seguro, pero no podía detenerme, no podía dejarme alcanzar, sería el fin si cayera en sus manos.Ya no me resta
No recordaba mucho de lo sucedido; en realidad, no sabía nada de lo que pudo haber pasado, solo sabía que estaba despertando en una cama, una cama de verdad, con sábanas genuinas. Ni siquiera podía recordar la sensación de eso, pero se sentía bastante bien.Abrí los ojos revisando mi entorno, una habitación iluminada y limpia. ¡La puerta! De pronto la puerta se convirtió en una enorme preocupación, el solo hecho de pensar que estaría atrapada de nuevo me quitó el aliento.Miré a todas partes para ubicarla y la encontré, sentí que respiré de nuevo, estaba allí y estaba abierta. No recuerdo haberme incorporado, pero una vez segura de que la puerta no interfería con mi libertad me dejé caer en esa almohada que en serio se sentía bien.Extrañamente tranquila, respiraba serena y profundamente, como no lo había
Seguía sumergida en mis pensamientos cuando escuché una risita, la causante era la cabecita que se asomaba por el arco de la puerta. La miré, dije hola, dijo hola y volvió a reír.Una pequeña niña entró a la habitación lentamente, revisándome de arriba abajo. Lo que habría dado entonces por poder responder a su carita sonriente con una sonrisa, pero no pude hacerlo, solo la miré sonreír sintiendo envidia de la buena.Ella me miraba con unos ojos que irradiaban emoción y curiosidad, que escudriñaban cada parte de mí y que, de haber sido posible, estoy segura desearían ver más allá de lo que alcanzaba su vista. Pero, por fortuna para ella, el ver al desnudo el alma de las otras personas no es posible, y de la mía no le habría gustado lo que tendría que ver.—Me llamo Loli —dijo—, ¿t&uacut
"¿Quién eres, qué quieres, quién te manda, cuál es tu propósito, qué buscas?"Unas cuantas de las muchas interrogantes con las que el señor Mateo se dirigió al agresor capturado.Me quedé helada cuando me señaló y, con una espantosa sonrisa delineándole el rostro, dijo que a mí.«¿A mí?, ¿por qué a mí?»Para ser sincera no quería saber la verdad, pero mis benefactores sí, por eso pensé en preguntar, pero su mirada inquisitiva y esa sonrisa burlona me robaron todo el valor que aún intentaba acumular.Quise huir de la verdad que se avecinaba, así que intenté salir del lugar, pero fueron sus palabras un rayo que me fulminó.—¿Te vas, princesita?Sentí el cuerpo pesado, tan pesado que no pude sostener
—¿Lograron saber algo de ese tipo? —pregunté poniendo un temor fingido sobre la malsana curiosidad que me movía a preguntar.—Nada —respondió Mateo—, después de que saliste corriendo el sujeto se mordió la lengua y murió.—¿Murió?Incredulidad pura estaba detrás de la pregunta y, ante la respuesta afirmativa de Mateo, agaché la cabeza para que no pudiera ver la expresión de mi rosto.No podía fingir no estar feliz y, después de todo, la muerte de alguien no era algo que a Meredit le causara felicidad. Pero, tal y como lo esperaba, después de que alguien como Vic apareciera, las cosas no podían más que tensarse.—¿Sabes quién era él? —preguntó Mateo provocándome un choque de emociones.Mi necesidad de quedarme con ellos y mi deseo de segu
—¿Y Vic? —preguntó alguien a mis espaldas cuando, después de cerrarla, recargué mi frente a la puerta.Era una voz desagradablemente familiar.—Si lo echas mucho de menos puedo enviarte con él, porque él no va a volver —informé girando mi cuerpo para encontrarme con un hombre alto y fornido de cabello grisáceo.Escuché una vez más esa tétrica risa que me ponía los pelos de punta, y que de verdad me hubiera gustado no haber tenido que escuchar nunca más.» Me daré un baño, estoy cansada —informé y caminé en dirección a mi habitación intentando no tener que entablar una conversación con él.—Las reglas no han cambiado —dijo sosteniendo mi mano que atrapó cuando pasé a su lado—. Aunque te pudra el hígado, nos veremos a las ocho
Después de que mi madre, la amante de Señor, muriera, éste debió hacerse cargo de mí. Me trasladé a su casa cuando yo tenía seis años de edad, ahí fue donde conocí a Ángel, el hijo legítimo de mi padre; él tenía nueve años.Viviendo juntos, todo el mundo pudo darse cuenta que Ángel y yo compartíamos muchas cosas: además del mismo padre, la madre de ninguno vivía, amábamos el aire libre, correr, el mousse de chocolate, odiábamos las fresas, adorábamos leer y, sobre todo, disfrutábamos de hacer todo eso juntos.Todos decían que junto a mí había llegado la alegría a la casa, Ángel no era más el niño solitario y apático que todos conocían, la casa no era más silenciosa e incluso el Señor había llegado a sonreír. Pero yo no cr