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V. RESPUESTAS

—¿Lograron saber algo de ese tipo? —pregunté poniendo un temor fingido sobre la malsana curiosidad que me movía a preguntar.

—Nada —respondió Mateo—, después de que saliste corriendo el sujeto se mordió la lengua y murió.

—¿Murió?

Incredulidad pura estaba detrás de la pregunta y, ante la respuesta afirmativa de Mateo, agaché la cabeza para que no pudiera ver la expresión de mi rosto. 

No podía fingir no estar feliz y, después de todo, la muerte de alguien no era algo que a Meredit le causara felicidad. Pero, tal y como lo esperaba, después de que alguien como Vic apareciera, las cosas no podían más que tensarse.

—¿Sabes quién era él? —preguntó Mateo provocándome un choque de emociones.

Mi necesidad de quedarme con ellos y mi deseo de seguir siendo la chica buena que él conocía se encontraron en mi interior.

Habría sido tan fácil mentir y dejar las cosas tal y como estaban, pero sabía que, si Vic lo había hecho, alguien más daría conmigo. 

Esa vez la suerte había jugado a nuestro favor, pero yo sabía que la próxima vez las cosas podrían no salir tan bien y, si de verdad era un poco agradecida, y yo sabía que era demasiado poco, haría lo correcto, me iría del lugar sin más. Las mismas manos que habían desatado esa situación debían detenerla, por muy doloroso que fuera.

—Lo sé —respondí—. Ahora sé muchas cosas y necesito hablar con tus padres y contigo, después de eso las cosas no serán lo que fueron —indiqué conteniendo mis ganas de llorar.

Al final había decidido que todo lo que viví con ellos no sería una mentira. En honor a lo buenos que fueron conmigo, sería autentica hasta el final. 

Mateo me miró extrañado y yo le sonreí patéticamente.

—Loli duerme —informó—, así que deberá ser ahora... voy por mis padres.

Asentí y Mateo se dirigió a la puerta. 

Cuando lo vi irse sentí que lo perdería, que perdería lo que no era mío y lo llamé aun cuando sabía que no debía hacernos eso. Pero yo no era tan buena como ambos creíamos hasta el día anterior.

—Mateo —hablé y detuve sus pasos, él se volteó y, antes de que preguntara nada, solté una bomba que nos haría daño a ambos, tal vez más a mí que a él—. Te amo —dije y me miró sorprendido—. Tus padres, por favor —pedí obligándolo a abstenerse de volver hacia mí.

Mateo solo me miró mientras intentaba asimilar lo que acababa de confesar y pedir, pero, al final, tal como pedí, salió de la habitación, llevándose consigo las esperanzas que no alcancé a albergar.

«Es mejor así» No dejaba de repetirlo, pero no sabía que lo mejor pudiera doler tanto. 

Supuse que era porque, hasta entonces, nunca había hecho lo mejor.

Yo siempre hice las cosas procurando salir bien librada, sin importar a quien me llevara entre los pies. Y supuse otra cosa, supuse que algo de lo mucho que había hecho en esos meses había quedado en mí. Yo no había dejado de ser Meredit, al menos no del todo.

Al concluir todo eso lloré amargamente, me sentía cayendo en la fosa que yo misma había cavado. Pero no era eso lo que me dolía, no del todo. 

Puede que yo hubiera cavado el agujero en que me ahogaba, pero lo que dolía era que tenía tiempo escalando las paredes del pozo en que un día desperté y ahora estaba resbalando, cayendo a un fondo del que pretendía huir y del que ahora sabía no escaparía jamás.

Miré por última vez entrar a la señora Nina a mi habitación, y no porque ella jamás volvería a ese lugar, después de todo, esa era su casa, pero sí sería la última que yo estaría ahí, yo me iría y no regresaría de nuevo.

Junto a ella entró el señor Mateo, y detrás de ellos Mateo. Quise guardar ese momento para siempre en mi memoria, pero sería mejor que no, sería mejor que no guardara en mi memoria cosas que jamás recuperaría, que nunca más tendría. Eso pensé y así lo dejé.

Me puse de pie y, pretendiendo despedirme, me lancé a los brazos de quienes más amaba, de las que, además de mi hermano, mi abuela y mi madre, eran las únicas personas a las que había amado en mi vida.

—Gracias por todo —dije con los ojos y el corazón rebosantes de lágrimas—. Los quiero mucho, no olviden eso, por favor —pedí entre sollozos—, todo lo que he vivido con ustedes, lo que he sentido, lo que he aprendido y lo que he hecho es auténtico, no lo duden.

La señora Nina interrumpió mis lamentos y cuestionó el motivo de mis palabras. Parecía muy confundida y no podía culparla por ello. Ella no entendía lo que yo hacía porque ni siquiera me conocía. 

Meredith nunca hizo nada que requiriera una disculpa, mientras que yo había hecho cosas que nadie nunca perdonaría.

» No soy lo que intenté ser —dije ahogada en llanto—, ahora recuerdo todo y no soy nada buena, ni siquiera espero que deseen saber de mi después de esto. Después de hablar me iré, eso será lo mejor.

Ninguno parecía entender lo que yo decía, pero estaba bien, pues quizá no era a ellos a quien yo intentaba convencer de que lo que estaba haciendo era lo mejor, quizá era a mí a quien le hablaba.

Limpié mis lágrimas y me disculpé asegurando que después de mi relato ellos entenderían todo.

"Al mal paso darle prisa" 

Vaya si conocía esa frase que bien podía describir mi antigua vida, un continuum de malos pasos apresurados. 

En el camino que me había enfilado no había retorno, así que continuar era lo único que sabía hacer; y comencé para no detenerme antes del final.

» Mi nombre es María —informé—, tengo veintitrés años y desde que tenía trece me he dedicado a matar gente...

La reacción de la señora Nina fue bastante graciosa, pero yo no tenía ninguna gana de reírme. 

» Soy asesina a sueldo —dije y les miré dudar de mis palabras, pero yo no mentía, por eso dije muchas cosas más que les hablaran de lo que yo era—. Desde pequeña aprendí que la vida tiene un precio, y si alguien la quiere deberá pagarlo, aprendí que la víctima, sus sueños, su familia y sus deseos, no son nada ante un puño de billetes.

El horror de sus rostros era indescriptible, quise salir corriendo para no ver más el asco en sus caras, pero dije que no me detendría, así que continué.

» No pretendo disculparme con estas palabras, pero cada uno hace lo que puede para vivir, y en el canibalismo del mundo en que crecí era comer o ser comido, matar o morir, y el instinto de supervivencia, tal vez, me llevó hasta donde estaba.

Una mezcla de incredulidad y terror era lo que sus rostros reflejaban, me temían y no los culpaba, después de todo no se puede hacer más que temer frente a un monstruo, y un monstruo era lo que se develaba ante sus ojos.

Agaché la mirada, no podía ver sus caras y soportar el dolor que me causaban.

» Estas manos han terminado con la vida de —reí—… ya no sé de cuantos fueron —dije comenzando a llorar—. Me pregunto cuándo fue que dejé de contar —susurré dolida de lo que yo era y lloré sosteniendo mis propias manos.

Necesitaba consuelo y allí no había nadie dispuesto a darlo, por eso solo continué derramando el llanto que ahogaba mi garganta y quemaba mi alma.

Mateo se acercó a mí, quiso abrazarme y, aunque me hubiese encantado sentir sus brazos rodeándome, lo rechacé, lo empujé lejos de mí y caminé lejos de él, hasta donde sus manos no alcanzaran la suciedad que yo representaba.

» ¡No me toques! —grité furiosa, pero no con él, conmigo misma—. ¿Es que acaso no lo entiendes? Soy mala, maté gente, mucha gente inocente y no me importó... Asesiné padres de familia, madres de familia, maté niños, secuestré a decenas de personas, incluso me deshice de mis compañeros cuando me estorbaban, yo... yo maté a mi hermano cuando me estorbó —confesé volviendo a llorar mientras nadie decía nada.

» Como sea... Ya no importa... ya no importa nada —dije después de un rato de solo sollozos—. Ellos están tras de mí, así que solo debo aparecer ante ellos y no les molestarán más —expliqué abrazándome a mí misma para darme el valor de hacer eso que en serio no quería hacer: irme.

Caminé rumbo a la salida y una bomba estalló sobre mí, deteniendo mis pasos y mi corazón.

—¿Los matarás? —preguntó Mateo y tragué saliva, amarga y venenosa saliva.

—Sí —dije sin mirarle y me fui de allí.

Cada paso que daba se sentía increíblemente doloroso, era como si a Meredith le estuvieran arrancando la piel a pedazos mientras yo intentaba huir, y no había nadie para salvarla. Dolía como si, mientras ella se despellejaba, daba paso a una chica que nadie quería, y que no quería a nadie.

Después de caminar algunos metros fuera de la casa sonreí con ironía, suponiendo que fue amarga la verdad, creyendo que de verdad ellos me odiaron, porque el primer asesinato que tuve que hacer fue el de la pequeña esperanza que me hacía caminar lento para darles la oportunidad de alcanzarme, la esperanza de escuchar que me quedara, de escuchar que no importaba quién fui en el pasado. Y me reí de mí, de lo estúpida que era.

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