"¿Quién eres, qué quieres, quién te manda, cuál es tu propósito, qué buscas?" Unas cuantas de las muchas interrogantes con las que el señor Mateo se dirigió al agresor capturado.
Me quedé helada cuando me señaló y, con una espantosa sonrisa delineándole el rostro, dijo que a mí.
«¿A mí?, ¿por qué a mí?»
Para ser sincera no quería saber la verdad, pero mis benefactores sí, por eso pensé en preguntar, pero su mirada inquisitiva y esa sonrisa burlona me robaron todo el valor que aún intentaba acumular.
Quise huir de la verdad que se avecinaba, así que intenté salir del lugar, pero fueron sus palabras un rayo que me fulminó.
—¿Te vas, princesita?
Sentí el cuerpo pesado, tan pesado que no pude sostenerme de pie, esa palabra hacía eco en mi cabeza.
"Princesita".
Justo cuando creí alcanzar el futuro, el pasado me atrapó. Otro golpe letal fue su segunda pregunta, lo único que no quería escuchar.
» ¿Te gusta como sabe la libertad? Uno puede acostumbrarse a la buena vida, ¿no? Pero se terminó tu tiempo. Volverás a casa conmigo.
Comencé a temblar, los flashazos de imágenes atiborrando mi cabeza, llenando los huecos que la buena vida, que hasta ahora había llevado había logrado vaciar, comenzaron a llenarse rápidamente.
Mi garganta era arañada por la desesperación y el terror buscando escapar de mí en forma de gritos. El insoportable dolor de cabeza y el deseo de despertar de la pesadilla en que estaba atrapada me golpeaban el alma una y otra vez.
Temblaba de pies a cabeza, pero una parte de mí, la parte que no me pedía correr por mi vida y ponerme a salvo, necesitaba enfrentar la situación. Esa parte me hizo dejar de darle la espalda y preguntar ¿por qué? Si alguna vez podría obtener respuesta alguna era, definitivamente, esa.
Como pude me le acerqué, y aunque me hubiera gustado descargar mi furia sobre él, las fuerzas no jugaban de mi lado.
Quise mirarlo con odio, pero justo en ese momento solo podía sentir miedo, pánico y temor, él me miraba con esa espantosa sonrisa que quebraba mi alma y desfragmentaba mi voluntad.
—¡Dímelo! —pedí—. Dímelo todo: quién soy, qué quieres de mí, dime qué está pasando... por favor.
Lo que inició como una imperante frase terminó como una lamentable súplica.
—Eres patética —vociferó tras reírse de mí.
Supongo que sí lo era, de otro modo no me habría puesto a llorar de esa manera frente a quien solo quería mostrar odio y desprecio.
Mateo quiso abrazarme y consolarme, pero yo no necesitaba consuelo, y aunque así hubiera sido, no lo merecía. De verdad que era patética, él estaba atado y yo estaba rodeada del apoyo de esa familia que tanto quería, quien perdería no sería yo.
Aunque la verdad no estaba segura de eso.
Salí corriendo, Mateo intentó detenerme, pero yo no era digna del cálido toque de sus manos, así que lo empujé y me fui tan lejos de él como la seguridad de la casa me permitiera.
No estoy segura en qué momento el dolor se convirtió en coraje, pero realmente estaba molesta conmigo.
¿Cómo podía ser tan cobarde? Sólo debía ponerme frente a él y... ni pensarlo, la sola idea de estar cerca de ese hombre me ponía los pelos de punta. Yo sólo quería desaparecer y dejar de sufrir ese maldito dolor de cabeza, quería dejar de ver ese sin fin de imágenes sin sentido que aparecían una tras otra frente a mí, eran como un millón de destellos que agredían mi integridad.
No sé quiénes eran ni qué hacían, pero una y otra vez podía verlos a todos. Un mareo y un grito fueron la continuación a mí cayendo al piso, perdiendo el sentido. Me desmayé.
* *
Pude ver la luz a través de unos parpados que hacían el pobre intento de no permitir paso a nada hacia mis ojos.
Sin ganas de nada, abrí los ojos y pude recordar mi primera vez en esa habitación, recostada en esa cama, entre esas sábanas que seguían sintiéndose bien y bajo ese techo iluminado por los rayos de sol que entraban por esa ventana que tres meses atrás me llenó de esperanza y fe.
Me incorporé sin dejar la cama, mi cuerpo se asemejaba al plomo y la cabeza bien podría p***r por dinamita estallando. Recordé la primera impresión de mí en esa cama, realmente se sentía como si yo pudiera ser alguien, y pasé tres meses construyendo a ese alguien.
Ahora me sentía atropellada por la injusta vida, que después de haberme visto trabajar tan duro había venido a cimbrar mi mundo, a despedazar mis anhelos y dispersar mis esperanzas.
Con el dolor de mi alma me percaté que no podía ser alguien porque ya era alguien, y sentí que mi alma murió al darme cuenta de que ese alguien era alguien que no merecía estar en la vida de esa familia maravillosa que me había acogido tiempo atrás.
Entendía el porqué de ni siquiera haber hecho el intento de recordar quien fui; supuse que en el fondo de mí siempre supe que era alguien que no valía la pena rescatar del abismo en que se encontraba sumergida.
Respiré profundo intentando calmarme, en mi corazón no había más que dolor, mi alma sólo sostenía pena y esa idea de que no era digna de pisar el mismo suelo que esa familia no abandonaba mi cabeza.
«Si ellos supieran lo que soy... ¡Vic estaba allí, con ellos!, ¿y si les dijo algo? Yo no seré capaz de mirarles a la cara de nuevo si fue así»
Quise correr y callar su maldita boca para siempre, pero me detuve al suponer que era demasiado tarde para eso. Toda una noche había tenido la familia para cuestionarle sobre mí. A tales alturas, ellos ya deberían odiarme, de ser ellos me detestaría.
Estaba enredada en mi dolor por perder lo único hermoso que había tenido recientemente cuando, una vez más, fui salvada por esa familia.
—¿Estás bien? —preguntó Mateo devolviéndome a la realidad.
«Que pregunta tan estúpida —pensé—. ¿Cómo podría estar bien después de todo lo que había pasado?»
—No —dije—, no estoy bien.
—¿Quieres que llame al médico? —preguntó acercándose a mí—. Tardará un par de horas, pero de que lo traigo lo traigo.
No supe qué pensar. Él no recriminaba, él se preocupaba por mí, él no me odiaba, entonces... ¿Qué fue lo pasó?
No podía preguntarle por qué no me odiaba, tampoco qué era lo que él sabía de mí, pero sí podía preguntarle qué había pasado con Vic. Ahora estaba lista para saber y afrontar las consecuencias de lo que fuera, porque yo no era la patética chica llena de miedos que la familia de Mateo había conocido, lamentablemente no era ella.
Decidí que por el momento lo mejor era dejar la cosas como estaban, seguiría siendo Meredit, al menos hasta que me fuera del lugar, a ellos les debía tanto que solo podía desearles lo mejor, y lo mejor para ellos era no tenerme cerca nunca más.
—¿Lograron saber algo de ese tipo? —pregunté poniendo un temor fingido sobre la malsana curiosidad que me movía a preguntar.—Nada —respondió Mateo—, después de que saliste corriendo el sujeto se mordió la lengua y murió.—¿Murió?Incredulidad pura estaba detrás de la pregunta y, ante la respuesta afirmativa de Mateo, agaché la cabeza para que no pudiera ver la expresión de mi rosto.No podía fingir no estar feliz y, después de todo, la muerte de alguien no era algo que a Meredit le causara felicidad. Pero, tal y como lo esperaba, después de que alguien como Vic apareciera, las cosas no podían más que tensarse.—¿Sabes quién era él? —preguntó Mateo provocándome un choque de emociones.Mi necesidad de quedarme con ellos y mi deseo de segu
—¿Y Vic? —preguntó alguien a mis espaldas cuando, después de cerrarla, recargué mi frente a la puerta.Era una voz desagradablemente familiar.—Si lo echas mucho de menos puedo enviarte con él, porque él no va a volver —informé girando mi cuerpo para encontrarme con un hombre alto y fornido de cabello grisáceo.Escuché una vez más esa tétrica risa que me ponía los pelos de punta, y que de verdad me hubiera gustado no haber tenido que escuchar nunca más.» Me daré un baño, estoy cansada —informé y caminé en dirección a mi habitación intentando no tener que entablar una conversación con él.—Las reglas no han cambiado —dijo sosteniendo mi mano que atrapó cuando pasé a su lado—. Aunque te pudra el hígado, nos veremos a las ocho
Después de que mi madre, la amante de Señor, muriera, éste debió hacerse cargo de mí. Me trasladé a su casa cuando yo tenía seis años de edad, ahí fue donde conocí a Ángel, el hijo legítimo de mi padre; él tenía nueve años.Viviendo juntos, todo el mundo pudo darse cuenta que Ángel y yo compartíamos muchas cosas: además del mismo padre, la madre de ninguno vivía, amábamos el aire libre, correr, el mousse de chocolate, odiábamos las fresas, adorábamos leer y, sobre todo, disfrutábamos de hacer todo eso juntos.Todos decían que junto a mí había llegado la alegría a la casa, Ángel no era más el niño solitario y apático que todos conocían, la casa no era más silenciosa e incluso el Señor había llegado a sonreír. Pero yo no cr
Pasaba de medio día cuando los golpes en mi puerta me obligaron a despertar y a salir de la cama.—Abre la puerta, María —escuché la que parecía la voz de Señor.Soportando el dolor de cabeza atravesé un departamento que me mataba con su claridad a cada paso que daba, y los golpes en la puerta me hacían incomodar mucho más.—Voy, ya voy —dije.Mi respuesta a los llamados de la puerta era casi suplica implorando silencio.Abrí la puerta y, en efecto, era Señor quien estaba delante de mi puerta, él y dos de los hombres en que más confiaba y que siempre estaban junto a él.—Te ves terrible —dijo después de entrar a mi departamento como si fuera su casa, yo solo le miré sin contestar a su halago.—¿A qué vino, Señor? —pregunté y él sonr&iacut
Llegamos a una elegante fiesta, el salón estaba iluminado en cada rincón, las damas vestían los más bellos vestidos, los hombres más pulcros, la comida más exquisita, todo era simplemente lo mejor de lo mejor, no se podía esperar menos de una fiesta llena de políticos y aristócratas.A pesar de que mi hermano y yo éramos élite social, todas esas personas no tenían idea de quienes éramos nosotros, pues, aunque nos movíamos por las mismas calles, nuestros mundos eran diferentes, ellos caminaban en la luz y nosotros en la sombra, por eso logramos pasar desapercibidos, como debía ser.Para muchos fuimos una joven pareja en un evento de beneficencia, pero para una persona fuimos el demonio reclamando su alma pecadora.¿Su crimen? Quizá estar en el camino de alguien más, de quien nos había puesto en ese magnífico escenario q
Mi abuela creía que los detalles de nuestra vida decían mucho de nosotros. Según ella, la fecha de cumpleaños, el color de ojos, la forma de los labios y cosas de ese tipo podrían definir nuestra personalidad y presagiaban nuestros destinos.Voy a suponer que todo lo que ella creía era cierto, y también creeré que no nací bajo la influencia indulgente de ninguna estrella, ya que eso bien podía justificar la vida que había tenido que soportar y el futuro que creía se avecinaba.Según me contaron, nací a las siete treinta y cuatro de la tarde, después de un tortuoso día de labor de parto. Yo no moriría a los veintiún años cumplidos exactamente, pero sí terminaría en esa misma hora lo que veintiún años atrás empezó: mi vida."Aun respirando, hay personas que no viven."
«¿Gracias?, ¿por qué agradecía?» Era tan ilógico que asumí que la situación me hacía una jugarreta. Eso debía ser una broma de Ángel para desconcertarme y hacerme retractar. Y casi lo logró.—¿Gracias? —pregunté con molestia—. ¿Por matarte? No juegues conmigo, por favor.—No es por matarme —aclaró—, es por salvarme.—A ver, genio. No voy a arrepentirme. No voy a salvarte. Vas a morir, en serio, así que deja de jugar con mi mente, porque me está desquiciando esta situación.Las palabras de Ángel en serio me estaban enloqueciendo y, cuando mi hermano sonrió, termine enfureciéndome un poco.—Te lo dije, ¿no? —habló luego de que yo le fulminara con la mirada—, tú y yo no somos tan diferentes.No enten
“Una vida solo con otra vida se paga” Convencida de eso, miré a Señor, que estaba como petrificado a un par de metros de mí.—Máteme —pedí—. ¿Qué espera?, ¡Máteme! —grité.Pero él no respondió a mi patética suplica como me hubiera gustado, solo me miró con los ojos llenos de lágrimas.—No seré yo quien pague tus estupideces —dijo—, no perderé a mis dos hijos… al menos no el mismo día.Sus palabras, lejos de darme consuelo, me llenaron de horror porque, hasta que el lo decidiera prudente, me tocaría vivir cargando toda esa culpa que me estaba carcomiendo el alma.—Máteme, por favor —supliqué una vez más, y ya ni siquiera me miró.Señor hizo una seña a alguien y ese alguien me levantó