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MARÍA
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Por: Mary Ere
I. LA HUÍDA [PRIMERA PARTE]

Sabía que correr no era la mejor opción, pero yo debía llegar a algún lado, tenía que salir de esa situación tan pronto como me fuera posible. Corría sin rumbo, también lo sabía, pero no había mucho más qué hacer, a final de cuentas, a algún sitio debía llegar. No es posible correr por siempre sin encontrar nada en tu camino. 

Algo pasaría, eso era seguro, no sabía qué y, para ser honesta, tampoco esperaba nada maravilloso. Tal vez un oscuro y desértico espacio en donde pudiera calmar mi agitado corazón, que no dejaba de pedir un respiro más profundo, y en donde pudiera tomar el tan anhelado descanso que mis piernas solicitaban.

No aguantaría mucho más, eso también era seguro, pero no podía detenerme, no podía dejarme alcanzar, sería el fin si cayera en sus manos.

Ya no me restaban fuerzas, pero seguía teniendo mucho deseo de seguir con vida, con mi vida y, por un rato, eso sería suficiente.

Corría tan rápido como me permitía mi cuerpo decadente, que a gritos imploraba compasión. Entonces fue que me di cuenta, entonces me alcancé a percatar de que, desde hacía algunos minutos, no se oía nada más que mi voz en mi cabeza y los latidos de un corazón que estaba por salirse de mi pecho.

Me detuve contra un árbol y supliqué porque no fuera una jugarreta de mi desesperación. Pero todo estaba en silencio, las pisadas que habían estado tras de mí ya no me seguían, ahora todo lo que podía escuchar era silencio, mi agitada respiración y un corazón que no lograba controlarse.

Miré de nuevo alrededor, solo habían árboles silentes y hojas secas en el piso, solo estaba yo aferrada a un árbol que sostenía mi deplorable figura. 

Solté el árbol y me giré para seguir mi camino, pero no respondieron mis piernas, incluso ellas me abandonaron. Mas eso no importaba tanto, la certeza de no ser perseguida me hizo sentir un poco segura. Demasiado poco, voy a decir, pero lo suficiente como para quedarme tirada, recargada a ese árbol que me sirvió de escudo y sostén.

Miré el cielo que apenas se asomaba entre las copas de los enormes árboles que me rodeaban, y pude darme cuenta que la noche comenzaba a envolver ese bosque que me aprisionaba, que me protegía, que me miraba desvalida y temerosa, tal como me encontraba.

La noche se tornaba oscuridad pura, tan profunda que, antes de percatarme de nada, todo era eso, nada.

* *

Una fría sensación se apoderó de mi cuerpo, y de nuevo sentí mis piernas, cansadas y doloridas.

Mucha luz, era lo único que podía distinguir con mis ojos entreabiertos, mucha luz, tanta luz que me dolía el alma, un alma que hacía tiempo se había acostumbrado a las tinieblas que le rodeaban, un alma que desde hacía mucho vivía en la oscuridad que mis opresores me habían dado por hogar.

«¡Debo continuar!» La única idea en mi cabeza.

«¡Debo seguir y salir de aquí!» Pero... ¿salir de dónde? Ni siquiera sabía en dónde estaba, no sabía a dónde ir, ni sabía qué hacer y, no estaba muy segura, pero creo que tampoco tenía mucha idea de quién era yo.

Sabía quién fui alguna vez, sabía qué tiempo atrás fui un ser humano capaz de sonreír. Ahora era una pobre alma que anhelaba vivir, que esperaba poder recuperar la paz que perdió tiempo atrás.

Me incorporé tan rápido como mi cuerpo cansado lo permitió, mis piernas temblaban y suplicaban un poco más de tiempo para reponerse de la larga carrera de la tarde anterior, pero mi cabeza decía que no era seguro estar ahí.

Con el dolor de mi alma hice lo que presentí era lo mejor, seguir adelante antes de que mis persecutores dieran con alguna pista de mí.

Seguía con vida, pero, por alguna razón, no me sentía viva. Era como si fuera un muerto caminante, sin rumbo y sin destino, sin más deseo que el de volver a vivir. Y era justo ese deseo el que me tenía en donde estaba, saboreando una libertad agridulce que paso a paso, y segundo a segundo, sabía peor.

Cada paso que daba me alejaba de eso que tanto temí, de eso que tanto odié, de ese horror que hasta la tarde anterior había sido el cotidiano andar de mi vida. O al menos eso era lo que creía. ¡No! Eso era lo que debía creer para no caer en las vacilaciones que mi cabeza ponía de relieve ante mis ojos.

Cada segundo era más difícil continuar, mi espíritu fragmentado no me alentaba tampoco, pero, si lograba creer que si no me detenía llegaría a algún sitio mejor, un sitio que curara mis heridas, sería capaz de continuar.

¿Cómo es que había llegado a esa situación?, ¿cómo es que había terminado de esa manera?, ¿en dónde es que el camino se tornó oscuro y gris?, y, sobre todo, ¿cuándo fue que me resigné a vivir así?

Las respuestas estaban lejos de ser obvias y, para ser sincera, ni siquiera quería conocerlas, y aun así las interrogantes no se iban, no dejaban de hostigarme.

Sabía bien que remontarme al pasado podría darme alguna idea de la causa de lo que ocurría, pero no quería recordar, no quería sumergirme en mis memorias, era demasiado doloroso, y dolor era algo de lo que no necesitaba más, ya tenía suficiente de eso.

Demasiado doloroso, recordar era así, y no porque me doliera el pasado, sino porque me dolía el hecho de que lo que fue ya no sería, que lo una vez tuve ya no estaría, que quién una vez fui no volvería.

Pensé en quien una vez fui. Eso significaba que tiempo atrás fui alguien e hice algo. 

Era cierto, tiempo atrás tuve una vida. ¿Qué clase de vida habrá sido esa?, ¿habré sido feliz? Me hubiera gustado saber, pero no era tan fácil. 

Hacía tiempo que lo único que yo deseaba era ser libre y vivir, esa era la idea que desde hacía mucho habitaba en mi cabeza, y no solo era una idea, era una esperanza, una meta.

Quien fui ya no importaba, lo importante era quien sería en lo delante. Aunque tampoco eso importaría si no era capaz de llegar a algún sitio.

Necesitaba centrarme en el futuro, en lo que había de venir. Precisaba llenarme de esperanzas e ilusiones. Pero no demasiadas, solo unas pocas que me mantuvieran de pie, y no tan maravillosas, solo lo suficientemente no desagradables para motivarme a seguir.

Mi fiel compañero, el cansancio, había llamado a un par de amigos, la pesadumbre y el hambre, que ahora me enlentecían un poco más. 

La esperanza que había acumulado se desvanecía, se escapaba como agua entre mis dedos... Agua, también me hubiera gustado un poco de eso. Pero no había nada, solo árboles silentes y hojas secas en el piso.

Entraba la tarde cuando decidí darme por vencida, me dejé caer sobre las hojas secas y recargué mi espalda a un árbol que bien podría ser el mismo de la noche anterior. El bosque parecía igual por todas partes, y así había sido todo el día.

En eso estaba mi cabeza cuando unas voces rompieron el silencio. 

¡Voces! Aún no lograba sentir emoción cuando el pánico me atrapó. ¿Y si eran ellos?, ¿y si me habían dado alcance? No podía moverme. No lo haría. 

Pero tampoco podía quedarme allí, a final de cuentas, era mejor ellos que nada, era mejor un techo y comida enemigos que nada. Siempre había sido así, lo que sea es mejor que nada.

Temerosa me incorporé y seguí las voces sin importarme lo que pasaría, estaba convencida de que era lo mejor y no daría pie atrás. Eso pensé y eso hice.

Mucha luz, fue lo que de nuevo vi, mucha luz y dos siluetas que esperaba se apiadaran de mí y me ayudaran.

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