Con ojo agudo, la madre de Leandro verificó todos los arreglos; una enorme sonrisa se adueñó de sus labios al ver que los preparativos eran perfectos, que la boda de ensueño que enlazaba a las dos familias poderosas, sería un hecho. ¡Su apuesto hijo, al fin se casaría!Mila y Leandro eran la pareja perfecta. Ellos tranquilamente podrían estar juntos, amarse a la vez. No solo era una unión marital por intereses. Paulette, la madre de la novia, hizo acto de presencia, un poco confusa. La mujer ataviada en un elegante vestido, llena de excesivos remilgos. —¿Has visto a Remi? Estaba hace un momento hablando por el móvil, lo he perdido de vista —chasqueó la lengua, se refería a su marido. —No, quizá está afuera. ¿Ya han terminado con Mila? —Sí, está tan hermosa. Hemos estado esperando este momento desde hace mucho... Ambas compartían la misma alegría.—Leandro y ella son el uno para el otro —aseguró. Después de eso, Mariola, se retiró. Y la mujer se rindió, retornaría con su hija.
Leandro se levantó y miró a sus padres otra vez, incrédulo por lo que le estaban haciendo, no entendía como tenían la osadía de imponerle casarse con la hermana de Mila. Tan solo pensarlo era una locura, sin embargo todo tenía sentido cuando sus progenitores seguían detrás del poder y les daba igual sus sentimientos. —¿Cómo pueden ser tan egoístas? Que haya aceptado el matrimonio con Mila, no quiere decir que aceptaré casarme con Erika —rugió, procesando todavía el hecho de que todos ellos habían planeado semejante atrocidad que no estaba dispuesto a cumplir, no le importaba si tenía que ponerse en contra de su propia familia. Erika con sus enormes ojos grises lo apuntó, colocándose cerca suyo. —¿No ves que todo esto es por el bien de ambas familias? No seas tan malo conmigo, Leandro —pronunció su nombre con lentitud y el estómago del hombre se revolvió. Ella de pronto se comportaba como una arpía y no le interesaba su duelo, no le importaba que todavía tuviera el corazón roto po
Por otra parte, ya se estaba llevando la fiesta de compromiso, en donde los invitados, la familia Strousman y Montavani disfrutarían de un buen agasajo. El único era Leandro, que aún no llegaba, cuando ya casi una hora ya tenía la fiesta desde que empezó. Erika no dejaba de caminar de un lado al otro, enfadada por el retraso. Su madre estaba casi tirándose de los cabellos, al tiempo de intentar calmarla. —¡¿Dónde está ese infeliz?! Remi entró a la sala. —Mantén la compostura, Erika —reprendrió a su vibrona hija. Ella enfurecida arrojó un jarrón al suelo. —¡Erika! En el exterior, Renard, llamaba a su hijo. Los invitados comenzaban a parlotear entre ellos, extrañados porque el joven no aparecía. Leandro terminó apagando el móvil, de todos modos ya conducía al lugar donde se celebraba la fiesta. Pero una mujer inconsciente del peligro cruzaba la carretera, frenó de golpe y se bajó del auto con premura. Milenka aún seguía paralizada. —¿Estás bien? Antes de que pudiera responder
La madre de Erika además de encontrarse estupefacta y furiosa casi se desmaya, sin dar crédito a la humillación que estaba pasando su hija y toda su familia, una locura. —¡¿Quién eres?! Apestosa, insignificante y ramera mujer —la ofendió después de darle ese golpe, por supuesto la susodicha seguía sin saber que decir, no tenía la culpa de nada solamente estaba siendo utilizada por ese desconocido. Se sentía una completa tonta por haber accedido a eso aunque no sabía a ciencia cierta en lo que se estaba metiendo y solo entonces se puso al corriente. ¡La fiesta de compromiso era de ese tal Leandro! El italiano, no creyó que la madre de Erika se atreviera a tanto. Y cuando la mujer volvió a hacer el intento de darle otra cachetada a Milenka, apresó su brazo. —¡Basta, Paulette! No te atrevas. Pero ella parecía una serpiente enfadada por lo que estaba ocurriendo, y más por la actitud de Leandro y su insistencia por salvar a la mujer. Es que no entendía cómo demonios de la noche a l
—Solo dime, lo aceptaré. Espera... —se inclinó a su rostro, ella contuvo la respiración, tenerlo así de cerca la desestabilizó, y volvió gelatina sus piernas. Leandro inspeccionó su mejilla —. Lo siento mucho, esto es mi culpa. Vayamos a mi auto, siempre traigo conmigo ungüento. Milenka lo siguió, solo miró atrás una vez; incluso a la distancia, el lugar le daba escalofríos. Volvió a subir a ese coche. El sujeto también lo hizo y buscó la crema. Entonces untó en su dedo, mientras que Milenka pasó saliva con dificultad, por su cuenta ella podría encargarse. Pero Leandro ya deslizaba sus dedos sobre su pequeña y carmesí mejilla. De nuevo lo embargó la culpa. —Perdóname, ¿te duele mucho? —No, solo arde un poco —admitió aclarando su garganta —. ¿Puedo hacerte una pregunta? —Ya lo haces, adelante. Dejó escapar el aire sonoramente. —¿Por qué has detenido tu compromiso? Nadie hace eso, ¿qué hay de tu prometida? Se ha ido enfadada. —Mi compromiso no significa nada, es una relación ar
Se despertó temprano y se alistó, su clase comenzaba a las diez de la mañana, pero quería estar fuera de casa lo más que pudiese. Bajó a comer el desayuno que le preparó su madre; Aleksei, su padre, ya se había ido al trabajo. —Aquí tienes, avena, tostadas, mermelada y... Su madre pausó al verla tapando su boca. Lamentablemente las náuseas matutinas iniciaron al ver las hojuelas de la avena, como si fuera lo más asqueroso que vio en su vida. Ante las arcadas horribles que tenía y evitando vomitar sobre la mesa corrió lo más pronto que sus piernas se lo permitieron al baño principal. Klara dejó el plato en la mesa y fue con su hija asustada porque algo anduviera mal. —Milenka, ¿estás bien? No me digas que te has comido algo en mal estado por allí, te conozco, te gusta comprar en esos sitios poco higiénicos. Ella rodó los ojos todavía de cuclillas frente a ese retrete. Su madre llamaba "poco salubres" a los lugares de comida rápida. ¡Ojalá fuera un dolor de panza que se terminaría
Chispeó el contacto entre sus dedos, se quedó aturdida con el agarre férreo repentino que le daba a la escena más realismo. Incluso ella cayó en la actuación, en lo bien que Leandro ejecutaba su papel. Mariola incrédula los miró. ¡¿En qué momento su hija terminó la relación con Alexandre?! No le conoció otro chico en esos meses, de hecho era Alexandre su primer novio. —Milenka y yo tampoco esperábamos un hijo, pero lo hemos aceptado juntos y decidimos tomar la responsabilidad. A Renard casi le da un fulminante ataque al corazón. —¿Decisión? ¿Aceptar? —respiró hondo y miró a su hija —. ¿De qué va todo esto? ¡Estás en la universidad!—Papá, perdóname —sollozó. Fue una tonta por creer que el italiano sería su soporte y haría más ligero el problema, pero más idiota ella que cayó en los encantos de un cretino y cobarde como su exnonio. ¡Él no la merecía! —Milenka, pero si estabas con Alexandre.
La propiedad tenía más de ciento cincuenta metros cuadrados, habitaciones adjuntas a un baño suite y vestidor. Las vistas panorámicas que se ofrecían, también eran fabulosas. Pudo ver que habían muchos cuadros con luz focalizada, las paredes en su mayoría estaban pintadas de un blanco y algunas partes de las estancias de un azul oscuro, casi como el cielo al ser oprimido por la tormenta. Quizá por eso la recorrió un escalofríos desde la nuca. En realidad era lujo por doquier, aún así, sentía que hacía falta algo de calidez femenina. Era tan marcado el hecho de que solo el vivía allí, solitario y ¿frío? Su casa era la de un soltero, un hombre ordenado, con buenos gustos y adicto a todo lo que gritara suntuosidad. Aún así no tenía una objeción, no es como si tuviera el derecho siquiera, porque ella solo era una huésped pasajera, una entrometida en su vida y espacio. Chasqueó la lengua, al final no debía sentirse mal, él fue quien la tiró a todo eso. Se quedó en la cama y miró a su