PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 49. Una chica con agallasRodrigo pasó saliva porque había que reconocerlo, aquella mujer era como una versión femenina de los peores demonios que cada uno de ellos llevaba dentro y que ni siquiera se atrevían a manifestar.Estaba frustrada, estaba molesta y le habían quitado algo importante para ella, podía entenderla a la perfección porque él mismo lo había sentido, sin embargo, en cierto punto sabía que tenía que trazar una línea entre lo que el Pozo podía y no podía hacer.—Gabriela, solo hay dos formas de arreglar esto: la primera es que me dejes negociar con Umberto —le advirtió—, y la segunda es que vayas a buscarlo por tu cuenta. Los dos siguen siendo clientes del Pozo, no puedo decantarme a favor de uno o del otro así como así, aunque sepa perfectamente que tú eres la que tiene la razón.—¿Disculpa? —gruñó ella soltando su mano sin poder creer lo que estaba escuchando—. Umberto faltó a la palabra que me dio, no sólo a mí, sino a ti también. ¡Él hizo
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 50. Un equipo listo para el asaltoGabriela no tenía idea de que quince minutos pudieran ser tan terriblemente largos. Jamás había sentido aquel tipo de ansiedad, jamás había tenido una emoción ni siquiera parecida a toda la química que estaba revolucionando su cuerpo en aquel momento. Pero quince minutos después salió de la habitación con el blanco uniforme blindado ajustado al cuerpo, mientras se hacía una coleta alta y desgreñada para que el cabello no se le metiera en los ojos.Para ese momento ya había otras seis personas en la sala general, dos mujeres y cuatro hombres, todos desconocidos, pero todos vestidos con los mismos uniformes blancos, cada uno ajustando algún equipo o preparando auriculares, lentes nocturnos o cualquier otra cosa que se necesitara.—¿Sabes disparar? —preguntó Santiago, que estaba en una mesa cercana, preparando un arma tras otra.—Pregúntale a mi hermanastro Amadeo —respondió Gabriela con un gesto de afirmación, y Santiago se ac
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 51. Voy por él, o por su cadáverDios sabía que no tenía ganas de decirle de qué mal iba a morir; en cambio, Gabriella tenía ganas de decirle a Umberto Salvatore todas las formas terribles y dolorosas en que iba a arrancarle la piel mientras aún estaba vivo, solo por cometer la horrible equivocación de llevarse a Ranger.El tono dio tres veces y del otro lado respondió una voz mitad consternada y mitad furiosa.—¿Qué...? ¿Quién demonios es? —gruñó porque no podía ver quién lo estaba llamando, pero estaba bastante seguro de que había pagado aquel teléfono hacía solo unos minutos.—Tú tienes algo mío —sentenció Gabriella con serenidad—. Tienes algo mío y quiero que me lo devuelvas.No necesitaba ya decirle quién era, porque Umberto fue perfectamente capaz de reconocer su voz, sin embargo eso no hizo que se sintiera menos furioso.—¿¡Tú qué carajos quieres, maldit@ zorra!? —espetó sin cortarse ni un poco—. ¿¡No es suficiente que ya tenga que aguantarte delante d
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 52. Quiero uno de esos para RangerEl problema era que no estaba histérica, no lloraba, no temblaba, y para Santiago Fisterra ese era el mayor indicador de que una persona, hombre o mujer, estaba lista para hacer cualquier cosa. Y la verdad era que no se equivocaba. Gabriella estaba sentada en una de las largas bancas de aquella camioneta, donde más de media docena de personas se repartían a cada lado de una camioneta de asalto Roshell Senator de color negro. Todos repasaban lentamente los planos del lugar que estaban a punto de asaltar, todos estaban en silencio y solo de cuando en cuando surgía alguna pregunta clave que Santiago se encargaba de aclarar de inmediato. Gabriella solo esperaba, sin permitir que nadie ni nada alterara el latido pausado de su corazón. Antes de Ranger jamás había sabido cómo era querer a alguien, o al menos imaginaba que eso era lo que sentía por él. Le había dicho a Umberto que era el amor de su vida porque sabía que quizás es
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 53. un intercambioGabriela jamás había experimentado nada como aquello. Aunque debía reconocer que los lentes protegían mucho, para alguien que no estaba entrenado era una experiencia extraña, como si estuviera un poco drogada o en medio de un sismo. En el mismo instante en el que Santiago Fisterra terminó de pronunciar la palabra “uno”, las puertas que tenían por delante se abrieron con un gesto feroz, y una o dos granadas cegadoras eran lanzadas dentro de las habitaciones. Solo servían para aturdir, no eran armas letales, pero eso no significaba que no fueran absolutamente violentas. Gabriella se movió por inercia detrás de Santiago porque eso era lo que se suponía que debía hacer, era su sombra, si él se movía ella se movía detrás de él, si él iba a la derecha ella iba a la derecha, así que en el mismo segundo en que aquel estallido llenó el ambiente, el hombro de Santiago impactó contra la puerta y entraron disparando. Uno… dos… Gabriella lo vio dejar
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 54. Una mujer mal de la cabezaDel otro lado de aquella puerta, Santiago abrió mucho los ojos y miró al techo porque lo último que se le había ocurrido era que Gabriella tuviera la desfachatez de ponerse a negociar de aquella manera. ¡¿Un puto intercambio, en serio?! ¡Aquello era de novato, de mucho novato!Si lo hubiera sabido, jamás la habría dejado poner un pie sola dentro de la maldit@ estancia. Sin embargo, antes de que pudiera hacer el primer movimiento para entrar también, como amenaza, como respaldo, ya no lo sabía, escuchó la voz de uno de aquellos tipos respondiendo a la negociación. —¿Y qué te hace pensar que vamos a caer en ese estúpido juego? —espetó él y Gabriella lo miró casi con fastidio. Ranger sabía que ella no podía evitarlo, aquella mirada de apatía y de desprecio desesperaba a un santo. Pero mientras Gabriella miraba a su interlocutor de arriba a abajo como si fuera una cucaracha a la que estuviera decidiendo si debía aplastar o no, de
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 55. Hay cosas que no se le tocan a un hombreY aquello era casi poético, había que reconocerlo, porque los dos hombres con armas dentro de la estancia estaban tan rabiosos como inquietos y aún así no eran las personas más furiosas en aquella habitación.—Santiago, puedes retroceder ahora —siseó la muchacha con voz gélida.—Gabriella, ¿estás segura? —la increpó él, pero hasta podía jurar que había cierta satisfacción en su tono mientras negaba.La muchacha miró a los ojos de Ranger por un solo instante antes de negar y sonreír.—Sí lo estoy, Santiago. Estoy segura, por favor, retrocedan.Y aunque no estaba de acuerdo, eso fue exactamente lo que él hizo, porque en aquel punto tenía que entender que ella no solo era la clienta, sino que parecía ser capaz de manejar completamente la situación por más loca que fuera.Un minuto después uno de los hombres se guardaba la pistola en la cartuchera y gruñía con frustración mientras intentaba desatar los pies, y por últi
PEQUEÑA REBELDE.CAPÍTULO 56. Ranger WallisSi era sincero, Santiago Fisterra tenía que reconocer que jamás había participado en un acto de venganza, pero también comprendía que había amenazas que jamás dejaban de colgar sobre la cabeza de una persona a menos que la solucionara, y por desgracia Gabriela era el ejemplo perfecto de ese hecho.No tenía idea de cómo demonios Umberto Salvatore planeaba camuflar el hecho de que había incumplido con el pacto de no agresión que había hecho frente a Rodrigo De Navia; no sabía si pretendía sobornarlo con la herencia de Esteban Salvatore para que olvidara la afrenta; no sabía si pretendía simplemente faltar al acuerdo con los De Navia; o si faltar el respeto al mayor Keeper de Europa del Este era menos importante para él que matar a su hermana.Lo cierto era que su grado de obsesión o de malas decisiones llegaba al punto de cometer un error tan grande como aquel. Precisamente por eso sabía que no iba a detenerse nunca, y si había sido capaz de de