PEQUEÑA REBELDE, CAPÍTULO 18. Una conversación llena de... ¿tonterías?¿Que Ranger desconfiaba hasta de los pajaritos cantores alrededor de la propiedad? ¡Definitivamente! ¿Que no necesitaba ni siquiera despegar los labios para que notaran que no estaba a gusto? ¡Eso también!Pero al parecer no era el único, porque al llegar a la propiedad, Lionetta solo hizo un gesto lleno de frustración al escaso personal de servicio que salió a recibirlos, y enseguida una de las estiradas señoras, que parecían sacadas de un anuncio de villanas de orfanato, se acercó a Gabriella.—Sígame por aquí, señorita Salvatore, de inmediato la llevaré a sus habitaciones —sentenció y en el mismo momento en que Ranger dio un paso detrás de ella, la mujer levantó una mano, deteniéndolo—. ¡Las habitaciones solo son para la señorita! —declaró casi indignada—. ¡Y no está bien visto que ningún hombre se meta en ellas! ¡Sería una cosa muy indecente! ¡De ninguna manera lo dejaré pasar!Pero antes de que Ranger despegar
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 19. DEmasiada honestidadGabriela pestañeó despacio, como si de verdad no supiera qué había dicho mal, o por qué el hombre frente a ella estaba pasando por todos los colores del arcoíris para terminar en un rojo casi morado, tono furioso violento.—¿Quieres repetir eso? —la increpó como si estuviera a punto de darle una nalgada.—¿Actor porn0? —replicó Gabriell encogiéndose de hombros.—¡¿Pero tú de dónde sacas eso, condenada!? —exclamó Ranger y juraba, ¡por Dios juraba que sentía que le iba a dar como un infarto! o un ataque de pánico, o cualquiera de esas cosas que no dejaban respirar a la gente.—¿De las páginas gratis de Internet? —murmuró la muchacha.—¡Pero es que...! ¡Tienes dieciocho, como un demonio! ¡Solo eres una chiquilla! ¡No entiendo qué diablos haces viendo porn0!—Pues según tú mismo acabas de decir, para cuando tenías dieciocho, tú no veías porn0 sino que lo hacías directamente! ¡¿Entonces de qué te estás quejando!?—¡Pues de que...! —Ranger
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 20. Una futura abogadaNo era simple decirlo, pero si Gabriella tenía que elegir alguna emoción, siempre iba a preferir... ninguna emoción.Sin embargo, ese no era momento para explicar nada, así que simplemente salieron de la habitación para dirigirse a aquel despacho. Por supuesto que Ranger iba mirando alrededor, memorizando cada corredor, contando puertas, marcando esquinas, porque quizás afuera ya Max hubiera logrado identificar la mansión y hasta conseguir los planos, pero él necesitaba memorizar sobre el terreno desde una perspectiva diferente.Entre todo aquello lo que más le gustaba era que la mansión era lo suficientemente vieja como para poder atravesar una de aquellas ventanas con su propio cuerpo si llegaba a ser necesario, pero también era lo suficientemente vieja como para que cada paso se sintiera en el desvencijado suelo de madera.Y para el momento en que llegaron al despacho los dos estaban tensos pero controlados.—¡Hija, me alegro mucho
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 21. Entre la espada y la paredConfusión, consternación, miedo. Todas aquellas emociones podían leerse en el rostro de Lionetta, porque lo último que había esperado ciertamente era que la chiquilla lo respondiera de aquella forma.Gabriella la soltó con un movimiento brusco y antes de que la mujer pudiera siguiera despegar los labios fue Ranger el que se acercó.—Tú misma lo dijiste ¿no? Cuando me llamaste por teléfono, porque estoy ahora completamente convencido de que fuiste tú la que me llamó por teléfono, dijiste y cito: “Gabriella acaba de cumplir los dieciocho, tiene que venir a reclamar su herencia y todo lo demás, tiene un sitio importante que ocupar”. ¿No fue eso lo que dijiste? —siseó mirándola a los ojos.Lionetta los miró a los dos con el rostro desencajado, pero finalmente apretó los labios con un gesto de fastidio.—Tienes razón, esto no es únicamente una reunión familiar —escupió con rabia—. Gabriella ya es mayor de edad, tiene que asumir su pa
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 22. ConfusiónHabía pasado años aprendiendo a domar su parte más impulsiva, había pasado años convirtiendo todos esos malos instintos de los que hablaban los psicólogos en una pared de hielo que ni ella misma podía franquear, y aun así Gabriella juraba que en aquel momento era capaz de sacarlos todos y todos a la vez.—Esto es lo último que quieres oír, pero me va a dar un profundo placer decirlo —siseó mirando a su madre a los ojos—. Cuando todo esto termine, te garantizo que vas a haber deseado no haberme buscado jamás.Le dio la espalda dirigiéndose a la puerta porque en aquel momento no tenía absolutamente nada más que decirle a la mujer que le había dado la vida, y aun así su voz la detuvo.—Gabriella ¿qué demonios pasa contigo? ¿Por qué eres... así?Sin embargo no obtuvo respuesta, ni una sola, solo el portazo que daba Ranger al salir del despacho, y ni él ni Gabriella se detuvieron hasta que no estuvieron de vuelta en la habitación, de vuelta en el bañ
Y lo estaba, ciertamente lo estaba, porque la parte más lógica y racional dentro de él le decía que se diera la vuelta en ese mismo instante y desapareciera; y la otra, la más básica y que supuestamente había controlado a la perfección toda su vida, lo tenía allí, soltando más babas que una procesión de caracoles, mientras ella se movía de un pie a otro como si estuviera esperando que de verdad él reaccionara, o al menos le dijera qué se suponía que tenía que hacer.Por suerte esa buena memoria que tenía llegó al rescate, porque recordó que había un pequeño problema en particular con el que tenía que lidiar antes de bañarse.—Este... ya que estás aquí... mejor aprovechamos y me ayudas a quitarme el chaleco ¿no?—Sí… ya mejor de una vez ¿verdad? —carraspeó él reaccionando, pero en el mismo segundo en que Gabriella se dio la vuelta, fue como si le hubieran descargado el puño en plena frente.—¡Joder, por esto es que a los animes le sangra la nariz! —masculló poniendo los ojos en blanco
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 24. Un extraño presentimientoUn solo dedo, uno contra sus labios para que no fuera a decir ni una palabra de más, y si Ranger no hubiera estado atento a cada ruido a su alrededor habría visto cómo las pupilas de Gabriella se dilataban. Había algo en él que hacía que las piernas le temblaran, que ese corazón que siempre había ido al mismo paso controlado se acelerara de una forma insoportable.—¡Shshshsh! —susurró él tan cerca que solo la muchacha podía escucharlo—. Recuerda que sea lo que sea que tengas en la cabeza, no puedes decirlo aquí.Y quizás eso era lo más incómodo de todo, tener que meterse al baño cada vez que necesitaba decir algo, así que Gabriella se tragó aquellas sospechas, porque posiblemente esa información fuera peligrosa por el simple hecho de salir de su cabeza.Así que al tercer día, después de una dramática ley de silencio, Lionetta se apareció en su puerta como si quisiera averiguar hasta cuándo iba a durar la rudeza de su hija.—Esper
PEQUEÑA REBELDE. CAPÍTULO 25. Tradiciones familiaresParecía una princesa de cuentos de hadas, y absolutamente todos los ojos en aquella desvencijada catedral se volvieron hacia ella para mirarla. El vestido era de un color beige tan claro que casi parecía dorado, vaporoso, infantil, tierno, hasta la hacía parecer que no mataba ni una mosca. Y aun así Ranger sabía que había algo extraño hirviendo dentro de ella.Reconoció a cada uno de los hermanos Salvatore, estaban furiosos y no se molestaban en disimular que ella era una presencia que les habían impuesto. Desde los mayores hasta los más pequeños miraban con desprecio a Lionetta, que se sentó con toda la actitud en un extremo de la mesa familiar.Pero solo uno de ellos dio un par de pasos para acercarse y Ranger inmediatamente lo reconoció como uno de los gemelos mayores, Amadeo.Gabriella se detuvo frente a él mientras el tipo la miraba de arriba a abajo con sorna, como si no pudiera creer que estuviera allí, hasta que aquellas pal