CAPÍTULO 32. Un hombre despechado

CAPÍTULO 32. Un hombre despechado

Cuatro.

Lynett no estaba segura de que aquello no fuera peligroso, pero el dolor era tan fuerte que no dudó en meterse aquellas cuatro pastillas en la boca y tragarlas con un poco de agua.

Había comida en la nevera, pero su mente estaba tan embotada por la agonía que estaba pasando que apenas tenía conciencia de si el tiempo pasaba o si estaba comiendo o no.

—¡Elijah!... ¡ELIJAH MALDIT@ SEA… ELIJAH! —gritó desesperada golpeando contra la puerta del despacho, a la tercera o la cuarta noche, ya no lo sabía.

Apoyó la frente contra la puerta y sollozó sin poder evitarlo, se sentía tan mal que sentía que solo saldría de allí en un ataúd.

—¡Te juro que no estoy embarazada! ¡Te lo juro por la memoria de mi padre! ¡Elijah! —gritó golpeando la puerta—. ¡Tienes que llevarme al hospital…! ¡Tienes que sacarme de aquí! ¡Por favor…! —las lágrimas corrían por sus mejillas desconsoladas—. ¡Te lo suplico, sácame de aquí… me duele mucho! ¡Elijah no estoy embarazada! ¡T
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