_ Levántate. _ le ordenó, él siempre ordenaba _ Yo te llevaré.
No necesitaba ser un genio para comprender que en el estado de zozobra en que se hallaba, la mujer no debía conducir. La casa de la familia Carson quedaba a unos cinco kilómetros del puerto, y en todo el trayecto el italiano siguió devanándose los sesos.
Entendía cuánto significaba Lía para Katherine, tanto como la pequeña Flavia o cualquiera de sus hermanos para él, y estaba seguro de que la muerte de su bebé recién nacida la había devastado, pero eso no era asunto suyo. No la conocía, en tres años no había conocido a ningún familiar de la que había sido su amante, pero algo era seguro: Kathy no podía valerse de la amistad que aún compartían para pedirle que educara a su hermana.
“Sí, educar, no hay otra forma de decirlo.”
Su carácter era capaz de hacer reaccionar a la manada de lobos que tenía en casa, pero Lía estaba lejos de ser un lobo, y si en algo compartía genes con su hermana, entonces no tendría una belleza despreciable… ¡De cualquier manera era una mujer, y él no permitía que se quedaran mujeres en su casa!
Kathy pareció adivinarle el pensamiento.
_ Tampoco es que vayas a convertirla en tu amante… _ intentó protestar.
_ ¡Por favor! _ replicó él con acento de concentrado enojo _ No se me pasaría por la cabeza acostarme con tu hermana. ¿Por qué demonios sigues insistiendo?
_ Porque quiero que se recupere. _ musitó ella con la mirada llena de involuntarias lágrimas _ He tratado de hacerla reaccionar de todas las formas posibles, sin conseguir nada, y sólo se me ocurren medidas más drásticas. Tú… de alguna forma logras que la gente te obedezca. Eres fuerte en cada aspecto de tu vida, hasta en…
_ Hasta en el sexo. _ terminó él _ Lo entiendo Katherine, puede ser saludable que alguien entable con ella una relación que no sea de absoluta lástima, alguien que no la compadezca, que la obligue a levantarse. _ tomó una larga bocanada de aire y luego suspiró _ Pero ese es trabajo de su marido, querida, debes entenderlo.
La mujer a su lado volvió a negar con la cabeza, con exasperante perseverancia, y en esta ocasión le perdonó su terquedad, Lía era su hermanita pequeña, a la que prácticamente había criado tras la muerte de sus padres cuando aún eran muy jóvenes las dos
_ ¡Él no puede ayudarla, lo sé!
El italiano optó por guardarse sus respuestas. Estaban llegando a la casa y el asunto que se planteaban era más urgente. La señora que hacía la limpieza en la residencia salió a recibirlos y fue Johan quien le habló.
_ ¡Loreta! ¿Cómo es eso de que Lía ha desaparecido?
_ Lo siento, señor. _ se disculpó la mujer. Debía rozar los sesenta años y tenía la cara desencajada de terror _ La dejé sola unos segundos, mientras desocupaba el cuarto del bebé… ¡y entonces ya no la vi!
Johan lanzó por lo bajo una maldición y se dirigió a la casa, al parecer dispuesto a revolverlo todo mientras Katherine corría tras él, gritándole con un acento que denotaba su herida sensibilidad.
_ ¿Mandaste a desocupar el cuarto del bebé?
Él se limitó a no contestarle y siguió caminando.
Ian hizo un gesto de natural intolerancia y metió las manos en sus bolsillos, consciente de que era el único que conservaba la ecuanimidad. Entrecerró los ojos un segundo valorando las posibles rutas de escape, y luego se volteó hacia la señora del servicio, que se había quedado a su lado con actitud mohína.
_ Perdone _ intentó llamar su atención _ ¿Dónde han puesto las cosas que estaban en la habitación del bebé?
_ En el trastero, señor. Al fondo de la casa. _ fue la respuesta.
Ian dudó un instante y luego se encaminó con paso decidido hacia el trastero. No era más que un viejo cuarto de mampostería a más de treinta metros de la residencia principal, pero a medida que se acercaba escuchó un murmullo bajo, cadencioso y dulce, como el de una canción susurrada al oído.
Empujó la puerta de madera, y lo que vio le heló la sangre y lo dejó sin palabras.
**********
Era pequeña, pequeña y menuda, y rubia como un sol de primavera. Resultaba difícil creer que aquella muchachita de ojos perdidos tuviera veinticuatro años. Con razón Katherine seguía hablando de ella como si fuera una niña. Pero los ojos marchitos la delataban.
Sentada en la mecedora, con suaves cojines a la espalda, Lía cantaba una canción de cuna para la cuna vacía que tenía enfrente. Era la criatura más indefensa que Ian había visto en su vida, pero había algo… aquella mujer tenía algo que convirtió el escalofrío que le subía por la espalda en un latigazo de deseo.
Una sensualidad latente emergía en cada movimiento de sus labios, en la curva deliciosa del cuello, provocativamente ladeado, en aquella semi desnudez que se transparentaba en el fino camisón de dormir. El cabello suelto y lacio le llegaba casi a la cintura, y tendido sobre su pecho, invitaba a acariciar aquella nuca descubierta, aquella piel blanquísima.
Ni siquiera se inmutó mientras Ian se acercaba despacio, era como si el resto del mundo no existiera, solo ella y la mecedora, ella y la cuna.
_ Señora Carson. _ la llamó sin obtener respuesta _ ¡Lía!
Pero Lía estaba perdida en algún punto desconocido desde hacía casi tres meses.
El leve camisón se le pegaba al cuerpo, que se podía adivinar completamente exquisito. Las piernas largas, suavemente torneadas, la cintura estrecha, las caderas provocativas, delineadas, los pechos firmes y ligeros. No llevaba sujetador, y la tela moldeaba con delicadeza las pequeñas terminaciones rosadas.
“¡Diablos! ¿Y yo qué hago fijándome en eso?”
Sus manos eran pequeñas y muy blancas. Todo en Lía era blanco y pequeño, como de muñeca. Ian se sentó a su lado y la escuchó cantar. Tenía los labios carnosos y de un rosa tan fuerte como no había visto otros, y por un segundo el italiano se perdió en el abismo negro que eran sus ojos. Se mordió el labio inferior, intentando contener el cúmulo de reacciones físicas que le provocaba, y se confirmó que sería imposible tener en su casa a una mujer así sin querer meterla en su cama.
Alargó la mano para rozarle los dedos, que descansaban sobre un brazo de la mecedora, y el contacto con su piel, extrañamente cálida y sensual, fue otro castigo para su autocontrol. Movió la cabeza con brusquedad, intentando alejar sus pensamientos, y entonces la muchacha volvió el rostro, clavó en él aquellos ojos de océano en tormenta y lo dejó paralizado.
“Hermoso…”
Lía sintió el contacto de su mano y supo que estaba menos sola. No conocía a aquel hombre, pero era hermoso. Pupilas azules, cabello dorado cobrizo que le llegaba casi a los hombros, y una insipiente barba tan… tan semisalvaje. La línea de sus labios era perfecta, acentuada por la mandíbula cuadrada y poderosa. Era un desconocido, un desconocido de férreos músculos que se presentían bajo la ajustada camiseta negra y los vaqueros desteñidos.
Un desconocido que de repente empezó a tararear la canción y seguirla a su compás. A Lía le temblaron los labios cuando escuchó su voz, cargada de una sensualidad electrizante, que la hizo entrelazar sus dedos con los de él y apretarlos con fuerza.
“Hermoso… y desconocido…” Fue lo último que su mente le ronroneó antes de cerrar los ojos y seguir cantando muy bajito. Ian hizo un esfuerzo sobrehumano para no estrecharla cuando vio el estremecimiento ligero de su boca.
“¡Dios, es tan bella! ¡Y tan frágil! No entiendo cómo la han dejado llegar a este estado.”
Katherine tenía razón: necesitaba un cambio drástico, un choque para su inmovilidad, un latigazo de emoción que la devolviera a la realidad de alguna manera. Acercó la boca al dorso de su mano y la rozó con una húmeda caricia antes de ponerse a cantar con más convicción. Una nana. Era lo que necesitaba, entonces era lo que le daría.
Y justo en ese instante notó la leve inclinación en las comisuras de sus labios. Lía sonreía quedamente, aferrada a sus dedos.
Detrás de él la puerta anunció con un chillido la llegada de visitantes. En el umbral Kathy permaneció muda, y Johan pegó un puñetazo en el marco de la puerta con absoluta exasperación, haciendo en realidad más daño a su puño que a la madera.
_ ¡Esto ya ha ido demasiado lejos! _ gruñó _ ¡Lo siento, Kika, pero mañana voy a internar a Lía!
_ ¿Qué? _ la pregunta de Katherine no expresaba sorpresa, sino indignación _ ¿Cómo que la vas a internar?_ Pues eso, precisamente. Ya hice los arregl
Katherine no se movió. Por un segundo creyó que no podría respirar y luego dejó escapar un suspiro, aliviada._ No lo haré. _ murmuró, como si esas ocho palabras de Ian le hubieran devuelto de un tirón todas las esperanzas _ Confío en ti._ ¿Estás consciente de lo que esta decisión significa? _ preguntó él, co
El salón principal de la casa era amplio, iluminado. A su alrededor doce ventanales enormes ofrecían un paisaje exquisito. Silencioso, relajante. Las puertas del fondo daban a la terraza, y la terraza al mar. Pero conocer aquel pequeño universo no parecía entrar dentro de los intereses inmediatos de su invitada; de modo que Ian la acomodó en uno de los sillones y regresó a la camioneta por sus cosas.Sombra lo esperaba afuera con actitud expectante, le acarició la cabeza y el lobo le obsequió un lengüetazo de cariño. Lo habí
_ Lía ¿puedes bañarte sola?Su silencio fue una clara respuesta, pero aun así no se atrevió a tocarla. Tenía el desamparo emocional de una chiquilla, pero su cuerpo era el de una mujer, el de una muy sensual mujer. Inclinada sobre el borde de la bañera, hacía círculos en el agua con las puntas de los dedos, y frente a ella estaba Ian, sin saber qué hacer, preguntándose qué tenía aquella mujer que no podía simplemente desnudarla y meterla en el baño.
Era viernes. Hacía solo cinco días que Lía estaba allí y el italiano casi podía decir que no había alterado mucho su rutina… salvo porque tenía que vigilarla siempre, darle de comer, bañarla, sacarla de paseo, cuidar de sus cosas... ¡Era un maldito amo de casa!El tiempo, sin embargo, se le iba volando. Ella continuaba dista
_ ¡Lía!Despertó sobresaltado. De repente le martillearon en la cabeza las palabras de Johan: “Llevo tres meses sin dormir, no descanso, tengo que estar vigilándola a toda hora porque me da miedo que vaya a hacer alguna estupidez…”
Ian se desperezó mentalmente, tratando de alejarse. Pero ella sintió la barrera de aire cruzando entre los dos cuerpos y se negó, no quería que se fuera, no quería perder aquella sensación de tenerlo cerca, de ser acariciada. No quería dejar ir aquel olor, aquellas manos, aquellos ojos azules atormentados que la miraron con el más irrefrenable deseo.Más allá de la niebla estaba esa sensación de excitación profunda que la embargaba, y no quiso desprenderse de ella.
Ian se apoderó de su cintura con un brazo y la levantó hasta dejarla a horcajadas sobre él. Sentado en la cama, sin salir de su cuerpo, prendido de su garganta, de sus pechos, del lóbulo de su oreja… Cada movimiento era una espiral de deseo que se rompía, que los golpeaba, que los arrastraba con una fuerza que ninguno de los dos había conocido hasta entonces._ Lía, mírame. _ le suplicó, porque a pesar de tenerla, temblorosa y entregada como ninguna otra amante se le había entregado jamás, Ian estaba aterrorizado, a