CAPÍTULO 4

Katherine no se movió. Por un segundo creyó que no podría respirar y luego dejó escapar un suspiro, aliviada.

_ No lo haré. _ murmuró, como si esas ocho palabras de Ian le hubieran devuelto de un tirón todas las esperanzas _ Confío en ti.

_ ¿Estás consciente de lo que esta decisión significa? _ preguntó él, convencido de que, aunque aquel era su último recurso, ella no había valorado las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer.

_ Solo quiero que vuelva a ser feliz. _ fue su respuesta, como si aquella fuera la única justificación posible para dejar a su hermana en manos del italiano. _ Quiero que supere todo esto.

Ian asintió con la cabeza, sintiendo con cada movimiento el aliento tórrido de Lía sobre su garganta.

_ ¿Y has pensado en lo que significa para mí?

Kathy apretó las mandíbulas y frunció el ceño, pero no desvió los ojos de la carretera mientras se dirigía al extremo menos habitado de la isla.

_ Sé que estoy coartando tu libertad. _ le dijo por fin _ Sé que las mujeres no duermen en tu casa.

Por un segundo Ian se preguntó si eso había llegado a molestar a Katherine, pero los dos sabían que no. Nunca habían sido más que un instrumento de desahogo sexual el uno para el otro, y esa era la razón por la que conservaban aún una amistad tan estrecha.

_ ¿La convertirás en tu amante? _ preguntó ella de repente.

_ ¡No, por Dios, es tu hermana! ¡Soy un mujeriego pero algo de ética me queda todavía! _ le gruñó Ian _ ¡Además puedo asegurarte que en lo que menos está pensando Lía ahora mismo es en el sexo!

Se hizo un silencio incómodo hasta que la Navigator dio un giro a la derecha en un recodo de la carretera, y recorrió los setecientos metros de empedrado que terminaban en el portón de la casa. Cuatroscientas hectáreas que se extendían desde una larga franja de mar y que abarcaban un espacio considerable de la selva. Era su mayor refugio, suyo y de cualquiera de sus hermanos cuando se decidían a abandonar por algunos días el estrés de la civilización.

_ Mmmm _ Lía acarició un gemido somnoliento y volvió a estrecharse contra él.

Tenía las rodillas a la altura del pecho y parecía una pequeña madeja sentada sobre sus piernas. En ese instante justo cayó en cuenta de que se la había llevado tan cual estaba: descalza y en camisón de dormir.

Presionó un botón en la camioneta y el portón eléctrico se abrió con un chillido estridente. Dieron una vuelta más en el camino y se detuvieron a pocos metros de la casa. Dieciséis habitaciones y un aura de mansión patriarcal la elevaban a la categoría de obra de arte.

A lo lejos, Ian escuchó el aullido de Sombra, y supo que en pocos minutos sus siete lobos rodearían el auto y los acompañarían hasta la residencia. Un trozo de selva, un trozo de mar y sus lobos. Aquel era su lugar en el mundo.

_ Cuando lleguemos quiero que le hables directamente. _ le dijo a Kathy _ Es probable que no te preste atención, pero igual hazlo. Dile que somos amigos, que no podrás verla por un tiempo y que se quedará a vivir conmigo, pero nada más. _ de cualquier manera dudaba que ella preguntara al respecto. _ Escúchame bien, Katherine: si en unos minutos Lía decide que no quiere quedarse, habrás conseguido al menos una reacción por su parte. Si se queda, entonces intentaré darle lo que necesita, pero al cabo de dos meses te la llevarás de aquí, esté como esté. ¿De acuerdo?

Oyó a Sombra, Rama y Fao deslizarse con inusitada velocidad entre la maleza, ya estaba acostumbrado a su paso silencioso. Los machos habían salido de caza.

Kathy bajó del auto junto a la glorieta que adornaba el pórtico y él bajó detrás, dándole a Lía una pequeña sacudida para despertarla. La muchacha abrió los ojos antes de ser depositada en el suelo de baldosas, con la espalda recostada al muro de la fuente, pero su expresión no sufrió ni el más ligero cambio.

_ Lía, nena, _ le susurró su hermana con voz estrangulada, acuclillándose a su lado _ voy a dejarte con un buen amigo mío. Es probable que no nos veamos en algún tiempo, pero él cuidará de ti. Te quiero.

Luego se levantó y se metió en la camioneta con gesto nervioso. No sabía lo que estaba haciendo, pero debía confiar en él. Debía confiar.

“Ahora tiene que lograr lo mismo con Lía.” Pensó.

**********

Las hembras se habían quedado en casa y llegaron primero. Luna, Maya y Kinan hicieron círculos alrededor de Ian con alborozo. Sammy se le acercó con un paso más sosegado, más austero, la maternidad la había tornado seria. En tres semanas tendría a sus cachorros, y se notaba el agotamiento que aquel vientre abultado le provocaba.

Lía continuaba sentada en el suelo, abrazando sus rodillas con un gesto de desorientación. Era evidente que la habían sacado de su zona de confort y que no tenía idea de dónde estaba, pero eso no la hizo reaccionar ni más ni menos.

Mientras los lobos se acercaban aprisa, Ian les vio manchas de sangre en el pecho y las patas delanteras, habían conseguido presa esta vez. Sombra era el macho alfa de la manada y sabía que cumpliría sus expectativas. Con el tiempo se había acostumbrado a Katherine, pero su hermana era una perfecta desconocida para el animal, y su reacción fue inmediata. Miró a su dueño, esperando una orden suya para detenerse, pero el italiano no se la dio.

Su primer gruñido fue hosco y fiero, y la manada no titubeó, no cuando sabían que tenían permiso del amo. El coro de aullantes amenazas hizo que Lía se estremeciera, los músculos tensos, la respiración entrecortada y vacilante. Con siete juegos de colmillos a treinta centímetros de su rostro abrió los ojos, espantada, pero no se movió.

Tal vez aquella era una de las cosas más difíciles que haría por ella, pero su confianza era la base sobre la que debería sustentar todo de ahí en adelante. Ian tenía que conseguirla de manera irrevocable e inmediata, antes de que Katherine se fuera, de lo contrario le pediría que se la llevara.

Levantó dos dedos de su mano derecha en un gesto casi imperceptible. Los gruñidos cesaron en un instante, pero la muchacha no relajó su expresión. Tenía miedo y era normal. Nadie en su sano juicio no temería a siete lobos adultos, de modo que Ian lo tomó como una buena señal. Se apartó unos pasos de ella y le tendió la mano.

_ Vamos. _ le ordenó con tono autoritario, aunque no carente de dulzura.

No la levantó, no la acunó entre sus brazos como habría deseado… Eso no era lo que necesitaba ahora. Lía tenía que levantarse por sí misma, andar, y tenía que hacerlo aunque fuera solo impulsada por su instinto de supervivencia.

Ella lo miró con los ojos perdidos, pero no se movió.

Ian cerró en un puño los dos dedos que tenía levantados, y mientras se alejaba un poco más los gruñidos se reanudaron doblemente feroces. La escuchó gemir, con los labios entreabiertos, jadeando, al borde del terror, encogiéndose contra la piedra dura de la fuente. Estaba sufriendo, pero era necesario.

Lía era un nuevo cachorro en entrenamiento, debía obedecer por su propia seguridad, por su propia felicidad. Debía comenzar por obedecer. Por desgracia, era más fácil disciplinar un cuerpo que un alma.

Los lobos volvieron a callar tras otra señal de su amo, y él extendió la mano de nuevo, y de nuevo la llamó.

_ Vamos.

Estaba más lejos que antes, y la barrera de lobos los separaba. Lía hizo un gesto leve pero siguió sin ponerse de pie, parecía como si  se hubiera fundido con la piedra. El italiano le dio la espalda otra vez para alejarse, y esta vez se aseguró de que viera que le había dado una orden a Sombra.

El lobo gris se lanzó hacia adelante con un gruñido sordo y rabioso, y Lía dejó escapar un grito ahogado. El animal estaba a cinco centímetros de su rostro, con los belfos levantados, y ella se perdió en los ojos dorados de lobo. La reacción instintiva de cualquier persona a un ataque como aquel habría sido cubrirse la cara con las manos, intentar escapar… pero la muchacha no lo hizo. Se inclinó hacia adelante, cada vez más cerca de la mojada nariz de Sombra, y de alguna manera deseó poder tocarlo.

“Salvaje… libre –sonrió internamente – No se toca… libre… no se to…” Fue todo lo que alcanzó a cavilar.

Ian se aseguró de que viera también su próxima señal y los lobos callaron, pero sin serenarse. Él volvió a ofrecerle su mano, ahora a cinco metros de distancia, y su voz superó cualquier autoridad que alguien hubiera usado antes en su presencia.

_ ¡Lía, vamos!

El primer movimiento fue casi imperceptible. Ella apoyó los dedos en las rocas de la fuente y se puso en pie con lentitud, mirando a un tiempo a los lobos y a Ian, dio un paso diminuto en su dirección y el semicírculo de animales se abrió poco a poco para dejarla pasar. Entonces él hizo su jugada más riesgosa.

Fue solo para Luna y Kinan, las hembras eran siempre más convincentes. Abrió completamente la mano sin que Lía lo notara, y Kinan le lanzó la primera dentellada a los tobillos. Apenas la rozó, pero la saliva caliente de la loba la hizo contener el aliento y quedarse inmóvil.

_ ¡Vamos! _ le ordenó Ian de nuevo _ Ven.

“¡Muévete, vamos… camina!”

Lía empezó a andar de nuevo entre las dos filas de lobos. Un nuevo amago de mordida por parte de Luna la obligó a retirar el pie instintivamente, pero ya no se detuvo. El hombre le tendió el dorso de la mano y la muchacha enlazó con ella sus pequeños dedos, con más fuerza en esta ocasión, palma contra palma.

Muy despacio Ian empezó a cantar, y fue ella quien tarareó entonces, siguiéndolo, con un coro de aullidos de fondo. Mientras caminaban hacia la casa, Lía no miró atrás ni una sola vez.

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