Levantó la vista y se perdió lejos, lejos, donde el mar devoraba ferozmente la roca.
_ ¡Te lo suplico, Ian, hazlo por mí!
Intentó escapar de su voz, de su entera figura sentada frente a él en un café de segunda del puerto de Cozumel, pero su insistencia terminó por devolverlo a la realidad. ¡Siempre era difícil escapar de Katherine! El italiano le dedicó una mirada de dos segundos: treinta años, morena, de cabellos revueltos y con un cuerpo por el que cualquier modelo hubiera matado.
_ ¡Suficiente, Katherine, no me suplicabas así ni cuando teníamos sexo!
_ Te suplicaré si es lo que quieres. _ intentó seducirlo ella, y de repente se hizo demasiado obvio que aquel era el único lazo que los unía _ Ian, estuvimos juntos hace tres años y desde entonces hemos sido amigos. ¡Ayúdame, te lo imploro!
Cierto, amantes, y ahora Kathy dirigía la galería de arte, propiedad del imperio Di Sávallo, donde él exponía. Había sido una buena amante, alegre, desinhibida, y sobre todo casada, con dos hijos y adulta. Lo suficientemente adulta como para entender lo que a tantas mujeres les costaba: que nadie se quedaba en su casa, que no quería relaciones serias y sobre todo, que no se hacía responsable de sí mismo cuando tenía delante una mujer hermosa.
_ Tengo treinta y un años _ replicó _ mucho trabajo y la vida resuelta, perfectamente equilibrada. Lo que menos necesito es complicarme con Lía.
_ ¡Pero ella lo necesita!
“El diablo se la lleve.”
Rugió internamente mientras en su cabeza amenazaba borrasca. No era un hombre egoísta, Dios sabía que no, pero ceder ante la petición de Katherine sería lo más absurdo que hiciera en treinta años.
Cozumel cantaba con euforia las primeras horas de la tarde, y docenas de turistas curiosos vagaban por el puerto de la pequeña isla. Ian la había visitado hacía casi una década, y acostumbraba desde entonces a pasar largas temporadas en la residencia que había adquirido en uno de los extremos más apartados.
Cámara al hombro, se había enamorado de la selva y del mar. Amaba la serenidad, las lenguas de agua salada y caliente frente a su casa, el estilo de vida semisalvaje que llevaba y sobre todo su libertad. Veintiséis grados de temperatura y una paz que solo rompía el graznido de una garceta azul o los aullidos de sus lobos.
Se llevó dos dedos a la sien. Katherine debía estar desesperada para pedirle que usara la fuerza de su carácter para controlar a Lía. Ambos sabían de sobra que era un hombre extremadamente dominante, y si ella hubiera conocido al resto de su familia se habría convencido aún más: donde un Di Sávallo mandaba, todo el mundo corría a obedecer.
Pero por lo pronto él era sólo Ian Blake, un desconocido al que la prensa no molestaba, y no pensaba alterar su modo de vida ni por Katherine ni por amantes mejores.
_ Quisiera ser la solución, querida, pero no lo soy. _ dijo cruzándose de brazos _ Sé que la pérdida de un hijo es un golpe fatal para cualquier familia, y que alguien debe apoyar a Lía para que se recupere, pero ¿no crees que la forma en que quieres hacerlo pueda resultar un poco… perjudicial para ella? Lía está triste, está débil, necesita cariño y paciencia, no disciplina.
Hizo todo lo posible por que su voz le llegara afable y conciliadora. Estaba lejos de imaginar un sufrimiento semejante, y la insensibilidad no formaba parte de sus muchos defectos.
_ ¡Lo he pensado, por supuesto que lo he pensado! _ Katherine se ahogó con cada palabra _ Si recurro a ti es porque no he visto otra salida. Lía ha tomado un camino que solo puede conducirla a la autodestrucción, y tengo miedo. ¡Dios mío, tengo tanto miedo! Necesita salir de aquella casa, necesita una mano fuerte que la guíe, que la obligue a vivir.
_ ¿Y por qué yo?
_ ¡Porque no conozco a nadie tan autoritario como tú! _ Ian sonrió internamente; ella jamás pensaría lo mismo si se topaba con Marco, o con Fabio. _ ¡Lo último que necesita es alguien que la trate con lástima y sé que tú no lo harás!
Durante unos segundos se debatió entre lo que no quería y lo que no debía hacer, que era lo mismo, y tomó su decisión: la más egoísta tal vez, pero la más sabia.
_ No lo haré. _ en esta ocasión fue categórico. Se levantó de la mesa y dejó un billete junto a la taza de té caliente a medio terminar _ Sabes que siento un aprecio muy especial por ti, pero me temo que no puedo ayudarte.
_ ¡Ian, por favor! Al menos unos días…
_ ¡Basta! _ y aquella determinación le recordó quién era, aunque en aquella islita nadie tuviera idea de su verdadera identidad _ ¡Basta, Katherine! ¡Ni días ni horas! ¡No voy a llevar a tu hermana a vivir conmigo!
**********
Katherine quiso hacer un ademán para detenerlo, pero se contuvo. Si en algo conocía al italiano, estaba segura de que no cambiaría de opinión, ni por ella ni por nadie. Ian Blake era un hombre de pocas palabras, tan pocas que ella apenas sabía algo sobre él: era un magnífico artista de la fotografía, nacido en Florencia, con muchos hermanos a los que visitaba con regularidad, y altamente propenso a hacer sus maletas y perderse con sus lobos cuando nadie lo esperaba.
Eso era todo y a Katherine no le molestaba saber tan poco sobre su vida. Le bastaba con conocer su carácter, y estaba convencida de que era el único que podía sacar a Lía de aquel letargo doloroso.
Un metro noventa de estatura y noventa y dos kilogramos de un espíritu irreverente, que no flaqueaba ante nada. Ian era recio en todos y cada uno de los sentidos de la palabra, tal vez por eso y solo por eso, estar unos días junto a un hombre acostumbrado a ser obedecido hiciera bien a su hermana. Pero su convencimiento no alcanzaba, y sabía que no había conseguido más que molestarlo.
Él se dio la vuelta para marcharse. El hecho de que Katherine hubiera sido su amante lo hacía tratarla con cierta consideración, pero se había extralimitado, justificada o no por su pena. ¡Pedirle que cuidara de Lía por algunas semanas era una estupidez!
_ ¿Kika?
En medio de su exabrupto no se habían percatado de que alguien se acercaba a ellos, y a sus espaldas la voz firme de un hombre los sorprendió.
_ ¡Ah…! Hola Johan _ Katherine saludó al recién llegado con un gesto áspero de la mano, recuperando al instante el dominio de sí misma.
Ian notó la incomodidad latente que se expandía como una niebla gélida, y no pudo menos que sentirse intrigado por la interacción familiar. Resultaba obvio que eran parientes, solo sus más allegados llamaban Kika a la directora de Gálagas; sin embargo, la descubrió tensando los músculos para forzar una sonrisa, y comprendió que el encuentro no le resultaba particularmente agradable.
_ Johan, él es Ian Blake, es uno de los artistas más vendidos de la galería _ lo halagó en las presentaciones _ Y él es Johan Carson, mi cuñado. _ sin halagos.
El italiano era de naturaleza curiosa, y de repente alargó la mano para saludar al señor Carson. Un apretón fuerte y sincero, cargado de esa confianza innata con que los hombres de mando se desenvolvían. No parecía en absoluto la clase de sujeto que no pudiera lidiar con los conflictos de su esposa.
“Vete, Ian, estás a tiempo.” Se dijo, y en el mismo segundo se desobedeció.
_ ¿Un café? _ preguntó, sabiendo que Katherine agradecería que se quedara a su lado.
Johan titubeó un momento pero terminó aceptando. Se dejó caer con desgana en una de las sillas de mimbre y se mesó los cabellos, inquieto. Su rostro era taciturno y preocupado, como el del hombre que ha padecido un largo insomnio.
_ No puedo quedarme más que un minuto, pero gracias. Kika, necesito hablarte luego… ya sabes, sobre Lía.
Los dedos de Katherine perdieron todo vestigio de autocontrol y se retorcieron ocultos en su regazo. Después de sus dos hijos, su hermana era la persona más importante de su vida, su amiga, su zona de confort.
Ian se sorprendió de que Johan mencionara un asunto tan delicado frente a él, que después de todo era un completo extraño, y lo exasperó el hecho de que eso no lo detuviera.
_ ¿Qué sucede con Lía? _ la ansiedad en el tono de la mujer era más fina que la más fina de las dagas.
Su cuñado dudó un segundo y luego se encogió de hombros, como si no tuviera importancia el hecho de poner a un desconocido al tanto de las interioridades de su hogar, y el gesto de mordaz indiferencia lo transformó en un instante ante los ojos del italiano.
_ Ya no sé qué hacer con ella, Kika, cada vez está peor.
_ Tienes que entenderla y ayudarla. _ el acento de Katherine se volvió de repente autoritario. Sobraban las lágrimas y la autocompasión _ Acaba de perder a su bebé, tienes que ser paciente.
_ A nuestra bebé, Kika. _ la corrigió él, pero sus ademanes no pasaron de reflejar una profunda apatía _ También era mi hija.
_ ¡Pero tú no la llevaste en el vientre durante nueve meses! Lía necesita sanar y debes darle tiempo.
Johan jugó con la taza de café negro que le había traído la mesera.
_ Han pasado casi tres meses. _ murmuró, perdiéndose en los círculos que dibujaba en el líquido oscuro con la cucharilla _ Lo siento…
_ ¿Qué? ¿Qué sientes?
Y como sus lobos, Ian pudo oler la furia del vendaval que se avecinaba.
_ No puedo seguir con esto.
_ ¡Johan! ¿Con qué no puedes seguir? ¿Qué quieres decir? _ lo increpó Katherine.
La mesa tembló con el silbido estridente del celular y el señor Carson atendió la llamada con gesto severo, la frente recta, los dientes apretados. ¿Quién podría pensar que no era capaz de ayudar a su esposa? Tenía la fuerza de carácter, Ian sabía reconocer eso mejor que nadie.
_ Estoy allí en cinco minutos. _ declaró y se volvió hacia Kathy con la confirmación del desastre reflejada en el rostro _ Será mejor que vengas conmigo, Lía desapareció.
A la mirada de espanto de Katherine, Ian respondió con la seguridad que se precisaba._ Levántate. _ le ordenó, él siempre ordenaba _ Yo te llevaré.No necesitaba ser un genio para comprender que en el estado de zozobra en que se hallaba, la mujer no debía conducir.
_ ¿Qué? _ la pregunta de Katherine no expresaba sorpresa, sino indignación _ ¿Cómo que la vas a internar?_ Pues eso, precisamente. Ya hice los arregl
Katherine no se movió. Por un segundo creyó que no podría respirar y luego dejó escapar un suspiro, aliviada._ No lo haré. _ murmuró, como si esas ocho palabras de Ian le hubieran devuelto de un tirón todas las esperanzas _ Confío en ti._ ¿Estás consciente de lo que esta decisión significa? _ preguntó él, co
El salón principal de la casa era amplio, iluminado. A su alrededor doce ventanales enormes ofrecían un paisaje exquisito. Silencioso, relajante. Las puertas del fondo daban a la terraza, y la terraza al mar. Pero conocer aquel pequeño universo no parecía entrar dentro de los intereses inmediatos de su invitada; de modo que Ian la acomodó en uno de los sillones y regresó a la camioneta por sus cosas.Sombra lo esperaba afuera con actitud expectante, le acarició la cabeza y el lobo le obsequió un lengüetazo de cariño. Lo habí
_ Lía ¿puedes bañarte sola?Su silencio fue una clara respuesta, pero aun así no se atrevió a tocarla. Tenía el desamparo emocional de una chiquilla, pero su cuerpo era el de una mujer, el de una muy sensual mujer. Inclinada sobre el borde de la bañera, hacía círculos en el agua con las puntas de los dedos, y frente a ella estaba Ian, sin saber qué hacer, preguntándose qué tenía aquella mujer que no podía simplemente desnudarla y meterla en el baño.
Era viernes. Hacía solo cinco días que Lía estaba allí y el italiano casi podía decir que no había alterado mucho su rutina… salvo porque tenía que vigilarla siempre, darle de comer, bañarla, sacarla de paseo, cuidar de sus cosas... ¡Era un maldito amo de casa!El tiempo, sin embargo, se le iba volando. Ella continuaba dista
_ ¡Lía!Despertó sobresaltado. De repente le martillearon en la cabeza las palabras de Johan: “Llevo tres meses sin dormir, no descanso, tengo que estar vigilándola a toda hora porque me da miedo que vaya a hacer alguna estupidez…”
Ian se desperezó mentalmente, tratando de alejarse. Pero ella sintió la barrera de aire cruzando entre los dos cuerpos y se negó, no quería que se fuera, no quería perder aquella sensación de tenerlo cerca, de ser acariciada. No quería dejar ir aquel olor, aquellas manos, aquellos ojos azules atormentados que la miraron con el más irrefrenable deseo.Más allá de la niebla estaba esa sensación de excitación profunda que la embargaba, y no quiso desprenderse de ella.
Último capítulo