Capítulo 36

Regresar a la fiesta después de esa conversación —o lo que sea que fue eso— se siente como intentar nadar contra la corriente con la ropa puesta. Me rehúso a mirar a Alejandro mientras volvemos al salón. Ni una palabra, ni un gesto. Solo el eco de nuestros pasos sincronizados sobre el mármol del pasillo, los dos fingiendo que el aire no está cargado de tensión mal resuelta y palabras que se nos quedaron atragantadas en la garganta.

Las luces me reciben como una bofetada. La música ha cambiado, más animada ahora, y el salón parece incluso más lleno que antes. Los invitados beben, charlan y ríen, como si el mundo no se hubiera tambaleado hace apenas minutos en un rincón oscuro.

Alejandro coloca su mano en la parte baja de mi espalda para guiarme, y aunque ese gesto suele ser elegante y ensayado… esta vez me quema. Porque sé cómo se sienten sus manos. Sé lo que provocan. Y por más que quiera alejarme, mi cuerpo todavía lo recuerda.

Me dejo llevar de vuelta hasta nuestra mesa, donde una c
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