Capítulo 3: Lo que trae el viento.

En la mansión de los bosques de Muniellos, los vientos comenzaban a soplar en dirección contraria. Ayla observaba frustrada como los lobos de la manada London, parecían inquietos ante el soplar de aquel viento que arrastraba malos augurios. Habían pasado ya siete años desde que tomó el lugar de la Luna Génesis para ser la nueva Luna del Alfa Artem, sin embargo, no había podido darle un solo heredero. De su vientre muerto, nada había nacido.

Escuchando entrar a su nana loba, la miró con frustración. Artem nuevamente había faltado a su palabra.

— ¿Ya ha regresado el Alfa Artem? — cuestionó la loba de piel morena y ojos verdes.

La Nana negó.

— El Alfa Artem no va a regresar pronto, no hasta que encuentre a su verdadera Luna. — respondió.

Furiosa, la luna infértil arrojó la polvera que se hallaba sobre su tocador.

— ¡Yo soy la verdadera Luna del Alfa Artem! — gritó.

Aquella vieja loba no se inmutó.

— Eso no es verdad, después de todo…no le has dado un heredero al Alfa. — respondió.

Furiosa, la Luna Ayla salió de aquella habitación. Haría lo que fuera por mantener al Alfa Artem, aún así tuviera que cometer un sacrilegio.

En su habitación, Génesis se miró en el espejo. Sus ojos violetas destellaron como aquella noche en que fue rechazada por su Alfa destinado. Tomando aquella vieja caja de madera, tomó aquel collar que durante todos esos años mantuvo oculto. Aquella joya; la única reliquia familiar de su familia, tenía la función de mantenerla a salvó de todo peligro, y como si sus instintos dormidos despertarán, se colocó aquel collar de plata y oro en el cuello. La luna creciente, símbolo de su ancestral familia de lobos blancos, protegía a sus descendientes, y mientras la llevase puesta, nadie podría tocarla sin que ella lo permita primero.

Los Levana, su familia original; alguna vez considerados los hijos de la luna originales por su semejanza con ella, pasaron a ser marginados y considerados malditos después de la primera guerra entre clanes. Ella, la última descendiente pura de aquel extinto clan, fue tomada por el Alfa Maserati, el padre del Alfa Artem, para ser la Luna de su hijo y heredero y pudiesen aprovechar su vientre.

Criada para ser la única Luna de Artem, ella había perdido su propósito luego de aquel rechazó. Pero ahora tenía el control de su vida, y jamás nadie volvería a tomarla prisionera para ningún fin.

Viéndose nuevamente en el espejo, cerró sus ojos rogando a la Diosa Luna que activara el poder de su collar, y nadie más volvería a lastimarla. Saliendo a los jardines de su mansión, sea lo que sea que el viento trajera consigo, no iba a derrotarla.

Fuera de la mansión Montefeltro, Niccolo Salvatore recibía al importante Sr. Kingsley. Aquel era el hombre joven más importante de Italia, y sus negocios internacionales, eran un éxito asegurado. Mirando como aquel lujoso automóvil negro se estacionaba en la entrada, rápidamente el Sr. Kingsley descendió del vehículo después de que su sirviente le abriera la puerta.

Los rumores eran ciertos, meditó Niccolo, incluso podría atreverse a decir que aquellos no le hacían justicia. Aquel hombre era mucho mas impresionante de lo que jamás habría imaginado. Su piel ligeramente morena, su increíble estatura que parecía llegar a los dos metros, sus ojos ámbar que casi podrían parecer dos piezas de oro sólido, y su cabello negruzco y sedoso que llevaba sujeto, le daban un aire aristocrático digno de la realeza extinta hace siglos.

— Bienvenido a la mansión Montefeltro Sr. Kingsley. Sígame por favor, el señor Leopoldo y su hija, mi prometida, están esperando. Mi nombre es Niccolo Salvatore, es un placer conocerlo. — dijo Niccolo con seriedad.

Aquel impresionante hombre miró con un deje de desprecio al joven de cabellos rubios que lo recibió. Su aroma lo había enfurecido, pues aquel era el olor de un simple humano mezclado con el de alguien superior…mezclado con el olor de una loba.

— ¿Dice que usted está comprometido con la hija del señor de esta casa?, puedo preguntar, ¿Cómo se han conocido? — cuestionó sin disfrazar la molestia en su voz el señor Kingsley.

— Nos conocimos en la universidad, ella es la mujer más hermosa que jamás había visto y caí rendido de inmediato, y aunque fue difícil, tenemos felizmente dos años de relación y nuestro reciente compromiso. — respondió Niccolo con seriedad y evidente molestia ante aquella pregunta tan personal.

Entrando a los jardines, Kingsley se sorprendió al ver la exquisita decoración del lugar así como los fascinantes aromas que había allí. Sin embargo, entre toda aquella hermosura, aquellos cabellos de plata en medio de todo, lo hicieron detener sus pasos. De espaldas, la figura de aquella mujer, la misma que durante tanto tiempo había buscado, parecía una musa entre tiempos perdida.

Notando aquella mirada en Kingsley, Niccolo se apresuró hacia Génesis, y dejó un beso en sus labios. El rugido de una bestia interior desgarró el pecho de aquel Alfa arrepentido, y entonces, cuando aquella joven musa de cabellos plateados se encontró con aquella mirada furiosa cargada de pasiones reprimidas y ahogadas, se paralizó.

— Artem…— musitó Génesis sintiendo como aquella marca casi invisible ardió y dolió como nunca antes.

— Buenas noches señor Montefeltro, señorita Montefeltro. Mi nombre es Artem Kingsley, y será un placer hacer negocios con ustedes. — dijo aquel Alfa enfurecido.

— Esas son maravillosas noticias Señor Kingsley, me habían dicho que usted era ciertamente difícil de convencer, pero veo que le hemos causado una grata impresión. Será todo un honor para mí, para mí hija y mi futuro yerno, hacer negocios con usted. — dijo Leopoldo entusiasmado.

El viento en aquel instante pareció desatar su furia. Y en los ojos de oro de aquel Alfa, Génesis vio de golpe aquel pasado que creyó olvidado y enterrado.

Artem Kingsley sonrió. Finalmente, aquella Luna que durante tantos años estuvo escondida de el, había sido encontrada, y está vez, nada ni nadie, le iba a impedir tenerla.

Tomando la mano de Génesis, el Alfa Artem la besó, pero un cosquilleo doloroso en sus labios lo hizo alejarse de inmediato. Mirando aquel collar que lucía en el cuello de su Luna perdida, sonrió intentando ocultar su furia. Génesis miró a los ojos a aquel miserable Alfa que la había despreciado, y mirando hacia abajo a Artem, sonrió.

— Bienvenido sea, señor Kingsley. —

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