Capítulo 2: Te encontré.

Siete años después.

—Bien caballeros, como pueden ver, las estadísticas de este mes son bastante buenas. Nuestro margen de venta incremento en un cincuenta por ciento, así que el proyecto Artemisa podrá realizarse sin mayor inconveniente. Esperemos que todo siga marchando igual. La junta ha concluido. —

Los hombres salían de aquella sala de juntas en el elegante rascacielos de la familia Montefeltro, la más poderosa de toda Italia, cuyas principales empresas se dedicaban a la innovación de nuevas tecnologías médicas y farmacéuticas.

—Disculpe, señorita Montefeltro, ¿Puedo robarle unos minutos? — cuestionaba un viejo hombre que se apoyaba de un bastón de oro.

Aquella joven de cabellos blancos que brillaban como plata, y hermosos ojos violeta, le sonrió al hombre que le dio un futuro y una vida maravillosa: su padre adoptivo, el señor Leopoldo Montefeltro.

—Papá, no creí que pasarías hasta aquí por mí, ¿Viene Niccolo contigo? — cuestionó la alegre muchacha albina abrazando a su padre.

Leopoldo soltó una risita, y tomando del brazo a su hija adoptiva, caminó con ella hacia afuera de su edificio.

—No niña, hoy no viene Niccolo, ¿Recuerdas que te dije que hoy cenaremos con un importante empresario? Niccolo está preparándolo todo en la mansión, cenaremos en el jardín a la luz de las velas, ya sabes cómo son estos millonarios ingleses, bastante exigentes en sus complacencias, así que no comas ansias, Niccolo será tu acompañante para esta velada, sé que no puedes estar despegada ni un instante de tu prometido, pero estos son negocios, y si causamos una buena impresión al señor Kingsley, cerraremos un negocio estupendo, imagino que has escuchado las noticias, su tratamiento contra el cáncer es verdaderamente revolucionario y de lograr impresionarlo, seremos la única empresa en hacer negocios con ese hombre. Solo imagina todas esas posibilidades mi querida Genesis — dijo el anciano Montefeltro.

Genesis se sintió impresionada. Aquel señor Kingsley, había dado un gran salto en el mundo de la medicina. Caminando junto a su padre adoptivo hasta llegar a la limusina que los estaba esperando, noto que comenzaba a atardecer; apenas y si tendría tiempo más que suficiente para alistarse para tan importante evento.

Sintiendo un viento helado antes de subir a la limusina de su padre adoptivo, Genesis sintió un escalofrió recorrerla. Mirando las copas de los árboles, sentía el aire agitado; su piel se había estremecido como si un mal presentimiento comenzara a embargarla y un aroma familiar arrastrado en la brisa del crepúsculo, le trajo a su memoria aquellos aullidos lobeznos que hacía ya muchos años había dejado atrás. Mirando sobre su hombro, aquella joven albina se sintió durante un momento observada.

—¿Ocurre algo cariño? — cuestionó el anciano Montefeltro.

Dando una mirada hacia los altos cipreses que se hallaban al otro lado de la acera, y cuyas copas verdes parecían agitarse con violencia en el viento, sin embargo, no había nada allí.

—No es nada papá, será mejor irnos. — dijo Genesis subiendo con rapidez al vehículo y aun sintiendo aquel escalofrió recorrerla.

Detrás de los gruesos troncos de los cipreses, un hombre alto y ligeramente moreno, cuyos cabellos negruzcos ocultaban parte de su rostro, salía para observar aquella elegante limusina alejándose poco a poco.

—Finalmente te encontré, Genesis. — musitó con voz cavernosa.

En el camino boscoso hacia la mansión Montefeltro, Genesis recordó aquella noche en que fue expulsada de la manada London; su padre adoptivo la recogió de la carretera cuando el regresaba de un viaje de investigación, y después de escuchar su historia, decidió acogerla y brindarle un techo en donde dormir. Desde entonces, la había hecho pasar como una hija perdida de la que no supo su existencia hasta hacia poco tiempo, y aquella mentira había sido creída por todos. Leopoldo Montefeltro, no era indiferente a las historias de seres fantásticos como lo era ella, y quizás, era por ello que después de mostrarle su verdadero ser, había decidido adoptarla. Él era la única persona que conocía sus secretos.

Apreciando los colores rojizos del atardecer, Genesis recordó al infame Alfa Artem, quien la rechazó en favor de su hermanastra…nunca había vuelto a saber de ellos, y fiel a su promesa, y aun sufriendo el doloroso destino de una Luna rechazada que le provocó un infierno de dolores los primeros años lejos de su Alfa, no regresó a suplicar por permanecer al lado del cruel lobo que la marcó.

“La Luna y el Alfa llevaran la misma marca y un destino compartido, y su vínculo nunca ha de romperse”

Aquellas eran las palabras de las viejas lobas que la criaron para ser la Luna perfecta del Alfa Artem... ¿Quién diría que su marca casi se había desvanecido y que su compañero eterno había resultado ser uno pasajero? Las viejas maldiciones se desvanecieron y ella ahora vivía como una humana más siendo la heredera de su padre adoptivo. Todo aquello para que la criaron desde niña, hacía muchos años atrás, se había perdido.

Llegando a la mansión Montefeltro, Genesis descendió de la limusina, y notando la bella decoración del amplio jardín, se apresuró a su habitación para prepararse, sin embargo, no dejaba de sentirse inquieta, y aquel mal presentimiento la había embargado completamente. Entrando en la ducha, sintió que aquella marca en el nacimiento de sus senos le ardió por un instante, pero decidió ignorarlo. No quería pensar en el pasado, no quería recordar nuevamente al Alfa que la había rechazado y solo deseo abrazar la nueva vida que había conseguido entre los humanos.

Fuera de la mansión, un lujoso auto negro se presentaba con el portero, extendiendo una invitación hacia el empleado, entrando al camino entre los amplios jardines llenos de árboles y vegetación que conducía al hogar de la familia Montefeltro, un hombre de cabellos negros y ojos ámbar prestaba atención a cada detalle que sus ojos alcanzaban a ver. Aquel aroma único e inigualable impregnaba el viento, y cada rincón y recoveco de aquel hogar, guardaba la dulce fragancia de una mujer no humana. Aquellos ojos ambarinos destellaron como el oro dentro de la oscuridad de aquel auto, y una sonrisa blanca y perfecta se mostró en el rostro de aquel hombre apuesto.

—Parece muy feliz señor. — dijo el chofer mirando al hombre en el retrovisor.

Un suspiro largo, tendido y masculino fue soltado.

—La he encontrado finalmente…y esta vez no la dejaré escapar. — dijo mostrando un par de caninos más largos de lo normal en aquella sonrisa cargada de cinismo el misterioso hombre.

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