Nora Harrison
Eran las nueve de la mañana cuando me detuve afuera del bar al día siguiente. Mis ojos estaban hinchados por haber llorado en el camino y tenía ojeras debajo de mis ojos que indicaban la mala noche que había pasado.
Ciertamente era un desastre, pero solo anoche al llegar a casa me recordé de lo que pasaría si me quedaba sin trabajo, pero es que había pasado por tanto, tanto, tanto, aquella semana, que simplemente exploté con la primera persona que creyó que podría molestarme y salirse con la suya como había estado pasando todo este tiempo.
Armándome de valor me acerqué a la entrada y saludé al guardia que ya me conocía con un escueto movimiento de cabeza.
Al entrar lo primero que se percibe en el bar es el centro con la pista de baile a la izquierda, luego la barra al fondo y las escaleras hacia la zona VIP. Y detrás de la barra estaban los almacenes y a la derecha el pasillo que daba hacia la oficina de Larry.
Con las manos frías y temblorosas me encaminé hacia el pasillo en dónde al final se encontraba la puerta. Con dos toques di a conocer mi presencia y esperé a que me dejaran pasar.
—Pasa —gritó la voz de Larry del otro lado.
Cuando entré en la oficina y cerré la puerta detrás de mi él enarcó una ceja y se cruzó de brazos mientras estaba sentado detrás de su escritorio.
—Las mujeres como tu siempre vuelven arrepentidas.
—¿Perdón? —cuestioné con el ceño fruncido.
—¿Sabes a cuantas he despedido y luego han venido a pedirme de rodillas que les devuelva el trabajo? ¿sabes incluso la cantidad de cosas que me ofrecen?
—No vengo a ofrecerle nada, solo vengo… —él interrumpió mi temblorosa diatriba y se rio.
—¿No quieres tu trabajo de vuelta? —cuestionó sonriendo y haciendo brillar su diente de oro asquerosamente.
—Sí, lo quiero…
—Entonces tendrás que ofrecer algo a cambio, nada es de a gratis.
—Me despediste injustamente —me defendí.
—¿Y eso a quien le importa? Quien manda aquí soy yo de todas formas.
Mi boca permaneció abierta de forma incrédula. Simplemente se me hacía difícil procesar que este hombre pudiera creer que haría ese tipo de cosas. Pero era mi culpa por esperar demasiado de un hombre misógino y machista.
Mis manos se apretaron en puños, entonces de repente el malestar que tenía se fue extinguiendo poco a poco hasta que solo quedó una rabia fría que amenazaba con quemar todo lo que tocase.
—Entonces además de que me despide sin justificación y luego quiere que me quede callada ante el acoso ¿también pretendes que me arrodille a hacerle favores? ¿no tiene usted límites?
—Bien, entonces como no podremos estar de acuerdo, te exhorto que firmes tu carta de despedida.
Entonces empujó el papel y el lapicero en mi dirección.
Las cosas se habían puesto tan difíciles en cuestión de segundos que no supe como reaccionar.
Pero de repente, mi mente hizo clic como no lo había hecho antes y esa idea llegó a mi mente con una velocidad que me sorprendió.
—Más bien, como usted y yo no nos podemos poner de acuerdo, tendré que ir a hablar con su jefe, porque solo es un empleado más ¿no es así?
Una de mis cejas se enarcó y a diferencia de ayer y hoy que lo vi ponerse rojo, ahora se colocó totalmente pálido ante la mención de su jefe, el verdadero dueño del club, el cual pertenecía a una cadena de clubes y hoteles que estaban alrededor de todo el país.
Tal vez por eso se le hacía tan difícil mirar hacia este lugar abandonado de dios, cuando no debería ser así, porque estábamos en la ciudad de la sede de su compañía.
Aunque los mejores clubes de la cadena se encontraban en el centro de la ciudad, estos pequeños cantarros de la periferia solo servían para extender el poder de su nombre, aunque no tuvieran ni la mitad de clase y lujo que los del centro.
—No conseguirías una cita ni en un millón de años.
Entonces aquí iba yo, sonriendo ante un reto de esa magnitud. Porque él me estaba subestimando, subestimando la sed de justicia que se había despertado en mí en ese momento.
Porque solo podía pensar ¿a cuantas madres solteras no había jodido de esta forma? Que tenían que trabajar hasta partirse el lomo para cuidar de sus hijos y él se aprovechaba de sus necesidades para conseguir cosas de ellas que no obtendría por buena fe ni en un millón de años.
—Será mejor que recoja sus cosas, porque le aseguro que obtendré una cita antes de que tenga que firmar esa carta de renuncia que me quiere forzar a aceptar.
Él rio por encima de los nervios iniciales que le había provocado fingiendo que no le afectaban mis palabras cuando hablaban del jefe de la jodida cadena para la que él también trabajaba.
—Buena suerte.
Yo le di una sonrisa socarrona y le guiñé el ojo.
—No la necesito.
Ah, claro, pero desde que salí de la oficina comencé a hiperventilar mientras caminaba deprisa hacia la salida del club.
Cuando mis pies tocaron el cemento de la banqueta comencé a maldecir en voz baja al maldito viejo y a todos sus muertos.
Si bien me había buscado la mitad de esta situación por problemática, ahora saldría de ella solo para darle un castigo a ese hombre que se estaba aprovechando de su poder.
Pagaría, claro que sí y yo me encargaría de eso no importara cual fuera la forma aunque eso no me garantizara que recuperara mi trabajo también.
Nora HarrisonEra un rascacielos enorme, de muchísimos pisos y que a penas podía ver el final desde abajo.Me había costado mucho llegar al centro de la cuidad en un lugar tan enorme como este. Aunque me había mudado a este lugar por esa misma razón.Entonces, cuando llegué al lugar fui directo a la recepción y la mujer dentro me había dicho que no podría reunirme con el señor Andrew Pankrov como ella lo había llamado, porque no tenía una cita y el único cupo disponible para una era dentro de cuatro meses.¿Gracioso? Para nada, pero ella me sonrió como si lo fuera y en ese momento entendí a Larry. El creía que nunca lograría encontrarme con ese tal señor Andrew.Así que busqué una forma de adentrarme en el edificio e hice las suposiciones del lugar en base a películas.La primera fue, las escaleras contra incendios y la segunda fue, el piso de la oficina. Obviamente en el último piso.Así que me colé por la escaleras de incendios sabiendo que había cámaras de seguridad, pero no guardi
Andrew PankrovNo solía meterme en estos tipos de asuntos. La mayoría de las veces tenía abogados que se hacían cargo de estos mientras que la otra mitad tenía que descartarla yo mismo por cuestiones de situaciones incómodas en las que tenía que ser el receptor.De igual forma, no solía molestarme con esto.Pero entonces, aquella mujer tocó una fibra algo sensible en mí cuando mencionó que tenía una hija.Sus súplicas fueron convincentes, pero si me dejara llevar por cada persona que se ve convincente para ayudarla, tendría una larga lista de pendientes diarios.Pero tenía una hija y ese tema era un punto y aparte en mi vida. Dónde había niños involucrados algo en mí despertaba y me pedía que me hiciera cargo.Porque yo pude haber tenido una pequeña niña, pero la perdí en un accidente de autos junto con su madre pocos meses antes de su nacimiento. Ninguna de las dos se salvaron y ahora yo quedé con el recuerdo doloroso de todo lo que pasó.Por eso, porque vi a esa mujer en mi Dayana s
Nora HarrisonCuando menos te lo esperas las cosas mejoran indudablemente. Cuando llegó la hora de mi trabajo me vestí con mi uniforme y peiné mi cabello lo mejor que pude en una coleta para verme presentable. Por primera vez maquillé mi rostro para ir al trabajo y coloqué un poco de sombras oscuras para hacer resaltar mis ojos que eran entre un amarillo y verde muy claro.Naro ya se encontraba en el lugar en el que la cuidaban, así que solo tuve que tomar mi bolso con mis cosas y salir en mi auto hacia el trabajo.Los nervios me recorrían mientras estacionaba y salía en dirección hacia la entrada. Entonces el guardia de seguridad, que siempre estaba muy desenfadado y tranquilo hoy se encontraba nervioso y removiéndose incómodo desde el instante en el que me vio.—Buenas noches, Nora.Nunca le había dicho mi nombre, pero no me preocupé por ese detalle cuando tenía cosas más importantes que presenciar.En cuanto entré en el club pude sentir la tensión en todo el lugar y las empleadas q
Nora HarrisonDías después…Habían pasado ya varios días desde el último momento en el que fue al club a arreglar las cosas. Ahora teníamos un uniforme decente y un nuevo gerente que al menos nos trataba con respeto y estaba atento a nuestras necesidades. Según escuché lo habían amenazado con demandarlo hasta por respirar si no cumplía con todas las reglas del club.Y eso me llenó de una satisfacción que no había sentido en mucho tiempo, sin mencionar que había conservado mi trabajo y ahora el ambiente era muchísimo más ameno y relajado para trabajar.No había vuelto a hablar con él aunque muchas veces me tentaba a presionar su número en mi teléfono solo para escuchar su voz o preguntarle como estaba, pero nunca me atrevía y ocupaba mi mente para distraerme de él y su sonrisa, su voz ronca, su cuerpo tan musculoso y esa altura que me volvía loca.Ese día había salido relativamente del trabajo y tuve que hacer todo el proceso de siempre, buscar a Naro en el lugar en el que la cuidaban
Andrew PankrovMi teléfono personal comenzó a sonar justamente a las una y treinta de la mañana. Era martes, y por lo general los martes dormía temprano, pero por alguna razón ese día no había abandonado mi oficina y había continuado adelantando el trabajo.Me extrañó escucharlo sonar porque normalmente no lo hacía, solo mis familiares tenían ese teléfono y algunos amigos muy cercanos que sabían que no me gustaba ser molestado, por lo que supuse que se trataba de una emergencia, pero cuando vi que no tenía registrado el número lo único que pensé fue en no tomar la llamada.Pero algo me dijo que lo hiciera, por eso contesté y esperé a que hablaran primero del otro lado.Entonces lo que escuché me dejó frío, incluso cuando había desabotonado un par de los botones de mi camisa a causa del calor.—No puedo levantarme, duele demasiado y Naro está sola, en el lobby. Sé que tiene que estar asustada y necesito ayuda.—¿Nora? —cuestioné sorprendido al escuchar su voz tan demacrada y sollozante
Andrew Pankrov El camino nunca se me había hecho tan largo y nunca había roto tantas leyes de tránsito como lo había hecho en ese momento. Pero cada vez que veía a Nora y a su hija a través del espejo retrovisor, solo podía sentir apuro y desesperación por llevarla al lugar en el que podrían atenderla correctamente. —Naro ¿tu mamá sigue despierta? —le cuestioné a la pequeña ya que desde donde estaba no podía apreciar si estaba aun despierta o no. —Si, está despierta. Sabiendo que tenía que dejar a Naro con alguien mientras entraba a la sala de emergencias, decidí llamar a mi mejor amiga Alisha. Era en la única persona en la que confiaba para que se quedara con Naro mientras me encargaba de su madre. —Alisha, perdona que te llame a estas horas, pero necesito que vengas al hospital, ha sucedido algo y necesito que me ayudes a cuidar de alguien. —Okey, no te preocupes, aun no me iba a la cama ¿pero estás tu bien? —Si, sí, yo estoy bien, cuando llegues al hospital te explico todo, p
Nora HarrisonA penas me sentía consciente mientras movían mi cuerpo, a penas sentía que estaba despierta mientras una luz parpadeaba sobre mi ojo mientras un dolor fuerte continuaba atravesando partes sensibles de mi cuerpo. Y luego todo se apagó después de un fuerte pinchazo. No supe cuánto tiempo pasó cuando pude volver a abrir los ojos y lejos de preocuparme por mi cuerpo, por cómo me sentía o por cualquier otra cosa, me preocupé por Naro. Mi pequeña niña había estado sola. Ni siquiera sabía cómo había llegado al hospital, no podía recordar más allá de los golpes contra mi cuerpo y de Naro huyendo hacia su escondite. Pero la respuesta vino tan rápido como la duda cuando lo vi a él, Andrew. Sentado en el sofá de la esquina de la habitación de suelos y paredes blancas sin muchos detalles. — ¿Señor Pankrov? —cuestioné en un susurro ronco. —Oh, por dios, al fin despertaste. Y al ver la preocupación en mi pecho algo se apretujó.Él se levantó de su lugar cuál resorte sin dudar u
Nora Harrison Cuando mis ojos volvieron a abrirse me encontraba sola en la misma habitación en la que había despertado por primera vez. Esta vez las cortinas estaban abiertas y entraba una leve luz por la ventana indicando que debía ser o el atardecer o el amanecer. No importaba. Saber que había despertado y que estaba viva era suficiente para que me sintiera lo suficientemente feliz. No feliz como una alegría contagiosa y escandalosa, sino de ese tipo de felicidad tranquila de saber que superaste algo que pensabas que no pasarías. Ahora el dolor no era tan insoportable aunque si limitante porque ni siquiera podía sentarme correctamente en la camilla sin sentir que todos mis músculos protestaban, pero al menos o sentía nada roto o con un dolor demasiado fuerte que no pudiera continuar intentando levantarme. Justo cuando terminaba de sentarme en la camilla la puerta se abrió y por ella ingresaron Andrew y un hombre con bata que supuse era el doctor. —Oh, pero nuestra paciente ya es