Capítulo 2

Nora Harrison

Eran las nueve de la mañana cuando me detuve afuera del bar al día siguiente. Mis ojos estaban hinchados por haber llorado en el camino y tenía ojeras debajo de mis ojos que indicaban la mala noche que había pasado.

Ciertamente era un desastre, pero solo anoche al llegar a casa me recordé de lo que pasaría si me quedaba sin trabajo, pero es que había pasado por tanto, tanto, tanto, aquella semana, que simplemente exploté con la primera persona que creyó que podría molestarme y salirse con la suya como había estado pasando todo este tiempo.

Armándome de valor me acerqué a la entrada y saludé al guardia que ya me conocía con un escueto movimiento de cabeza.

Al entrar lo primero que se percibe en el bar es el centro con la pista de baile a la izquierda, luego la barra al fondo y las escaleras hacia la zona VIP. Y detrás de la barra estaban los almacenes y a la derecha el pasillo que daba hacia la oficina de Larry.

Con las manos frías y temblorosas me encaminé hacia el pasillo en dónde al final se encontraba la puerta. Con dos toques di a conocer mi presencia y esperé a que me dejaran pasar.

—Pasa —gritó la voz de Larry del otro lado.

Cuando entré en la oficina y cerré la puerta detrás de mi él enarcó una ceja y se cruzó de brazos mientras estaba sentado detrás de su escritorio.

—Las mujeres como tu siempre vuelven arrepentidas.

—¿Perdón? —cuestioné con el ceño fruncido.

—¿Sabes a cuantas he despedido y luego han venido a pedirme de rodillas que les devuelva el trabajo? ¿sabes incluso la cantidad de cosas que me ofrecen?

—No vengo a ofrecerle nada, solo vengo… —él interrumpió mi temblorosa diatriba y se rio.

—¿No quieres tu trabajo de vuelta? —cuestionó sonriendo y haciendo brillar su diente de oro asquerosamente.

—Sí, lo quiero…

—Entonces tendrás que ofrecer algo a cambio, nada es de a gratis.

—Me despediste injustamente —me defendí.

—¿Y eso a quien le importa? Quien manda aquí soy yo de todas formas.

Mi boca permaneció abierta de forma incrédula. Simplemente se me hacía difícil procesar que este hombre pudiera creer que haría ese tipo de cosas. Pero era mi culpa por esperar demasiado de un hombre misógino y machista.

Mis manos se apretaron en puños, entonces de repente el malestar que tenía se fue extinguiendo poco a poco hasta que solo quedó una rabia fría que amenazaba con quemar todo lo que tocase.

—Entonces además de que me despide sin justificación y luego quiere que me quede callada ante el acoso ¿también pretendes que me arrodille a hacerle favores? ¿no tiene usted límites?

—Bien, entonces como no podremos estar de acuerdo, te exhorto que firmes tu carta de despedida.

Entonces empujó el papel y el lapicero en mi dirección.

Las cosas se habían puesto tan difíciles en cuestión de segundos que no supe como reaccionar.

Pero de repente, mi mente hizo clic como no lo había hecho antes y esa idea llegó a mi mente con una velocidad que me sorprendió.

—Más bien, como usted y yo no nos podemos poner de acuerdo, tendré que ir a hablar con su jefe, porque solo es un empleado más ¿no es así?

Una de mis cejas se enarcó y a diferencia de ayer y hoy que lo vi ponerse rojo, ahora se colocó totalmente pálido ante la mención de su jefe, el verdadero dueño del club, el cual pertenecía a una cadena de clubes y hoteles que estaban alrededor de todo el país.

Tal vez por eso se le hacía tan difícil mirar hacia este lugar abandonado de dios, cuando no debería ser así, porque estábamos en la ciudad de la sede de su compañía.

Aunque los mejores clubes de la cadena se encontraban en el centro de la ciudad, estos pequeños cantarros de la periferia solo servían para extender el poder de su nombre, aunque no tuvieran ni la mitad de clase y lujo que los del centro.

—No conseguirías una cita ni en un millón de años.

Entonces aquí iba yo, sonriendo ante un reto de esa magnitud. Porque él me estaba subestimando, subestimando la sed de justicia que se había despertado en mí en ese momento.

Porque solo podía pensar ¿a cuantas madres solteras no había jodido de esta forma? Que tenían que trabajar hasta partirse el lomo para cuidar de sus hijos y él se aprovechaba de sus necesidades para conseguir cosas de ellas que no obtendría por buena fe ni en un millón de años.

—Será mejor que recoja sus cosas, porque le aseguro que obtendré una cita antes de que tenga que firmar esa carta de renuncia que me quiere forzar a aceptar.

Él rio por encima de los nervios iniciales que le había provocado fingiendo que no le afectaban mis palabras cuando hablaban del jefe de la jodida cadena para la que él también trabajaba.

—Buena suerte.

Yo le di una sonrisa socarrona y le guiñé el ojo.

—No la necesito.

Ah, claro, pero desde que salí de la oficina comencé a hiperventilar mientras caminaba deprisa hacia la salida del club.

Cuando mis pies tocaron el cemento de la banqueta comencé a maldecir en voz baja al maldito viejo y a todos sus muertos.

Si bien me había buscado la mitad de esta situación por problemática, ahora saldría de ella solo para darle un castigo a ese hombre que se estaba aprovechando de su poder.

Pagaría, claro que sí y yo me encargaría de eso no importara cual fuera la forma aunque eso no me garantizara que recuperara mi trabajo también.

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