Nora Harrison
Odiar las noches se convirtió en algo del día a día después de haber encontrado trabajo en un club nocturno.
Solo las noches de los lunes eran divertidas y amenas porque las pasaba con mi pequeña niña.
Luego, el resto de la semana, tenía que soportar situaciones como la que estaba sucediendo en ese preciso momento.
Está bien, los pondré en contexto.
Un tipo entre los veinte y veinticinco años, siendo el macho alfa del grupo de amigos que lo acompañan un jueves por la noche a un club, lleno de soberbia y egocentrismo tocándome el trasero. Pero no de una forma pasajera probando suerte, no, absolutamente no. él me tocaba como si creyera que era suya. Y después de la semana de m****a que había tenido, sentí que tenía todo el derecho de levantar la mano derecha y pegarle sonora cachetada dejando en silencio a todos los que estaban alrededor.
La música seguía sonando, pero se podía notar la tensión alrededor de nosotros.
Y como todo macho que es avergonzado en público y debía comportarse como un alfa, sintió que debía devolver su honor a dónde pertenecía y me tomó de la cintura para apegarme a él, como si de esa forma podría controlarme o apaciguarme.
Levantando mi pierna derecha con fuerza, me deshice de él golpeándole las pelotas con un movimiento rápido y lo vi doblarse en su lugar mientras sus amigos se burlaban de él.
No pasó desapercibida para mí la forma en la que me miró dejándome saber que buscaría represalias de alguna forma y sabía lo que se venía, una queja con el gerente.
Pero de todas formas me di la media vuelta y seguí con mi camino hacia la barra que era a dónde iría en primera instancia.
—Tendrás una llamada a la ofician de Larry antes de que se acabe la noche.
Me encogí de hombros ante las palabras de Ana en ese momento. Pero tuvieron tanta razón, porque a la hora de la salida, Larry me detuvo cuando creí que me había salvado y que podría regresar a casa.
—¿Se puede saber por qué golpeaste a un cliente? ¡Dos veces! —sus manos estaban sobre sus caderas dejándose ver realmente indignado. Y su redonda panza hacía que se viera un poco divertida la situación.
—Bueno —comencé a decir —se propasó mucho conmigo, y no tuve otra opción más que ponerlo en su lugar.
Su ceño se frunció en desmedida y supe que diría una de sus célebres frases misóginas.
—¿Acaso importa? Estás aquí para atender y complacer todas las necesidades del público que nos visita, sea cual sea.
Entonces esas palabras me llenaron de tanta indignación que cometí el peor error que se puede cometer con alguien que tiene en su poder el permitirte o no conservar tu trabajo; discutir con él.
—¿Entonces pretende que me quede callada y soporte que me esté manoseando el trasero como si fuera una prostituta a la que le pagó diez dólares en una esquina?
Una de sus cejas se enarcó ante el tono de mi voz y sus mejillas comenzaron a ponerse rojas.
Larry era un señor de unos cincuenta años, que la vida lo había tratado muy mal o sus hábitos de salud eran paupérrimos, porque lucía demacrado, rechoncho y calvo.
Y ese sonrojo se extendió hasta la calva de su cabeza.
—Le dije al cliente que venga mañana, que la casa invita sus tragos y ¡tú! Le ofrecerás una disculpa muy cálida y sincera.
Y esa fue sinceramente la gota que derramó el vaso.
—Usted y él se pueden meter las excusas que no pienso darles por donde no les da el sol, no pretendo rebajar mi integridad solo porque usted crea que debo disculparme cuando fui acosada en mi propio trabajo, viejo decrépito. Por esa razón muchas mujeres callan, por hombres como usted ocupando puestos de poder.
—Será mejor que me bajes el tono, porque no voy a seguir soportando tus desaires y malos comportamientos, deberías aprender a cómo comportarte como una verdadera dama y mientras ese día llega, estás despedida, no te quiero en mi club.
Entonces, después de los ataques de ira y las discusiones en donde gritabas cosas que no deberías, pues, llegan las consecuencias y luego los arrepentimientos.
Porque mientras lo veía despedirme y darse la vuelta hacia su escritorio buscando probablemente los papeles de mi despedida, solo quise decirle que me disculpara, que realmente había tenido una semana horrible y que él no había sido el primer hombre en tocarme sin mi consentimiento esa noche.
Las lágrimas hicieron aparición, pero sabiendo que las cosas estaban muy calientes decidí darme la vuelta e irme a casa mientras las cosas se calmaban hasta la mañana siguiente.
Pero solo pude pensar en eso mientras iba a recoger a mi hija a dónde la cuidaban e íbamos a casa en mi destartalado y viejo auto. Y cuando acosté a Naro, mi pequeña niña mitad asiática, comencé a llorar.
Porque si por mi bocaza me despedían definitivamente, pues Naro y yo iríamos a parar a la calle, porque había tardado demasiado tiempo en encontrar trabajo y de por sí las deudas me estaban ahogando desde la última vez que Naro se enfermó y casi se me muere.
Así que más valía que solucionara el problema para la mañana siguiente, o de lo contrario estaríamos perdidas y viviendo en nuestro coche por varios días como la última vez.
Nora HarrisonEran las nueve de la mañana cuando me detuve afuera del bar al día siguiente. Mis ojos estaban hinchados por haber llorado en el camino y tenía ojeras debajo de mis ojos que indicaban la mala noche que había pasado.Ciertamente era un desastre, pero solo anoche al llegar a casa me recordé de lo que pasaría si me quedaba sin trabajo, pero es que había pasado por tanto, tanto, tanto, aquella semana, que simplemente exploté con la primera persona que creyó que podría molestarme y salirse con la suya como había estado pasando todo este tiempo.Armándome de valor me acerqué a la entrada y saludé al guardia que ya me conocía con un escueto movimiento de cabeza.Al entrar lo primero que se percibe en el bar es el centro con la pista de baile a la izquierda, luego la barra al fondo y las escaleras hacia la zona VIP. Y detrás de la barra estaban los almacenes y a la derecha el pasillo que daba hacia la oficina de Larry.Con las manos frías y temblorosas me encaminé hacia el pasil
Nora HarrisonEra un rascacielos enorme, de muchísimos pisos y que a penas podía ver el final desde abajo.Me había costado mucho llegar al centro de la cuidad en un lugar tan enorme como este. Aunque me había mudado a este lugar por esa misma razón.Entonces, cuando llegué al lugar fui directo a la recepción y la mujer dentro me había dicho que no podría reunirme con el señor Andrew Pankrov como ella lo había llamado, porque no tenía una cita y el único cupo disponible para una era dentro de cuatro meses.¿Gracioso? Para nada, pero ella me sonrió como si lo fuera y en ese momento entendí a Larry. El creía que nunca lograría encontrarme con ese tal señor Andrew.Así que busqué una forma de adentrarme en el edificio e hice las suposiciones del lugar en base a películas.La primera fue, las escaleras contra incendios y la segunda fue, el piso de la oficina. Obviamente en el último piso.Así que me colé por la escaleras de incendios sabiendo que había cámaras de seguridad, pero no guardi
Andrew PankrovNo solía meterme en estos tipos de asuntos. La mayoría de las veces tenía abogados que se hacían cargo de estos mientras que la otra mitad tenía que descartarla yo mismo por cuestiones de situaciones incómodas en las que tenía que ser el receptor.De igual forma, no solía molestarme con esto.Pero entonces, aquella mujer tocó una fibra algo sensible en mí cuando mencionó que tenía una hija.Sus súplicas fueron convincentes, pero si me dejara llevar por cada persona que se ve convincente para ayudarla, tendría una larga lista de pendientes diarios.Pero tenía una hija y ese tema era un punto y aparte en mi vida. Dónde había niños involucrados algo en mí despertaba y me pedía que me hiciera cargo.Porque yo pude haber tenido una pequeña niña, pero la perdí en un accidente de autos junto con su madre pocos meses antes de su nacimiento. Ninguna de las dos se salvaron y ahora yo quedé con el recuerdo doloroso de todo lo que pasó.Por eso, porque vi a esa mujer en mi Dayana s
Nora HarrisonCuando menos te lo esperas las cosas mejoran indudablemente. Cuando llegó la hora de mi trabajo me vestí con mi uniforme y peiné mi cabello lo mejor que pude en una coleta para verme presentable. Por primera vez maquillé mi rostro para ir al trabajo y coloqué un poco de sombras oscuras para hacer resaltar mis ojos que eran entre un amarillo y verde muy claro.Naro ya se encontraba en el lugar en el que la cuidaban, así que solo tuve que tomar mi bolso con mis cosas y salir en mi auto hacia el trabajo.Los nervios me recorrían mientras estacionaba y salía en dirección hacia la entrada. Entonces el guardia de seguridad, que siempre estaba muy desenfadado y tranquilo hoy se encontraba nervioso y removiéndose incómodo desde el instante en el que me vio.—Buenas noches, Nora.Nunca le había dicho mi nombre, pero no me preocupé por ese detalle cuando tenía cosas más importantes que presenciar.En cuanto entré en el club pude sentir la tensión en todo el lugar y las empleadas q
Nora HarrisonDías después…Habían pasado ya varios días desde el último momento en el que fue al club a arreglar las cosas. Ahora teníamos un uniforme decente y un nuevo gerente que al menos nos trataba con respeto y estaba atento a nuestras necesidades. Según escuché lo habían amenazado con demandarlo hasta por respirar si no cumplía con todas las reglas del club.Y eso me llenó de una satisfacción que no había sentido en mucho tiempo, sin mencionar que había conservado mi trabajo y ahora el ambiente era muchísimo más ameno y relajado para trabajar.No había vuelto a hablar con él aunque muchas veces me tentaba a presionar su número en mi teléfono solo para escuchar su voz o preguntarle como estaba, pero nunca me atrevía y ocupaba mi mente para distraerme de él y su sonrisa, su voz ronca, su cuerpo tan musculoso y esa altura que me volvía loca.Ese día había salido relativamente del trabajo y tuve que hacer todo el proceso de siempre, buscar a Naro en el lugar en el que la cuidaban
Andrew PankrovMi teléfono personal comenzó a sonar justamente a las una y treinta de la mañana. Era martes, y por lo general los martes dormía temprano, pero por alguna razón ese día no había abandonado mi oficina y había continuado adelantando el trabajo.Me extrañó escucharlo sonar porque normalmente no lo hacía, solo mis familiares tenían ese teléfono y algunos amigos muy cercanos que sabían que no me gustaba ser molestado, por lo que supuse que se trataba de una emergencia, pero cuando vi que no tenía registrado el número lo único que pensé fue en no tomar la llamada.Pero algo me dijo que lo hiciera, por eso contesté y esperé a que hablaran primero del otro lado.Entonces lo que escuché me dejó frío, incluso cuando había desabotonado un par de los botones de mi camisa a causa del calor.—No puedo levantarme, duele demasiado y Naro está sola, en el lobby. Sé que tiene que estar asustada y necesito ayuda.—¿Nora? —cuestioné sorprendido al escuchar su voz tan demacrada y sollozante
Andrew Pankrov El camino nunca se me había hecho tan largo y nunca había roto tantas leyes de tránsito como lo había hecho en ese momento. Pero cada vez que veía a Nora y a su hija a través del espejo retrovisor, solo podía sentir apuro y desesperación por llevarla al lugar en el que podrían atenderla correctamente. —Naro ¿tu mamá sigue despierta? —le cuestioné a la pequeña ya que desde donde estaba no podía apreciar si estaba aun despierta o no. —Si, está despierta. Sabiendo que tenía que dejar a Naro con alguien mientras entraba a la sala de emergencias, decidí llamar a mi mejor amiga Alisha. Era en la única persona en la que confiaba para que se quedara con Naro mientras me encargaba de su madre. —Alisha, perdona que te llame a estas horas, pero necesito que vengas al hospital, ha sucedido algo y necesito que me ayudes a cuidar de alguien. —Okey, no te preocupes, aun no me iba a la cama ¿pero estás tu bien? —Si, sí, yo estoy bien, cuando llegues al hospital te explico todo, p
Nora HarrisonA penas me sentía consciente mientras movían mi cuerpo, a penas sentía que estaba despierta mientras una luz parpadeaba sobre mi ojo mientras un dolor fuerte continuaba atravesando partes sensibles de mi cuerpo. Y luego todo se apagó después de un fuerte pinchazo. No supe cuánto tiempo pasó cuando pude volver a abrir los ojos y lejos de preocuparme por mi cuerpo, por cómo me sentía o por cualquier otra cosa, me preocupé por Naro. Mi pequeña niña había estado sola. Ni siquiera sabía cómo había llegado al hospital, no podía recordar más allá de los golpes contra mi cuerpo y de Naro huyendo hacia su escondite. Pero la respuesta vino tan rápido como la duda cuando lo vi a él, Andrew. Sentado en el sofá de la esquina de la habitación de suelos y paredes blancas sin muchos detalles. — ¿Señor Pankrov? —cuestioné en un susurro ronco. —Oh, por dios, al fin despertaste. Y al ver la preocupación en mi pecho algo se apretujó.Él se levantó de su lugar cuál resorte sin dudar u