Capítulo 3

Nora Harrison

Era un rascacielos enorme, de muchísimos pisos y que a penas podía ver el final desde abajo.

Me había costado mucho llegar al centro de la cuidad en un lugar tan enorme como este. Aunque me había mudado a este lugar por esa misma razón.

Entonces, cuando llegué al lugar fui directo a la recepción y la mujer dentro me había dicho que no podría reunirme con el señor Andrew Pankrov como ella lo había llamado, porque no tenía una cita y el único cupo disponible para una era dentro de cuatro meses.

¿Gracioso? Para nada, pero ella me sonrió como si lo fuera y en ese momento entendí a Larry. El creía que nunca lograría encontrarme con ese tal señor Andrew.

Así que busqué una forma de adentrarme en el edificio e hice las suposiciones del lugar en base a películas.

La primera fue, las escaleras contra incendios y la segunda fue, el piso de la oficina. Obviamente en el último piso.

Así que me colé por la escaleras de incendios sabiendo que había cámaras de seguridad, pero no guardias que me detuvieran.

Pero no fui tan tonta como para subirme todos los pisos caminando, cuando iba por el quinto piso salí cerca del área de los ascensores y subí hasta el último piso agradeciendo que nadie subiera al ascensor mientras yo estaba ahí.

Y cuando salí al último piso y lo primero que me encontré fue un enorme y lujoso lobby, quedé absolutamente asombrada e impresionada.

Pero no estaba ahí para apreciar la hermosura del lugar, así que deprisa me encaminé hacia la puerta de la única oficina en el lugar y la empujé para abrirla encontrándome con algo que no me esperaba.

Era un hombre, un hombre de cabello rubio y barba recortada, de ojos increíblemente azules y una altura que intimidaba aun en aquella silla. Y ni hablar del imponente atractivo que poseía. Era atrapante y envolvente en muchas formas.

—¿Disculpe, quien es usted? —cuestionó con una voz rica y grave que me erizó todos los vellos de la piel.

Aclarándome la garganta me armé de valor para contestar.

—Nara Harrison.

—¿Tiene usted alguna cita? —cuestionó mirándome de arriba abajo como si fuera un insecto que necesitara aplastar para seguir con su vida.

—No.

—Si, ya lo sabía, que tenga buen día.

Y luego solo levantó el teléfono para llamar a seguridad.

—Hay una intrusa en mi oficina, necesito que la saquen pronto.

—No, no, no, espere.

Me adelanté a decir mientras me adentraba en la oficina completamente.

—Trabajo en uno de sus clubes, el gerente me despidió sin razón alguna y me pidió favores para devolverme el trabajo.

Él rodó los ojos.

—Si supieras cuantas veces he tenido que hacer investigaciones por denuncias como las tuyas y nunca son ciertas.

—Pero esta vez lo es, se lo juro, se lo juro que lo es. Uno de los hombres me acosó y reaccioné mal y el gerente me dijo que debí soportarlo y no haber hecho lo que hice, se lo juro.

—¿Tienes pruebas?

Y justo mientras negaba los guardias entraron en la oficina y me tomaron del brazo cada uno con la intención de sacarme de la oficina.

Entonces mi única salvación se estaba esfumando entre mis manos y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

—Se lo juro que no estoy mintiendo, tengo una hija, si pierdo mi trabajo no tendré como sacarla adelante.

Pero fue demasiado tarde, la puerta de cristal de su oficina se cerró y los guardias me terminaron de arrastrar hasta el ascensor.

Los sollozos comenzaron a ser fuertes mientras el ascensor descendía y cada mínima esperanza que tuve en mi interior, se esfumó como se esfuma la oscuridad cuando enciendes una pequeña linterna.

—No tienes que llevarme como una delincuente.

—Considerando que podríamos demandarte por allanamiento, pues si, eres una delincuente.

—Solo soy una madre soltera que intenta que su acoso laboral no se quede intacto.

—Entonces ve a la policía no aquí.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron me arrastraron fuera del edifico y me dejaron en la acera y cerraron las puertas quedándose en la entrada para evitar que regresara.

Si bien, su idea era la más lógica, ir a la policía. Realmente no era la más factible, porque solo sería un desgaste total y al final yo sería quien terminaría perdiendo. Porque era la mujer sola, madre soltera y llena de deudas que no tenía a nadie con quien contar.

Secando mis lágrimas decidí seguir mi camino, pero justo cuando me daba la vuelta para irme por donde había venido, escuché que su voz me llamaba.

—Señorita Nora Harrison.

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