5. No me tratan así

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Cole

Normalmente a mí no me trataban así, sin importar que supieran que era el jefe, todos me respetaban y está chiquilla veinte años menor que yo no iba a venir a faltarme el respeto.

—Soy tu jefe, dueño de esta empresa, dueño de todos, inclusive dueño de ti —le dije con insolencia, no sé porque era tan fanfarrón con una chica grosera y altanera, en vez de explicar que soy su empleador.

Pero no pude evitarlo, noté como un escalofríos recorrió su cuerpo y mi sonrisa se ensancha más. Es mía, eso era un jodido hecho.

—No tengo dueño, mi jefe es Alessandro Dubois o Nancy —dijo con soberbia, levantando el mentón.

—Yo soy el jefe de todos, muñequita —aseguré de modo engreído— Alessandro en mi sobrino y solo un encargado.

—No soy una muñequita —espetó enojada, con las mejillas rojas de la ira— esto está mal — intentó respirar profundo tratando de calmarse y su pecho subió y bajo apretando su escote haciendo que sus tetas se vieran deliciosas, lo que me hizo apretar mis manos en puños y mi polla saltar a la vida— lo siento, pero tenía entendido que Alessandro era mi jefe, nadie me habló de usted.

¡Contrólate, joder!

No sé por qué era tan divertido sacarla de quicio, se veía muy linda, toda sonrojada y, deliciosamente enojada, con sus cejas casi juntas en medio, sus labios haciendo un mohín enojado, los agentes inmobiliario se quedaron atentos a nuestra diatriba, los ignoré, mi mañana cambio tan de repente que me sorprendí y una emoción recorrió mi cuerpo.

—Veo que llegaste puntual —cambié de tema para darle un respiro e ignorar sus confusiones, mientras la repasaba de pies a cabeza— aunque, pierdes el tiempo discutiendo conmigo.

Parecía estar acostumbrada al escrutinio al que la sometía y que yo aparentemente no podía evitar ni disimular, era una cosita muy hermosa quería quitar ese envoltorio y ver que tenía como un niño con su regalo de Navidad, hasta descubrir cómo se veían esas curvas al desnudo. Luego de babear un poco más por mi aparente secretaria, aclaré mi garganta para despejar mi cerebro de la neblina sexual en que la metió la sexy rubia.

—Si quiere recojo mis cosas y me largo. No necesito este tipo de tratos— dijo, con dientes y puños apretados.

—Tienes razón, sin embargo, comenzaste tú— le lancé la bola a su tejado, porque es la verdad es quien llegó altanera.

—Y me disculpo por eso, no es excusa, pero no lo conocía, además un jefe no debería verse como tú —habla tuteándome.

—¿Cómo yo? ¿cómo me veo? —pregunté divertido.

—No lo sé, así... —mordió sus grueso labio inferior— con tatuajes, chaqueta de cuero, y esa cara y... Lo siento eso estuvo de más —intentó retractarse, aparecieron dos puntos rojos en sus mejillas de la vergüenza.

No le dije nada, pero sonreí y me levanté haciéndole señas con mis manos para que se sentará en la silla.

—Hemos perdido una eternidad en esta diatriba, que te parece si mejor comenzamos de cero —extendiendo mi mano me presente— Soy Cole Dubois, dueño de esta pequeña, pero prospera empresa de bienes raíces.

—Me llamo Valentina Sorrento, pero puede llamarme Tina y desde hace unos meses soy la secretaria de Alessandro Dubois —sacó una sonrisa pequeña extendiendo su mano, mi mano prácticamente se la tragó en cuanto la tomé y la electricidad pasó con el toque.

—Tres meses... Ya veo —la vi un poco más, reflexioné un poco qué hacer con la mujer frente a mí— te espero en mi oficina en diez minutos. No llegues tarde.

Le guiñe el ojo y me fui a mi oficina, para pensar como un pervertido si lleva o no ropa interior, de qué tipo y qué color...

Encontré en Valentina Sorrento una nueva obsesión.

Luego de unos minutos Alessandro llegó a mi oficina.

—Tío —dijo Alessandro, levanté la ceja y me le quedé viendo.

—¿Por qué nadie sabe que soy el jefe? —pregunté hundiendo el ceño.

—¿Quién? ¿Tina? Ella es nueva, seguro no preguntó —se excusó.

—¿Entonces es ella quien peleó con un cliente? —cuestioné levantando una ceja.

La chica se ve altanera, pero no como para discutir con una extraña de la nada.

—Es ella, tío Cole —asintió mirando a otro lado.

—¿Cuál fue su castigo? ¿Por qué sigue aquí si es tan irreverente y grosera? —fui directo al grano.

—Necesita el trabajo y me suplicó que no la echara a la calle —dijo con una sonrisa de suficiencia.

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