4. Secretaria

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Cole

Ya había pasado un mes en el que no iba al submundo, pero estaba informado de todo lo que sucedía en mis malditos dominios, soy dueño del mundo criminal en Nueva York y le rindo cuentas a una sola persona. Bones.

—Espero que todo este marchando bien —le dije a Bones en una llamada, cuando salí del baño.

—Todo va como la seda, señor. Tómese mejor unas vacaciones —me ofrece.

Sonriendo me colocó una toalla alrededor de mi cadera cuando salgo y afeito los bordes de mi barba, veo mi cabello negro casi llegando a mi nariz, debería cortarlo, pero me gusta cómo se ve, paso la mano para llevar las hebras de mi cabello fuera de mi rostro, recuerdo que mi nueva asistenta debe estar por llegar en cualquier momento, sin embargo no sé si me dé tiempo de esperar a que llegue, mi antigua ama de llaves está de vacaciones, así que mejor le dejo una nota con lo que necesito principalmente y dinero suficiente para las compras junto con su pago.

—Trataré de tener vacaciones —me reí más abiertamente.

—Un embarque llega en dos semanas, el señor Volkov necesita las armas —me cuenta.

—Bien, me parece bien. Avísame si todo sale bien, ¿hiciste el pago a los Seraphiel? —cuestioné— si aun queremos traficar las armas de forma legal tenemos que seguir tratando con ellos.

Luego de colgar me puse una camisa manga corta azul, unos jeans negros rasgados a la altura de mis muslos y rodillas, y una chaqueta de cuero negra, salgo de mi cuarto rumbo a la cocina a prepararme mi café, normalmente me pondría un traje para visitar las empresas, pero llevo un mes estando de empresa en empresa que hoy no me apetece, reviso el resto de mis correos, descartó unos mensajes y bloqueo a Haven, es un dolor en el culo con sus tonterías, quiere un vida juntos después de un par de polvos con el rey del submundo.

¡Está loca!

Caminé dejando salir un suspiro estoy demasiado cansado, las empresas legales últimamente traen más trabajo, estamos reformando uno de mis edificios y he tenido inconsistencias con los obreros y las empleadas, y si hay algo que me molesta es que estorben el trabajo de mis empleados, suelo ser imparcial en estos casos, pero los hombres a veces llevan todo al límite y si una mujer no te da pie, déjala en paz.

Llegué sin ningún inconveniente a Bienes Raíces Dubois (RED) en mi Mustang, está zona es bastante concurrida. Toda la ciudad es bastante concurrida a cualquier hora, compré una casa de tres pisos y la remodelé para que fuera las oficinas centrales de los agentes de bienes raíces que muestran y venden las casas que compro. Saludé a todos en cuanto entré con un simple "buenos días", venía cada seis meses y me adelanté dos meses en venir, tal vez sospechaban que venían despidos por mi parte, aunque no es así, Nancy me dijo que había problemas con algunos empleados y mi sobrino, y eso no me gustó.

Llegué hasta donde estaba Nancy Otero la gerente encargada del lugar, es una mujer de unos treinta y dos años, pelirroja, de piel blanca y pecosa, de tranquilos ojos miel y tiene 6 meses de embarazo, es una mujer bajita, amable, sin embargo, con carácter de temer como buena latina y trabajadora, le dejo la guía de mi empresa con los ojos cerrados, mi sobrino solo piensa que lleva la b****a ya que mi hermano mayor y su esposa habían muerto en un accidente hace unos años dejando a Alessandro huérfano.

A veces sólo queda confiar en extraños y hasta el momento es una mujer ejemplar y no tengo quejas y sin saberlo es quien mueve mucho de mi dinero sucio para la compra de casa para luego revenderlas.

—Nancy, ¿cómo estás? —pregunté adusto como siempre—. Necesito que llames a mi asistente, tengo que programar unas citas nuevas —ordené caminando a mi oficina.

Nadie usa mi oficina cuando no estoy, Alessandro tiene una más pequeña, mi secretaria debe limpiarla y mantenerla al día para cuando yo vuelva en cualquier momento, normalmente trabajo vía e-mail y debería tener una sola asistente que se comunique con las demás secretarías para que lleve bien todos mis negocios, pero no confío en nadie y tampoco he buscado.

—Buenos días, señor Dubois, su secretaria aún no llega —la escucho decir y eso detiene mi caminar. Me le quede viendo confundido, hundí el ceño empezando a molestarme, odio que la gente llegue tarde, que no sigan el maldito plan que se les tiene en la vida.

¿Para qué tienen un horario si no van a cumplirlo?

—¿Por qué no ha llegado? —me devolví para estar a dos metros distancia de ella.

La mujer trago saliva algo nerviosa y vio al reloj en la pared detrás de mí, encima de mi cabeza.

—Son las 7:45 am ella entra a las 8:00 am, en unos minutos llegará, es muy puntual así usted no se encuentre. Aparte no sabíamos que usted venía hoy —trata de excusarla.

—¿Tengo que avisar cuando quiera venir? Me pediste que viniera lo más pronto posible y aquí estoy, Nancy —pregunté irónicamente levantando una ceja.

—Por supuesto que no, señor sólo le estaba informando —traga saliva nerviosa.

Asentí lentamente y pensé mejor las cosas, me desvíe un poco a la derecha y vi el escritorio de mi secretaria perfectamente ordenado, con la computadora apagada y un pequeño cuenco de cristal con una delicada orquídea en ella en agua, me senté y vi todo desde esa posición subiendo los pies en el escritorio e inclinándome sacando un cigarrillo de mi chaqueta. Esperaré a la muchacha que supuestamente le gusta llegar puntual.

Atendía un par de llamadas diez minutos después, cuando escuché que llegó una mujer saludando a todos sin notar el espeso ambiente que cree con mi presencia hosca, no le di importancia ni siquiera la miré y empecé a buscar la carpeta que necesitaba con los datos de la casa que me habían pedido por teléfono, sabía cuál era pues yo mismo la había comprado, pero no podía recordar si tenía pisos de cerámica o madera. Escuché un carraspeo enojado y dejé de buscar para ver atentamente quien me interrumpía.

—Fíjese que ya llegó la secretaría ¿qué le parece si llama dentro de 5 minutos para que le demos todos los detalles que me pide? —colgué antes de escuchar respuesta.

—Se puede saber quién es usted y porque está sentado en mi escritorio contestando llamadas de esa manera? —cuestiona ella con las cejas hundida y altanera.

Era una muchacha rubia y joven de al menos unos 20 años menos que yo, alta y de piernas largas por lo que se le veía en su vestido borgoña que le llegaba a medio muslo, tenía unos zapatos de tacón bajo y una cartera que cruzaba en medio de su torso, con sus ojos azul claros y esa carita de muñeca casi perfecta, labios gruesos que invitaban a besar y me provocó morderla, sonreí para distraer a mi mente de que una hermosura como esta era mi empleada. Mi secretaria.

¡Vaya!

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