Las cenizas del fénix

Las luces rojiazules y los aullidos de las sirenas desgarraron la tranquilidad de la noche. Dairon llevaba a Félix en brazos. Estaba atontado y confundido.

Lo dejó sobre el césped y sintió alivio al escucharlo toser y verlo apretar los ojos.

— Está vivo — Murmuró. — Quédate aquí hijo, pronto llegará la ambulancia. Debo volver por tu madre — , le.dijo y corrió de vuelta a la casa.

Fue entonces que notó el agujero en el cristal de la puerta principal, los trozos de vidrio en el suelo se clavaron en sus pies obligándolo a dar un paso al lado. Observó con atención las esquirlas verodas y encontró el inconfundible cuello de un botella rota, pocos metros delante suyo. La oyó gritar de repente.

— ¡Amor! ¡ Ya voy amor!

Subió los escalones apoyándose en la baranda. Los pies ensangrentados le dolían y el humo le dificultaba la visión.

Tropezando, alcanzó la puerta. Intentó abrirla pero el picaporte estaba ardiendo. Podía escuchar del otro lado sus sollozos.

— Aguanta amor, enseguida te sa
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