— Me das asco. ¡Estás enferma! No quiero verte nunca más . — Fueron las últimas palabras de Dairon, ante la mirada perpleja de Mara, que lloraba desconsolada. Quería odiarla, borrarla para siempre de su mente, pero no lo conseguía. Solo en su cama, fantaseaba con el calor de su piel; mientras libraba en su interior la peor de las batallas. Su corazón se había convertido en su peor enemigo. — Nunca pensé que pudiese ocurrir esto...— Sollozaba Mara acurrucada en el regazo de su mejor amiga. — ¿ Cómo puedes decir eso ? — protestó Alice. Mara alzó la cabeza, limpiándose las lágrimas. — Tenías que saber que esto no podía terminar bien. — añadió Alice, intentando esconder su desprecio hacia la decisiones de su amiga. — No soy ilusa, Alice. Siempre supe que corría el riesgo de perderlo para siempre, y que todo lo que rodea a este sentimiento que no consigo arrancar de mi pecho es una aberración, pero... — rompió en llanto. Alice la abrazó estrechándola en su pecho. — No vale la
— Es el chisme de milenio. —¿Que dices? ¡No me lo creo! — Pues créelo. No te miento amiga, cómo lo oyes… lo vieron salir, casi cayéndose del nuevo club ese que abrio en la calle principal. — ¿Ese que me contaste de las bailarinas exóticas? — Si… un antro de perdición…lleno de mujerzuelas de la gran ciudad. — Pero no sabía que además de ser el dueño, lo frecuentaba. — Dicen que prácticamente vive allí. Que ha nombrado un sustituto temporal en su empresa para ocuparse por completo de su nueva inversión y se la pasa borracho y drogado persiguiendo a las prostitutas desde el repentino divorcio. —Shhh .. baja la voz. — dijo la señora canosa a su amiga al advertir la vista curiosa de Alice, demasiado interesada en su conversación . — No es un secreto… toda la ciudad lo sabe, Dairon se ha vuelto loco… — acotó la segunda decidida a enterrar la conversación regalando el nombre del personaje aludido, mientras se subía a un taxi a la salida del pequeño aeropuerto. Alice sintió lást
— Alice, por favor, abréme... sé que estás allí adentro. — Dairon hablaba con la puerta cerrada, intentando llegar a la chica que sabía había agaraviado gravemente la noche anterior. — Venga, dame la oportunidad de disculparme contigo... te he traído un regalo. Alice lo escuchaba, de pie al borde de las escaleras, aun con su camisón de dormir. Se volvió dispuesta a regresar a la cama, ignorando el llamado de Dairon. Prefería lamentarse otro par de horas por ser increíblemente estúpida al creer que sus amoríos infantiles podrían realizarse, que tener que mirar la lástima en los ojos del magnate; pero un crujido caprichoso de la madera bajo sus pies la delató y su sentido de la educación formal la obligó a abrir la puerta. — ¡Vaya! Perdona si te he despertado. No atino una. — Se lamentó Dairon. — Llevas la misma ropa de anoche... — Aún no me he ido a casa. — Ya veo. — Alice mantenía la puerta entreabierta, sin dejarlo entrar. — Alice, perdóname. Estaba fuera de mí, no quiero que
En el tenue fulgor dorado de las cálidas luces, Alice parecía brillar. Casi no conseguía contener la sonrisa. La felicidad la inundaba a tal punto que no conseguía ver la magia del momento era diferente para Dairon. — Has vivido una existencia maravillosa, Alice, y de manera tan callada, que creo que pocas personas conocen tus logros. — — La arqueología, contrario a lo que se cree, no es un campo muy glamuroso. Nos pasamos la vida entre ruinas y polvo. — Has visto los restos de las grandes civilizaciones, estudiado las culturas más impresionantes. ¡Cómo te envidio!— Pero lo he hecho todo sola.— Una gota de angustia tiñó de azul profundo la mirada antes entusiasmada de Alice. — Nunca te he conocido un novio. ¿ Te puedo ser sincero? — Lo prefiero ante todo.— Siempre pensé que eras lesbiana. Alice se atragantó con el sorbo de vino que pasaba por su garganta. — Sí. — Reafirmo Dairon abochornado. — Pensaba que estabas enamorada de Mara, en secreto. — ¡Madre mía! — exclamó ella,
A veces el silencio es respuesta por sí solo. Las palabras no logran expresar lo que un silencio consigue y Mara supo bien lo que significaba el de Dairon. Con el teléfono aún en la mano intentaba contener las lágrimas. La vibración la hizo volver la vista hacia la pantalla. En el mismo segundo sintió alivio y desilusion. Pensó que era él llamándola de vuelta, pero era solo su jefe. — Mara...¿ me escuchas? — Sí, dígame señor Vásquez... — Necesito que vayas a la oficina. Al parecer ha ocurrido un error con los envíos y tu eres quien maneja todas las facturas y la información de los clientes. — Pero, es imposible. Ya son pasadas las once yo... — Esto no puede ocurrir y en su descripción de trabajo decía que tenía que estar disponible las veinticuatro horas. — Pero mi hijo... no puedo sacarlo de la cama. — Su vida privada no es mi preocupación, o se presenta de inmediato en la oficina y arregla el error que cometió o puede considerarse despedida. — No, por favor. Necesito
— A veces creo que tienes poderes mágicos. Tomé la mejor decisión de mi vida el día que te invité a salir. Dairon besaba el cuello de Alice, que leía las noticias de la mañana sentada en el jardín con una taza de café humeante en una mano. — Ciertamente tu vida ha cambiado, pero no puedo tomar crédito por ello. — ¿ Cómo que no? — Tomó asiento frente a ella. — No. — Alice dio un sorbo a su café. — Todo ha sido obra tuya. has demostrado tener una fuerza de voluntad enorme, y aunque es solo el principio de tu completa transformación, creo que es necesario felicitarte. Empiezas a parecerte al hombre que siempre supe que eras. — De veras eres un mujer impresionante. No podría jamás haber encontrado la fuerza sin tu ayuda. Alice sonrió.— Escucha... — Dairon bajó el tono, como si estuviese a punto de hablar de algo muy bochornoso. — Yo sé que no he sido todo lo que esperabas y que he fallado en cumplirte como hombre, pero yo....— Déjame detenerte ahí mismo. — Alice dejó la taza so
Las manos callosas tomaron por costumbre acariciar su cuello cada vez que pasaba cerca de ella. El resto de los empleados volvían la vista al ruego de sus ojos silentes, y la casa que tanto luchaba por mantener se convirtió en su último refugio. — Dai.. — La primera palabra de su hijo llegó una calurosa noche de verano. La inmensa alegría que la envolvió fue solo comparable al dolor profundo que le produjo aquella sílaba. — Dai... — Repitió Felix con una sonrisa en los labios. Mara lo abrazó, intentando ocultar sus lágrimas. — Mírate Felix, estás hablando hijo. — Le dijo con orgullo y el pequeño la rodeó con sus manos.— Le estoy muy agradecida por el empeño que ha puesto en las sesiones con Félix. — Comentó al especialista al día siguiente, llena de alegría y agradecimiento. — Es lo menos que puedo hacer. — Contestó el hombre con una seriedad casi solemne. — No sé como agradecerle. Soy consciente de que pago solo por una hora cada día y ultimamente las sesiones están tardando
— ¿ Qué hace usted aquí, Señor Vásquez. — Mara se atrincheró detrás de la puerta, observado a través de la rendija. El hombre miraba al suelo, con las manos a la espalda. — Ábreme la puerta pequeña. Hablemos sobre esto. — Váyase de aquí ahora mismo. — Mara...soy tu jefe, tienes que hacer lo que digo. — No tiene derecho alguno a presentarse en mi casa, mucho menos a estas horas, además ya no trabajo para usted. Le he enviado una carta informando mi dimisión. — Precisamente de eso quiero hablarte preciosa. — No hay anda que hablar. Es usted repugnante y no deseo seguir trabajando en su negocio. — — Ábreme la puerta, pequeña. — volvió a decir. Su voz pausada helaba la sangre de Mara, que hubiese preferido que los gritos se escucharan por todo el vecindario. — Llamaré a la policía . — De acuerdo. esperaré aquí afuera. Esta noche debe estar trabajando el sargento Ramírez. Buen hombre. Su esposa es amiga de hermana, su padre tenía negocios conmigo. Buen hombre, sí, sí,