Promesas soñadas

— Alice, por favor, abréme... sé que estás allí adentro. — Dairon hablaba con la puerta cerrada, intentando llegar a la chica que sabía había agaraviado gravemente la noche anterior. — Venga, dame la oportunidad de disculparme contigo... te he traído un regalo.

Alice lo escuchaba, de pie al borde de las escaleras, aun con su camisón de dormir.

Se volvió dispuesta a regresar a la cama, ignorando el llamado de Dairon. Prefería lamentarse otro par de horas por ser increíblemente estúpida al creer que sus amoríos infantiles podrían realizarse, que tener que mirar la lástima en los ojos del magnate; pero un crujido caprichoso de la madera bajo sus pies la delató y su sentido de la educación formal la obligó a abrir la puerta.

— ¡Vaya! Perdona si te he despertado. No atino una. — Se lamentó Dairon.

— Llevas la misma ropa de anoche...

— Aún no me he ido a casa.

— Ya veo. — Alice mantenía la puerta entreabierta, sin dejarlo entrar.

— Alice, perdóname. Estaba fuera de mí, no quiero que
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