— ¿Crees que sea lo correcto?— Sinceramente, no sé qué creer. Necesitamos corroborar en la medida posible las declaraciones y está es la manera más rápida en la que puedo pensar. No puedo arriesgarme a otro escándalo.El comisario llamó a la puerta con el extremo de su tonfa. Había entrado en la propiedad a través de la gigantesca verja abierta de par en par. Nadie contestó al llamado y volvió a tocar una y otra vez. Convencido de que no habría respuesta, empujó la puerta; esperando con todo su ser encontrarla cerrada pero la madera cedió y las bisagras chirriaron mientras se abría despacio. La casa estaba a oscuras y en completo silencio. Los oficiales avanzaron con cautela mientras voceaban intentando llamar la atención de cualquiera que pudiese esconderse dentro de sus paredes. — ¡Policía estamos buscando al señor Vázquez, tenemos una orden para su arresto! ¡ Salga de inmediato con las manos en alto! Pero el silencio volvía a envolverlo todo luego de cada grito.—Aquí no h
— No hay excusa alguna para lo que está haciendo — . Leo protestaba de cara al hastiado comisario que intentaba ignorar sus gritos coléricos y concentrarse en la sección deportiva del periódico — Es solo una vieja que intentaba hacer lo mejor para su familia. El comisario levantó la mirada arqueando la ceja. — Ya se lo que me vas a decir… — Leo continuó sin dejarlo hablar — …rompió la ley, pero tampoco fue tan grave. Usted y yo sabemos que ese orfanato nada más recibe un par de donaciones al año y que se mantiene en pie gracias a los sobornos y tratos turbios que hacen sus funcionarios.El comisario quiso rebatir sus palabras pero Leo lo acalló alzando la mano. — No, no se moleste en explicarlo, esas son cuestiones que no me importan en lo más mínimo. Lo único que quiero es saber porque no puede dejar que me la lleve a casa. Por amor de dios, a la pobre le quedarán cuando más diez años de vida. ¿ Me va a decir que puede vivir con el cargo de conciencia de haber enviado a la cárce
— Bienvenida, hija — . La abrazó a la entrada, acarició el cabello del niño dormido en su hombro y abrió la puerta para dejarlos pasar. — Lo…lo siento. No sé dónde está, la policía me me obligó…perdóname. Dairon no estaba a su lado, pero su fantasma siempre iba con ella, recordándole lo que la insistencia del capitán y la amenaza de no ver nunca más a su hijo la obligaron a decir.Al principio habló en monosílabos, reacia a escupir las palabras, pero luego, sin darse cuenta; todo lo que había guardado dentro de su pecho alrededor de los años rodó por su lengua. Así contó las acciones de Vázquez e incluso algunas suyas propias y de Dairon, y de Alice. Está última se llevó ell menor golpe porque la culpa de Mara era más fuerte que las mentiras y manipulaciones que tejió en su contra y las agresiones hacia su hijo debían ser confirmadas por el menor, quien se negaba a hablar escondiendo el rostro entre las piernas de su madre cada vez que se le dirigía la palabra. — No soy madre ,
— ¡Levántalo del suelo!— ¡ Bestia ! ¡ No ves que no puede mantenerse en pie!El puño de Vásquez se enterró en su mandíbula con toda la fuerza de su furia. Alice cayó de bruces al suelo.Escupió sangre. El guarda la tomó por los hombros y ella se tambaleó entre sus brazos. — Por favor — Le susurró. — ¡ Vamos! — Arreó Vásquez — Si él no puede cavar su hueco tendrá que hacerlo uno de ustedes dos —. Ordenó, mirando con desdén a sus guardias. — ¿ Por qué estamos aquí? — Mara miraba a través de la ventanilla la calle hacia su antigua casa. — Es una sorpresa — Margaret le sonrió.— Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí. ¿ Me llevas a casa ?Alice me dijo que la habían demolido.— Shh, cierra los ojos por favor. Mara levantó una ceja. — Por favor — volvió a pedir Margaret. La chica obedeció.— Sin trampas.Mara sonrió y se cubrió los ojos con las manos. Félix reía en el asiento trasero. El auto se detuvo. Margaret la ayudó a salir. — Ya puedes abrirlos. Reconoci
Apenas abrió los ojos, su primer pensamiento fue para él. — Dairon… — Susurró intentando sentarse en la cama. — Shh… tómeselo con calma — La palma áspera del comisario se posó sobre su pecho obligándola a recostarse. — Tiene usted suerte de que la encontrara, aquella dichosa cabaña está bien profundo en el bosque. Yo mismo tuve problemas para hallarla y no creo que hubiese sobrevivido otra madrugada dando tumbos entre los árboles, arrastrando el peso muerto que llevaba consigo. — Dairon… ¿ Está m…muer…to— volvió a decir Alice y sintió ahora más profunda la punzada del dolor en su barbilla. — No. Está bien… lo tienen en una habitación al final del pasillo. Los ojos de la chica se iluminaron. — ¿ Está despierto? — Aún no. Dicen los médicos que perdió demasiada sangre, pero no morirá. Al menos es algo . — Tengo que verlo. El comisario señaló al suero que llevaba en el brazo. — Está usted severamente deshidratada. Además, él no está solo y no creo que… Alice apretó los diente
Las luces rojiazules y los aullidos de las sirenas desgarraron la tranquilidad de la noche. Dairon llevaba a Félix en brazos. Estaba atontado y confundido. Lo dejó sobre el césped y sintió alivio al escucharlo toser y verlo apretar los ojos. — Está vivo — Murmuró. — Quédate aquí hijo, pronto llegará la ambulancia. Debo volver por tu madre — , le.dijo y corrió de vuelta a la casa. Fue entonces que notó el agujero en el cristal de la puerta principal, los trozos de vidrio en el suelo se clavaron en sus pies obligándolo a dar un paso al lado. Observó con atención las esquirlas verodas y encontró el inconfundible cuello de un botella rota, pocos metros delante suyo. La oyó gritar de repente. — ¡Amor! ¡ Ya voy amor!Subió los escalones apoyándose en la baranda. Los pies ensangrentados le dolían y el humo le dificultaba la visión.Tropezando, alcanzó la puerta. Intentó abrirla pero el picaporte estaba ardiendo. Podía escuchar del otro lado sus sollozos. — Aguanta amor, enseguida te sa
— ¿ Mara? ¿ Estás bien? — su voz grave se escuchaba cada vez más lejana. — ¿ Mara? ¿ Mi amor? — insistía Dairon. Con su mano la tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo. — ¿ Que te ha pasado? — La chica estaba pálida, y con los ojos llenos de lágrimas. — Necesito salir de aquí. — contestó a su novio. — Muy bien, pediré la cuenta y nos vamos enseguida. — contestó él preocupado por la expresión de miedo que adivinaba en su mirada. — No, no puedo esperar. Lo siento. — — ¿ Qué estás diciendo? — — Nos vemos más tarde. — Mara se puso de pie y salió a toda prisa del restaurante dejando a Dairon con un montón de dudas, y un sabor agridulce en los labios. Recogió el teléfono celular de la mesa, y miró con atención las fotos de su familia, que le había estado mostrando a su nueva novia. Suspiró, lo guardó en el bolsillo y salió intentando alcanzarla, pero la chica ya había desaparecido. Algunas cuadras al este Mara, ahogada por el llant
Dairon languidecía en su habitación, sentado en la cama del apartamento que había alquilado en el centro de la ciudad, recordando las maravillosas noches que compartió con aquella chica. Volvió a coger el teléfono y llamó. — Dime que todo lo que vivimos fue una mentira, que no sientes lo mismo que yo y que en mis brazos no fuiste feliz... dime que este amor no es el sentimiento más poderoso y puro que jamás hayas sentido, dímelo y no volveré a molestarte; pero no me dejes morir en este horrible silencio. — habló con voz débil, dejando el mensaje en el buzón, y cayendo de espaldas sobre la cama, cubierta con las sábanas que aún olían a ella. Mara dejó pasar los días sin decirle una palabra y la ansiedad cada vez lo consumía más y más. Cambió completamente sus hábitos, intentando no volver a encontrarse con él, incapaz de contarle el verdadero motivo de su repentino rechazo, pero una mañana, después de varias semanas, al salir del trabajo lo encontró esperándola en el aparcamiento.