— Alice, por favor, abréme... sé que estás allí adentro. — Dairon hablaba con la puerta cerrada, intentando llegar a la chica que sabía había agaraviado gravemente la noche anterior. — Venga, dame la oportunidad de disculparme contigo... te he traído un regalo. Alice lo escuchaba, de pie al borde de las escaleras, aun con su camisón de dormir. Se volvió dispuesta a regresar a la cama, ignorando el llamado de Dairon. Prefería lamentarse otro par de horas por ser increíblemente estúpida al creer que sus amoríos infantiles podrían realizarse, que tener que mirar la lástima en los ojos del magnate; pero un crujido caprichoso de la madera bajo sus pies la delató y su sentido de la educación formal la obligó a abrir la puerta. — ¡Vaya! Perdona si te he despertado. No atino una. — Se lamentó Dairon. — Llevas la misma ropa de anoche... — Aún no me he ido a casa. — Ya veo. — Alice mantenía la puerta entreabierta, sin dejarlo entrar. — Alice, perdóname. Estaba fuera de mí, no quiero que
En el tenue fulgor dorado de las cálidas luces, Alice parecía brillar. Casi no conseguía contener la sonrisa. La felicidad la inundaba a tal punto que no conseguía ver la magia del momento era diferente para Dairon. — Has vivido una existencia maravillosa, Alice, y de manera tan callada, que creo que pocas personas conocen tus logros. — — La arqueología, contrario a lo que se cree, no es un campo muy glamuroso. Nos pasamos la vida entre ruinas y polvo. — Has visto los restos de las grandes civilizaciones, estudiado las culturas más impresionantes. ¡Cómo te envidio!— Pero lo he hecho todo sola.— Una gota de angustia tiñó de azul profundo la mirada antes entusiasmada de Alice. — Nunca te he conocido un novio. ¿ Te puedo ser sincero? — Lo prefiero ante todo.— Siempre pensé que eras lesbiana. Alice se atragantó con el sorbo de vino que pasaba por su garganta. — Sí. — Reafirmo Dairon abochornado. — Pensaba que estabas enamorada de Mara, en secreto. — ¡Madre mía! — exclamó ella,
A veces el silencio es respuesta por sí solo. Las palabras no logran expresar lo que un silencio consigue y Mara supo bien lo que significaba el de Dairon. Con el teléfono aún en la mano intentaba contener las lágrimas. La vibración la hizo volver la vista hacia la pantalla. En el mismo segundo sintió alivio y desilusion. Pensó que era él llamándola de vuelta, pero era solo su jefe. — Mara...¿ me escuchas? — Sí, dígame señor Vásquez... — Necesito que vayas a la oficina. Al parecer ha ocurrido un error con los envíos y tu eres quien maneja todas las facturas y la información de los clientes. — Pero, es imposible. Ya son pasadas las once yo... — Esto no puede ocurrir y en su descripción de trabajo decía que tenía que estar disponible las veinticuatro horas. — Pero mi hijo... no puedo sacarlo de la cama. — Su vida privada no es mi preocupación, o se presenta de inmediato en la oficina y arregla el error que cometió o puede considerarse despedida. — No, por favor. Necesito
— A veces creo que tienes poderes mágicos. Tomé la mejor decisión de mi vida el día que te invité a salir. Dairon besaba el cuello de Alice, que leía las noticias de la mañana sentada en el jardín con una taza de café humeante en una mano. — Ciertamente tu vida ha cambiado, pero no puedo tomar crédito por ello. — ¿ Cómo que no? — Tomó asiento frente a ella. — No. — Alice dio un sorbo a su café. — Todo ha sido obra tuya. has demostrado tener una fuerza de voluntad enorme, y aunque es solo el principio de tu completa transformación, creo que es necesario felicitarte. Empiezas a parecerte al hombre que siempre supe que eras. — De veras eres un mujer impresionante. No podría jamás haber encontrado la fuerza sin tu ayuda. Alice sonrió.— Escucha... — Dairon bajó el tono, como si estuviese a punto de hablar de algo muy bochornoso. — Yo sé que no he sido todo lo que esperabas y que he fallado en cumplirte como hombre, pero yo....— Déjame detenerte ahí mismo. — Alice dejó la taza so
Las manos callosas tomaron por costumbre acariciar su cuello cada vez que pasaba cerca de ella. El resto de los empleados volvían la vista al ruego de sus ojos silentes, y la casa que tanto luchaba por mantener se convirtió en su último refugio. — Dai.. — La primera palabra de su hijo llegó una calurosa noche de verano. La inmensa alegría que la envolvió fue solo comparable al dolor profundo que le produjo aquella sílaba. — Dai... — Repitió Felix con una sonrisa en los labios. Mara lo abrazó, intentando ocultar sus lágrimas. — Mírate Felix, estás hablando hijo. — Le dijo con orgullo y el pequeño la rodeó con sus manos.— Le estoy muy agradecida por el empeño que ha puesto en las sesiones con Félix. — Comentó al especialista al día siguiente, llena de alegría y agradecimiento. — Es lo menos que puedo hacer. — Contestó el hombre con una seriedad casi solemne. — No sé como agradecerle. Soy consciente de que pago solo por una hora cada día y ultimamente las sesiones están tardando
— ¿ Qué hace usted aquí, Señor Vásquez. — Mara se atrincheró detrás de la puerta, observado a través de la rendija. El hombre miraba al suelo, con las manos a la espalda. — Ábreme la puerta pequeña. Hablemos sobre esto. — Váyase de aquí ahora mismo. — Mara...soy tu jefe, tienes que hacer lo que digo. — No tiene derecho alguno a presentarse en mi casa, mucho menos a estas horas, además ya no trabajo para usted. Le he enviado una carta informando mi dimisión. — Precisamente de eso quiero hablarte preciosa. — No hay anda que hablar. Es usted repugnante y no deseo seguir trabajando en su negocio. — — Ábreme la puerta, pequeña. — volvió a decir. Su voz pausada helaba la sangre de Mara, que hubiese preferido que los gritos se escucharan por todo el vecindario. — Llamaré a la policía . — De acuerdo. esperaré aquí afuera. Esta noche debe estar trabajando el sargento Ramírez. Buen hombre. Su esposa es amiga de hermana, su padre tenía negocios conmigo. Buen hombre, sí, sí,
— Un café por favor. — Una temblorosa Mara se sentaba en una austera mesa de un destartalado café de carretera. — Enseguida. — Accedió la mesera y se alejó con un contoneo gelatinoso. Sus manos temblaban. Escogió usar chaqueta en pleno verano. Se avergonzaba de los moretones en sus brazos, como si fuese un terrible bochorno ser la víctima de un abusador enfermizo. El café llegó y Mara dejó encima de la mesa algunas monedas para pagar. La camarera la miró con desprecio « Perra tacaña. » Pensó y se alejó balbuceando una protesta inaudible. La mañana era hermosa, pero Mara ya no conseguía encontrar belleza en las cosas simples; no conseguía encontrarla casi en ninguna parte, excepto en la sonrisa de su hijo. Pensaba en Félix y miraba su reloj. Ya no se sentía segura dejándolo ni siquiera en la escuela. Aquel hombre terrible había tomado una obsesión horrible con ella y sus influencias alrededor de todo el pueblo lo llevaban a controlar casi todo. Era temprano. La cita había
— Luzco horrible. — Mara se cubría los pechos y el abdomen con las manos, intentando ocultar las marcas violáceas. — Estás tan hermosa como el día en que te conocí. — Dairon acarició su mejilla, apartando gentilmente sus manos. Una lágrima corrió al sentir de nuevo el roce de sus labios y el calor de su piel alrededor de su cintura. — Eres mía. — le susurró al oído. Mara sonrió a medias, tocando tímidamente su espalda desnuda. Ël enterró la cabeza entre sus pechos haciéndola cerrar los ojos , envuelta en un gemido. — Nunca te dejaré ir. — Su voz sonaba ahora mucho más hosca, resquebrajada y el toque de sus manos se sentía áspero y tosco. Abrió los ojos y las paredes del sueño se derrumbaron a su alrededor. No era Dairon quien yacía sobre ella, forzándola a abrir las piernas y respirando en su cuello con el aliento apestoso a whiskey y cigarrillos. Lo que fue un gemido se convirtió en un sollozo, y tuvo que taparse la boca para impedir que saliera un grito desesperado.