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Capítulo 2: Estaré aquí para ti

Punto de vista de Blake

La «casa» de Ryan era un departamento nuevo en las Royal Towers, en el centro de San Francisco. Luego de una turbulenta relación de tres años, y de estar a punto de casarse, entre todo esto que había pasado, me acababa de enterar que él y Libi tenían problemas.

La cabeza me latía con fuerza al bajar del auto con un medio dormido Colin en brazos; me tercié la pañalera, y el vigilante del estacionamiento vino a ayudarnos al darse cuenta de que traíamos equipaje. Ryan se llevó mi maleta, y este hombre el bolso con las cosas de mi hijo.

Al entrar al ascensor, acomodé a Colin contra mi pecho y resoplé. Las ganas de vomitar se agudizaron y, a pesar de que sentí los ojos del rubio sobre mí, permanecí en silencio hasta que la puerta se abrió.

Quería ir a dormir, despertar y que todo fuera un maldito sueño, eso deseaba la pequeña parte de mí que pensaba que esto de verdad estaba sucediendo… porque el resto de mi ser no se lo terminaba de creer.

—Vamos —murmuró el dueño de casa cuando la caja metálica llegó al piso indicado, y salimos.

Agarré el bolso de Colin y lo llevé despacio. Me había mojado, y el niño también, un poco, por lo que el frío del pasillo solo extendió su presencia en mi interior y, en el momento en el que pasamos al departamento, resoplé.

El aire era más cálido y se respiraba tranquilidad. Ryan fue directo a una habitación para dejar mis cosas y solo lo seguí. Bajé a Colin en la cama y él, medio dormido, se recostó y nos miró arreglar todo.

—Deberías darte un baño, y el enanito también —dijo nuestro anfitrión mirando al nene—. Ya casi está dormido, pero aún es temprano.

—Sí… tengo que darle de comer antes. —Miles de pensamientos surcaron mi mente en ese momento—. Y…

Me quedé en el aire, incapaz de decir o hacer nada y, al notar esto, Ryan caminó hacia mí y puso ambas manos sobre mis hombros.

—Calma… todo va a estar bien —susurró.

La convicción en su mirada regó una gran dosis de alivio en mi interior y asentí; sin embargo, ambos sabíamos que no sería así. ¿Cómo podría?

Tras unos minutos, me saqué la ropa mojada y la dejé en una cesta para ponerla a lavar más tarde, desvestí a Colin tras buscar ropa para ambos y lo llevé al baño de visitantes, que tenía una tina espaciosa. La llené hasta la mitad con agua tibia y, acompañado de mi pequeño, me metí y comencé a lavarlo.

A Colin le fascinaba el agua, por lo que comenzó a chapotear como loco.

—¡Papi, agaaa! —soltó animado.

Sus ojitos brillantes me miraron como si fuese el centro de su mundo, y un nudo apretó mi garganta porque, en este momento, él lo era para mí… un pilar que pendía de un hilo.

Comencé a jugar con sus cabellos cuando se quedó tranquilo, y resoplé. ¿Qué pasaría si no fuese mi hijo? ¿Qué haría?

Sentí el calor regarse por mi cuerpo y le hice una cresta graciosa, aunque me daba cuenta de que comenzaba a dormirse. Sus cabellos, borgoña rojizo como los míos y los de mi padre, debían identificarlo como sangre de mi sangre sino fuese por esto último. Gilbert y yo nos parecíamos demasiado en facciones, así que no podía solo confiarme de eso.

Creía desde mis entrañas que era mi hijo, lo sentí desde el momento en el que lo cargué en mis brazos, pero… ¿y si no?

—Tendré que hacerme una prueba, no hay de otra…

Salimos del baño y preparé su alimento, le di de comer, lo acuné hasta que se durmió, y lo acosté en la cama del cuarto que Ryan dispuso para nosotros, rodeado de almohadas, aunque él era muy tranquilo mientras dormía. Caía como un tronco inmóvil que descansaba por al menos ocho horas.

—Blake, ven, vamos a comer —anunció Ryan.

Me sorprendí al ver una lasaña repleta de jamón en la mesa, y le sonreí con curiosidad, recibiendo una mirada brillante de su parte.

—Cuando te sientes mal, siempre es bueno consolarse con algo que te gusta, ¿no?

Este maldito bastardo me conocía tan bien…

—Gracias —dije sin más y le regalé una sonrisa floja.

Me encantaba el jamón y la comida italiana, así de simple.

La lluvia seguía afuera, y los truenos adornaban el ambiente en medio de esta extraña primavera. Comí con calma y en silencio, disfrutando de lo bien sazonado que estaba todo, y bebí el vino que sirvió al final con calma.

—Eres bueno en esto, hombre… serás una excelente esposa —solté a broma.

Lo escuché reírse, y eso lo relajó todo por unos segundos.

—¿La esposa? Prefiero ser el esposo sexy y multitalentoso —contestó el otro y sonrió de oreja a oreja.

—Vamos… imagínate con un delantal rosado lleno de flecos por todas partes, como en las clases de cocina en la secundaria, ¿recuerdas?

—¡Oye! ¡No recuerdes esa parte oscura de mi pasado, eso fue una broma de mi hermana!

No pude evitar echarme a reír, y sus ojos me contemplaron con satisfacción. Siempre había sido así, una bala de calma instantánea en momentos de dificultad.

—Eres demasiado audaz —mascullé y solté un suspiro.

—Ya me conoces: si necesitas ayuda, aquí estaré.

Asentí con la cabeza y lo vi levantarse y cargar los platos. Guardó los restos de la lasaña en la nevera y dejó la vajilla en el lavavajillas. Al mismo tiempo, lo ayudé a limpiar la mesa y fui a sentarme al sofá.

En ese corto silencio, apenas escuchando los truenos de afuera, la presión de la realidad me cayó encima, y un ardor nubló mi mirada con gruesas lágrimas que comenzaron a caer sin que pudiera hacer nada para detenerlas.

Amy… me engañó con mi hermano.

La presión en mi pecho aumentó, y se me salieron un par de sollozos que alertaron a un Ryan que corrió hacia mí y se detuvo al frente. Me llevé las manos a la cara y solo estallé en un llanto lleno de impotencia y dolor.

—Dios… ¿qué voy a hacer ahora? ¿Esto es real siquiera? —murmuré.

El rubio se arrodilló frente a mí y me abrazó contra su hombro.

—Fue real, hermano… yo lo vi, así que fue real —musitó con cierta aspereza.

—Yo… fui un bufón… por cuatro años fui el hazme reír de esos dos… Dios… No puedo creer que me vieron la cara por tanto tiempo.

Apreté mis manos en su espalda y solo me dejé llevar.

La cabeza me latía con ferocidad, y pensé que podría desmayarme en cualquier momento por la presión.

¿Qué debería hacer ahora? ¿Divorciarme? ¿De verdad era tan simple?

—La amo… ¿cómo demonios se supone que salga de esto? ¿Qué debo hacer…? —me lamenté una y otra vez, inmerso en mi mundo de caos.

Apretujado en el abrazo de la única persona que sabía con certeza jamás me abandonaría.

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