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Capítulo 3: Mi pequeño milagro

Punto de vista de Blake

Tras largos minutos de hundirme en la m****a que me cayó encima, respiré hondo y me separé de Ryan, quien me miraba preocupado y consternado. Quizás él tampoco podía creer que todo esto, que salió de la nada, fuese real.

—¿Estás mejor? —preguntó.

Asentí con la cabeza y dije muy bajo:

—Sí… creo que me hizo bien llorar, pero… —Resoplé.

—Está bien, tienes que salir de la sorpresa, esto no es fácil, no es simple. ¿Te gustaría beber algo?, ¿quizás un whisky o una cerveza?

Exhalé con fuerza y lo pensé por unos segundos. No me gustaba ahogar las penas en licor, pero, honestamente…

—Un whisky, pero solo uno… —Sonreí apenas.

Él asintió y se levantó, en tanto yo tomé mi teléfono y marqué el número de Oli, Oliver Kim, mi asistente, un chico coreano a quien conocía desde hacía años, y al que le encargué entrenar allá por un tiempo para traerlo a la casa matriz de la empresa. Tenía planes para él en el futuro, sí señor.

—Hola, señor Maier, ¿qué sucede?

Su voz era tranquila al otro lado de la línea.

—¿Ya estás en casa? —pregunté sin mucha fuerza.

—No… me encuentro arreglando un documento que estropeé con café, ¿pasa algo?

—Sí. Quiero que reprogrames todos mis compromisos de los próximos dos días. Tuve un imprevisto y no iré mañana a la empresa… te estaré avisando de cualquier novedad.

El silencio se extendió en la línea por un segundo, como si tratara de asimilar mis palabras, y contestó:

—Claro, me encargaré de eso y le pasaré el nuevo itinerario de las siguientes semanas en cuanto lo tenga listo, mañana por la mañana.

—Está bien. Disculpa las molestias y… buenas noches.

Después de despedirlo, corté y miré mi teléfono.

¿Qué debería hacer ahora?

La pregunta surcó mi mente una y otra vez sin parar por largos minutos, y la vista de un vaso hasta la mitad de whisky fue lo siguiente en mi horizonte. Ryan me lo ofreció sonriente y se sentó a mi lado.

Le di un trago y resoplé.

—Para ser honesto… siento que tengo ganas de tirarme del Golden Gate mientras lloro como un desgraciado en este mismo instante.

El rubio a mi lado arrugó la cara.

—¡Oye!, ¿por qué tan dramático? No te puedes desmoronar así como así.

—¿Y cuándo podría? —murmuré y volteé a verlo con expresión serena—. ¿El hecho de que sea un hombre me impide echarme a morir como infeliz porque mi esposa me engañó? —Respiré hondo y miré al frente.

»Te aseguro que, si ambas fuésemos mujeres, o al menos solo yo, esas palabras no habrían salido de tu boca, porque de esa forma sí es socialmente aceptado… —Solté un respingo y bebí más del trago—. Ah… m****a, ya ando diciendo estupideces y solo llevo la mitad del vaso…

Mis ojos recorrieron el lugar: pisos de madera clara, paredes casi blancas, y mucha decoración moderna y de acabado industrial. Ryan era un tipo refinado y de gustos muy buenos y definidos, además de ordenado.

Lo escuché resoplar.

—No me refería a eso… Claro que tienes todo el derecho de echarte a morir; es decir, si quieres, puedo ir a comprar un bote de helado, y lo comemos entre los dos toda la noche mientras vemos comedias románticas deprimentes y te deshaces en tus sentimientos, no tengo problemas con eso.

Sonreí sin poder evitar imaginarme la escena, y él continuó:

—Pero no debes hacerlo, no debes dejarte caer, porque Colin está en medio.

—¿Y si él no es mi hijo? —apunté, volteando a verlo—. Estoy seguro de que lo escuchaste: hacen eso hace cuatro años… ¿y si es de Gil y no mío? ¿Qué demonios se supone que haga entonces? Colin es mi ojito derecho… ¿qué haré si lo pierdo? Porque ningún juzgado me dará la custodia si no es mi hijo de sangre.

Solté una fuerte exhalación y me dejé ir hacia atrás en el mueble.

—Incluso ahora, si interpongo una demanda de divorcio…

—¿Eso no está en tu prenupcial? —preguntó el otro.

—¿La custodia?

Asintió con la cabeza.

—No lo he leído, pero tú siempre consideras todos los factores, así que estoy seguro que algo debe haber allí; después de todo, el condenado documento tenía como cuarenta páginas.

De salir una leve carcajada ante sus palabras y resoplé. Me bebí el resto del trago de un tiro, y decidí que mis instintos actuaran sobre mis emociones, porque era en lo único mío en lo que podía confiar ahora mismo. Tomé el teléfono y marqué el número de mi abogado.

Apenas eran como las ocho, así que él debía estar presto.

—Hola, ¿qué pasa? —contestó Logan, mi abogado de cabecera.

Al fondo escuchaba algún bullicio.

—¿Andas de fiesta? —comenté sin poder evitarlo.

Ryan se terminó su trago, tomó mi vaso y se levantó, de seguro para servir una segunda ronda.

—No… solo una pequeña reunión familiar. —Su voz sonó ligeramente fastidiada.

—Jo… entonces te tengo la excusa perfecta para que escapes —espeté.

Logan era uno de mis mejores amigos desde hacía años, y no era un secreto que no disfrutaba para nada las reuniones con su enorme y casi infinita familia porque, según él, eran «bulliciosos caballos desbocados»

—A ver, te escucho.

El interés en su voz me dio una nota de contentura, y solté la sopa de una vez.

—En el prenupcial que firmé con Amy antes de casarnos, ¿hay algún punto que trate la custodia de nuestros posibles hijos?

Un silencio incómodo cubrió la línea.

—La verdad es que no lo recuerdo bien, pero debería haberlo, ya que tomaste en cuenta cada punto posible… ¿Quieres que lo reviese? ¿Acaso tienes problemas con eso?

—Por favor —respondí enseguida—. Y sí, surgió algo… También quiero que me des un estimado de lo que debo pagarle o pensionarle a ella en caso de divorcio… No. Mejor redacta un documento provisional y tráelo a casa de Ryan mañana por la tarde.

—Um… claro… claro.

Él no insistió en saber, cosa que agradecí, a pesar de que su voz claramente me indicaba que estaba sorprendido de mis palabras.

—Cuando vengas te hablaré mejor sobre lo que sucede, ¿sí? Por ahora, todo sigue muy confuso en mi mente…

—Está bien, no te preocupes. Me ocuparé del tema y nos vemos mañana.

Colgué, y Ryan me trajo otro trago, lo miré con ojos acusadores y él se alzó de hombros.

—Vamos, uno más, uno menos…

Resoplé y, sin ningunas ganas de resistirme, tomé el vaso y bebí dos tragos de una vez, para desperezarme en el mueble. Era muy tarde para llamar a una clínica, así que me ocuparía de eso, y de lo demás, al día siguiente.

—¿Debería decirle a mis padres? —pregunté en voz alta tras el cuarto vaso.

—Eso depende de cómo quieras tratarlo. ¿Te vas a divorciar? ¿Le darás una oportunidad?

Solté la risa ante eso último. Él me vio de reojo y continuó:

—También… ¿qué harás con Gil?

—Ese es un tema complejo… siempre he tenido la sensación de que Gilbert me mataría si tuviera la oportunidad y justificación, por lo que no puedo solo dejarlo en el desierto, no puedo dárselos, pero tampoco lo quiero cerca de mí.

—Decirle a los señores que él lo hizo, imagino, no es una opción.

—Para nada. Pero me tomaré el día de mañana para pensar y… después trataré de arreglar las cosas con él de la mejor manera.

Con la vista en mi vaso, sentí una mano alborotarme los cabellos, y solo sonreí. Me sentía como un niño que era consolado, pero no estaba mal.

Luego de tomarnos dos o tres tragos más, y nada borracho, contrario a mis deseos, entré en el cuarto y vi a Colin en la misma posición en la que lo había dejado, me metí en la cama a su lado, y no evité acariciar sus cabellos, su fina nariz, y bañarme en su tranquilidad y sosiego.

Él era la luz de mis ojos, un niño al que siempre consideré un milagro después de que el doctor me dijera que, con palabras simples, yo era estéril y que, incluso con tratamientos, la probabilidad de engendrar a un hijo era baja.

Esa certeza me llenaba de más ansiedad.

¿Qué sería de mí si mi pequeño milagro terminaba convirtiéndose en un simple producto de mi imaginación?

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