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Capítulo 5: Como hombres

Punto de vista de Blake

¿Debería pensar en el divorcio como mi única salida? ¿Qué les diría a mis padres?, ¿que mi amada esposa me engañó con su flamante manzana de la discordia?

Apenas habían pasado veinticuatro horas, pero el mundo seguía sobre mis hombros, fuerte y duro, molesto y sofocante.

La sociedad, mi familia, el ruido de mis propios sentimientos apretando mi pecho, cosquilleando como sarna molesta…

Mientras mis ojos detallaban el contrato que Amy y yo firmamos antes de casarnos, me preguntaba si era lo correcto, si no debería darle otra oportunidad. Después de todo, era la mujer a la que amaba, ¿no?

A lo largo del día, hice arreglos para que la llevaran a un hotel, quién sabe si se revolcaría con Gilbert ahí también, pero… ¿acaso eso tenía que importarme ahora? ¿Cómo debía reaccionar? ¿Qué haría?

¿Tenía que ser el esposo herido que se moría por dentro porque la mujer a la que amaba lo engañó?, ¿o el sujeto frío y calculador que deseaba cortar esto de raíz y seguir con su vida?

Honestamente, ¿era sano que tuviera ese segundo pensamiento después de apenas un día? Incluso yo sentía que era oportunista y torpe, como si solo esperara la oportunidad para dejarlo ir todo sin ser responsable.

Era extraño, y me hacía sentir vacío.

Tal como recordaba, el contrato estipulaba que, en caso de infidelidad comprobable de su parte, Amy no recibiría ni un dólar de mi parte y que, en caso de tener hijos, yo me quedaría con su custodia completa.

Jamás esperé tener que usar esa cláusula alguna vez, pero Logan había tenido razón en colocarla «solo por si acaso» seis años atrás.

Resoplé y me removí el cabello. Sentado en el sofá en la casa de Ryan, sabía que él y mi abogado me veían con atención. Todavía debía esperar una semana por los resultados de la prueba para saber si esto sería aplicable.

Dejé los papeles sobre mi regazo y eché la cabeza hacia atrás, resoplé con fuerza y solo miré la blancura brillante del yeso.

—¿Vas a proceder con su aplicación? —preguntó Logan.

En la mesa estaba el bosquejo de la solicitud de divorcio, pero…

—No lo sé… no lo sé —murmuré.

Colin veía televisión en la habitación con la puerta abierta, y no pude evitar estremecerme al escuchar sus risas.

—Necesito unos días y… aclarar las cosas con Gilbert.

No pude verlo, pero mis dos amigos se miraron con dudas y preocupación, y guardaron silencio.

Unos momentos después, tomé a tientas mi teléfono, busqué un contacto y pulsé para llamar. El tono sonó cuatro veces, y supe que la persona al otro lado reflexionaba si debía contestar o no, pero, justo cuando el quinto tono terminó, descolgaron.

El sonido de la estática fue lo único que se escuchó por largos segundos.

—Quiero que vayas mañana a mi oficina, a primera hora. Necesito hablar contigo, de hombre a hombre y sin trucos —dije con cierta dureza.

Al otro lado, escuché un resoplido, y la voz ronca de Gilbert me contestó:

—Está bien, ahí estaré.

—Perfecto, voy a colgar —comenté y, sin más, colgué.

Dejé el celular a un lado y me incorporé, miré a los dos hombres frente a mí, y dije con toda la sinceridad del mundo:

—Si algún día desaparezco, o me pasa algo que me haga imposible contárselos… tengan por seguro que fue Gilbert. Espero poder razonar con él de buena forma, pero lo dudo.

La preocupación se instauró en los rostros ajenos, y los vi tragar.

—Solo no lo piensen demasiado.

Sonreí.

Era lo único que podía hacer en estas circunstancias.

• •

Ese viernes, como casi toda la semana, el cielo era un asco, anunciando una lluvia nocturna terrible. Llevé a Colin a la guardería y luego fui por mi auto al taller, para terminar en la empresa.

Oliver liberó mi mañana de compromisos, pero tenía algo pendiente.

—Señor Maier, buenos días, el señor Gilbert Maier lo espera en su oficina —anunció mi asistente con extrañeza.

De seguro mi mirada ensombrecida le dijo que las cosas no iban tan bien conmigo, pero solo asentí con la cabeza y dije:

—Perfecto. No nos molesten, por favor.

El pelinegro hizo una leve reverencia y se sentó, ante la atenta mirada de las secretarias.

Me encaminé hacia la oficina con una carpeta de documentos entre manos y, justo al dar un paso al interior, los pies se me congelaron por unos segundos. Fijé la vista en el varón rubio y resoplé.

Mi hermano era un hombre prepotente y acostumbrado a gozar de los placeres de una vida por la que no se esforzó a llegar. Para ser claros, si Gilbert no fuese hijo de mi padre, probablemente ahora estaría preso por robo o e****a en algún lugar del país.

Él siempre veía a todos hacia abajo, a pesar de que Dios no lo había favorecido con una gran estatura, por lo que esperaba ese aire superior de siempre en él.

Sin embargo, lo que encontré me sorprendió.

—Buenos días —saludé con voz oscura, pero tratando de sonar normal—. Gracias por venir.

—Buenos días —soltó él sin más y enderezó su postura—, no esperaba una invitación tan formal.

Lo notaba intranquilo, como si esperara algo específico, pero ignoré eso y caminé alrededor del pequeño recibidor, dejé la carpeta sobre mi escritorio y fui hasta el mini bar, tomé un vaso y me serví un whisky seco.

—¿Quieres un trago? —pregunté.

Gil dudó por un segundo, pero aceptó.

—Está bien.

¿Mi hermano estaba temeroso de mí? ¿Por qué? ¿Después de tener los cojones de acostarse con mi esposa por cuatro años, temía las consecuencias?

Le serví un whisky seco y caminé hacia la estancia, dejé el vaso frente a él y regresé al escritorio para tomar la carpeta negra con la que llegué; regresé, me senté en el sillón que se encontraba frente con frente al suyo y bebí un sorbo.

—¿No vas a golpearme, gritarme o algo así? —curioseó él.

Una sonrisa cínica pintó mis labios y, tras darle otro trago a mi vaso, negué despacio con la cabeza.

—Creo que lo mejor es tratar estas cosas como hombres que somos, ¿no? —Dejé el vaso sobre la mesa y resoplé—. No necesito hacer de esto un espectáculo.

Gil también tomó de su vaso, lo puso sobre la mesa y me miró.

—Eso me sorprende, aunque siempre has sido un tipo demasiado frío y calculador —apuntó—. En fin… ¿qué es lo que quieres saber?

Ante su cuestionamiento, una sonrisa seca pintó mis labios, y tomé la carpeta que había traído para ofrecérsela.

—Está allí dentro.

Él la tomó sin dilaciones y comenzó a revisar el interior hoja por hoja.

—Nuestro Grupo, como bien sabes, se está abriendo paso al mercado internacional y, luego de extendernos en Asia, el mercado radicado en la Unión Europea es el siguiente gran blanco.

El rubio alzó la mirada y me escudriñó con extrañeza.

—Hace unos meses abrimos una oficina en Reino Unido. Quiero que te conviertas en el Director General de la empresa para la Unión Europea —declaré con calma.

—¿Quieres poner tierra de por medio entre Amy y yo? ¿En serio?

Su voz resonó en mis tímpanos, y la sirena del asco se encendió al escucharlo pronunciar su nombre, pero la apagué al instante.

—No —pronuncié relajado—, simplemente no quiero verte la cara.

Una risilla suya llenó la habitación, y negó con la cabeza.

—¿Y piensas que me voy a ir solo porque me saques estos papeles, así como así? —Cerró la carpeta y la dejó sobre la mesa—. ¿Planeas divorciarte? No… tú jamás te divorciarías de ella.

»Debajo de esa máscara de frialdad que tienes ahora, de seguro te estás muriendo, porque la tenías como a tu Reina, ¿no es así?

Sus burlas chocaron directo con mi paciencia, y tuve que hacer gala de un enorme autocontrol para no levantarme y dejarle un puñetazo entre ceja y ceja ahí mismo.

Resoplé.

—Piensa lo que quieras, no me importa; sin embargo, quiero que consideres tus opciones: puedo despedirte con agravantes y perderás todos tus beneficios, o puedo sacar a la luz que mi esposa me fue infiel contigo por cuatro años… ¿qué crees que pensarán nuestros padres?

»No me hace peso arruinar tu particular estilo de vida, Gilbert, pero valoro el hecho de que ya los has hecho sufrir lo suficiente.

Mi voz resonó con seriedad y apenas un atisbo de molestia, tomé el vaso y le di un sorbo para aclararme la garganta, y lo fulminé con la mirada.

Gil tragó con dureza y resopló, arrugó la cara y pareció comenzar a pensar en serio en mis palabras; sin embargo, soltó:

—¿Vienes de nuevo con tu afán de hijo perfecto a echarme eso en cara?

—Es tu vida, no la mía… Solo tenlo claro.

Tragó, y largos segundos de silencio transcurrieron entre ambos.

—¿Tengo un par de días para pensarlo? —preguntó al fin.

—Los tienes, pero no pongas un pie en este edificio.

—¿No quieres ver mi cara?

—No —hablé certero y directo.

Gilbert soltó una risilla, agarró su vaso y bebió el contenido de un tirón, tomó la carpeta y se levantó.

—Me llevaré esto.

Lo seguí por un par de pasos, pero se detuvo de repente tras abrir un poco la puerta, y espetó:

—Blake, dime algo… ¿Qué sentiste exactamente cuando me viste ese día? ¿Dolor, ira, tristeza…? Porque no puedo ver nada en esa cara seria tuya, y eso es extraño.

»Me acosté con tu mujer… ¿sabes cuántas veces lo hicimos en tu cama mientras no estabas? Tu Reina y yo… ¿De verdad no te importa?

Un zumbido llenó mi mente apenas escucharlo, y las gruesas cadenas que puse para mantener mi ira tras las rejas se tambalearon con fuerza. Un nudo apretó mi garganta y, tras oír esa ligera risilla suya mientras se volteaba, y sin importarme si la puerta se abría de tanto en tanto y nos veían desde afuera, estallé.

Apreté los labios y, antes de darme cuenta, mi puño derecho impactó contra la derecha de su rostro con tanta fuerza que se tambaleó y cayó al suelo en un golpe seco.

Escuché los jadeos de asombro de mis empleados, pero solo tuve ojos para la sorpresa en unos orbes idénticos a los míos, impresionados e incrédulos.

—Eso es todo lo que tengo para decir. Recoge tus cosas y lárgate de aquí, y que tus abogados me llamen cuando tomes una decisión.

Ajusté mi chaqueta y, sin importar las miradas de mis secretarios, salí de la oficina con firmeza, rumbo al ascensor.

Necesitaba un poco de aire.

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