Capitulo 32

La mañana de Ciro había transcurrido a mitad de la plaza principal de Florencia, sofocado bajo el intenso calor. Repartió unas improvisadas tarjetas de invitación a los transeúntes que vio pasar. No a cualquiera, sino a los que, según su juicio, presumían de un porte elegante y fino. Serían sus invitados a la boda.

Lo pensó mucho y no podía creer lo idiota que había sido al invitar a sus conocidos, pero que eran ajenos a Bethany. Entonces, lo primero que se le ocurrió (no diría que era la mejor idea) fue invitar a unos completos desconocidos. Y así no tendría más ventaja que la novia. En el día más especial de sus vidas, ambos estarían rodeados de desconocidos.

Regresó a su casa donde el sastre y sus asistentes ya estaban esperando. Sin perder tiempo, Ciro pasó al saloncito y se subió a un pequeño taburete redo

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