El hotel era el epicentro del caos con empleados corriendo de un lado al otro. Era una boda de alto prestigio, nada podía salir mal. Voslov desalojó de mala manera a los empleados que obstruían el elevador, no sin antes consultar dónde podía encontrar al ansiado protagonista. Presionó el botón que lo llevaría dos pisos más arriba. En el pasillo en el que las puertas se abrieron no había nadie. Un aplastante silencio rebotaba en las paredes, interrumpido solo por sus pisadas lánguidas, pero firmes.
Se paró frente a la puerta de una de las habitaciones. Inhaló y exhaló varias veces con mucha quietud, daba la impresión que estaba realizando una especie de ritual hasta que finalmente tocó el timbre. Fue atendido por un guardaespaldas.
-Quiero ver a Ciro Tonali. -Dijo reservándose su educación.
-No está disponible. -Fue la respuesta dir
Michael, o mejor Derek, llegaba a la boda acompañado de una mujer afrodescendiente, alta de cabello ondulado y porte elegante, midiéndose al esmoquin de etiqueta que vestía el detective.-Recuerda: somos una pareja sin hijos, vivíamos en Nápoles hasta hace poco que adquirimos una casa aquí en Florencia. -Repasó la coartada a su compañera. Ella asintió, encantada de asistir a un evento de alta alcurnia por el que le pagarían la nada despreciable suma de treinta mil euros. -Trata de no hablar con nadie y si te toca hacerlo, habla poco. Puedes decir que no dominas todavía el idioma.-Entendido. Si quisieras, podría darte una mano en todo el tema de la investigación. -Se ofreció Karla.-Es mejor que no. Solo haz lo que te digo y trata de pasar desapercibida, nos veremos luego.Cada uno tomó por caminos separados. Michael se dispuso a conversar con algunos de los invitados quienes se veían más receptivos a platicar con un desconocido. Su pretención era averiguar más acerca de la novia. Lo q
Lorient actuaba como la manda más en la suite, ordenando a diestra y siniestra. Le había dicho a Bethany que no tenía de qué preocuparse y vaya que lo decía en serio. El berrinche que formó cuando le llevaron la joyería equivocada no fue más grande que el que formó cuando se aparecieron con el ramo que se supone Bethany llevaría en sus manos. Rosas blancas adormecidas en lugar de ser rosas rojas vivaces.-¡Estás retrasado un mundo! Cuando pedí chocolates belgas no pensé que irían hasta Bélgica para traerlos. -Regañó la dama de honor a un repartidor que entraba lleno de vergüenza. Bethany quiso decir algo en su defensa, pero temía el fuerte carácter de Lorient.La dama de honor tiró la puerta una vez el chico yacía afuera. Luego volteó a ver a la novia con una sonrisa. Era una perfecta loca.Ambas chicas se acercaron a comer de los chocolates que ayudarían a calmar los nervios, o al menos era la excusa que las motivó a comerlos.-¿Tú te has casado? -Preguntó Bethany con la boca ocupada
Cuando hubieron sucedido poco más de cuatro meses, Bethany Carter despertó del coma en una insípida y fría cama de hospital en la glamorosa ciudad de Florencia, en Italia. Sin el menor recuerdo de quién era, amnesia retrógrada fue su diagnóstico. El doctor Vitto, un hombre que a pesar de su avanzada edad, no sucumbía a los deterioros de la vejez, paseaba una suave luz por sus ojos, terminando con la revisión rutinaria. -Muy bien señorita Carter. Todo parece estar en orden, pero eso es algo que solo usted podría confirmarme. Dígame ¿algún mal la apercibido recientemente? -Preguntó el doctor.-No, en lo absoluto. -Respondió Bethany, sentada en la cama, vistiendo una bata de hospital. Era una mujer de tez pálida y cabello rojizo con un corte que le caía un poco más abajo de los hombros. -Perfecto. -Exclamó Vitto con simpatía, de pie en una esquina. -El señor Tonali se encuentra a esperas de poder verla ¿Desea que le permita el ingreso? -Inquirió. Bethany retorció la sábana, nerviosa. E
A mitad de la madrugada, Bethany se removía y pataleaba en la cama, por respeto, Ciro le dejó la habitación principal para ella sola, mientras que él se cambió a una de huéspedes. La mujer era atacada por lo que parecían ser pesadillas. Un par de orbes negros que la miraban en una solemne oscuridad y unas manos que apretaban su delgado cuello. Ella forcejeaba por querer sobrevivir, aunque despacio iba perdiendo la consciencia. Finalmente, despertó sobresaltada cuando en sus pesadillas cayó al suelo. Se sentó con la respiración agitada, mirando a sus alrededores. Encendió la lámpara sobre la mesita auxiliar reconociendo la habitación en que se hallaba. Su memoria seguía siendo ineficaz, y era perturbador. Pisó el suelo, descalza y se aproximó a la puerta, la abrió y asomó la cabeza; todo parecía estar en orden: había silencio y oscuridad, normal considerando las altas horas de la noche. Regresó al interior de la habitación y cerró la puerta con seguro, también la del balcón. Volvió a
La cama de Bethany era una marea de vestidos de todos los colores y formas, no conseguía uno que se amoldara a la ocasión. El vestido de tafetán color ciruela, de tirantes y corte superior a la rodilla le parecía ordinario. Hizo un pequeño berrinche y se dispuso a quitarse el décimo vestido, cuando bajó el escote volvió a notar la cicatriz en su abdomen. La inquietud que tenía por darle una explicación era tan arraigada que su memoria le combinó vagos recuerdos de un bebé: lo sostenía en sus brazos y en otras oportunidades lo dormía en una cuna. Bethany se preguntaba si en realidad eran recuerdos o si su mente le estaba jugando sucio y solo le daba lo que quería. Se apuntó aclararlo con el doctor Vitto en la siguiente consulta de revisión. Vestida solo en bragas, se metió al guardarropa y se dio su tiempo para seleccionar un vestido de los enésimos que habían, uno más encantador que el anterior. Le parecía alucinante cómo no podía escoger uno siendo todos elegantes. -¿Bethany? -Esc
Temprano en la mañana, Ciro acompañó a Bethany a la consulta con el doctor Vitto. Esperaban en su despacho sentados a la mesa escritorio, entretanto el doctor buscaba los resultados de rayos X y demás exámenes. Bethany había sido renuente a hablar con el doctor Vitto acerca de los sueños y visiones que la habían azotado recientemente. Se cohibió a hacerlo frente a Ciro que en ningún instante se separó de ellos. -¿Algún problema? -Cuestionó Bethany fijándose en que la atención de Ciro estaba enfocada en su celular que no paraba de sonar.-Nada de vida o muerte. Es mi trabajo. -A penas despegó su atención del aparato.-Si tienes que irte lo entendería. -Todavía no. Hay algo que quisiera enseñarte al salir de aquí. -Dijo Ciro. El doctor Vitto hizo su entrada, ojeando los papeles en sus manos. Era difícil descifrar su rostro austero. -Todo pareciera estar en orden. -Habló el doctor terminando con una sonrisa. -Sí, así me he sentido. -Confirmó la mujer. Ciro estiró una de sus manos y
Se acomodó en la cama y se afanó por volver a sus libros, pero le resultó imposible. El encuentro que sostuvo con su cuñado la había desestabilizado. La manera en que la miró y la mujer de la que habló. Desconocer los detalles que otros conocían la ponía en inferioridad, y era algo que le disgustaba. Cerró los ojos con fuerza en un vano intento por recordar algo, pero todo lo que su mente le ofrecía eran las visiones que ya había experimentado con amargas sensaciones que las acompañaban. ¿Por qué el trabajo me trajo tantos recuerdos? Pensó. Haber ingresadoa su empresa fue un respiro de alivio, y anhelaba experimentar más de eso, pero se hacía casi una ilusión. Miraba la casa en la que vivió por poco menos de diez años y le era desconocida. También el hombre que alguna vez amó, aunque no podía negar que se sentía segura junto a él. Ciro era un buen hombre, atento y respetuoso, que dejaba a la vista de todos cuánto la amaba. Vio que el picaporte de la puerta trató de girarse, y su co
El vuelo partía poco antes del mediodía, así que Ciro aprovechó la mañana para cumplir con algunos recados y dejar los negocios en orden. No confiaba mucho en Brahim quien a lo largo de su vida le demostró ser un hombre irresponsable e incumplido. Había grandes posibilidades de que, a la vuelta de sus vacaciones, las empresas estuvieran, si no en quiebra, al borde de la ruina. Las máquinas funcionaban debidamente. Se detuvo frente a la cinta corrediza, y tomó una de las latas que fabricaban, con una buena imitación de la etiqueta de formula para bebés pasó su dedo asegurándose de la calidad, que no se corriera la tinta. La regresó a la cinta para que siguiera su recorrido, al final sería llenada con el polvo blanco. Él se subió al ascensor para llegar a la última sala en donde los empleados terminaban de dar los últimos detalles a las latas, identificando sutilmente cuáles eran genuinas y cuáles imitación, para luego empacarlas en palés. El pedido que se alistaba sería enviado a Ru