CAPITULO 3

CAPÍTULO 3

Sydney se encogió ante la condena que había en el escrutinio amenazador de su esposo.

—¡Qué absurdo! ¡Eres un tonto, Rick! Tú deberías conocerla mejor que la mayoría de los hombres con los que se ha acostado. Deberías comprender que mi dulce y pequeña esposa sabe con exactitud lo que hace, en todo momento. El destino que lleva puede ser un secreto absoluto para el resto del mundo, pero ella sabe siempre hacia dónde va.

Rick se estremeció ante el desprecio que revelaba su voz, pero guardó silencio. La risa de Salvatore pareció desnudar al médico en alguna forma que Sydney no comprendió, y lo dejó indefenso. Lo vio meter los puños en los bolsillos de su chaqueta. Tenía los ojos fijos con expresión helada, en la cara desdeñosa de su amigo.

Pero Salvatore Mancini no se fijó en él. Contempló a la mujer acostada sobre la cama con visible disgusto pintado en su rostro.

—¿Cuándo esperas que pueda recordar quién es y lo que ha hecho? —su clara voz aguda cortaba el aire como si fuera
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