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CAPÍTULO 8 Sydney recibió en sus brazos a la niña y a pesar de que no recordaba a aquel pedacito de gente, no había la menor duda respecto al cariño que la pequeña sentía por su madre. Serafina la conocía y la amaba. «¡Cielos, de verdad soy la esposa de Salvatore!» Desde que recuperó la conciencia y le dijeron que estaba casada con ese hombre que era un desconocido para ella, estaba segura, en el fondo de su alma, de que debía ser un error, que se aclararía con el tiempo, pero el reconocimiento instantáneo de la niña hizo desaparecer su esperanza de no estar casada con él. La niña se aferró a ella, feliz de haber encontrado a su adorada mamá. Sydney contuvo las lágrimas y no estaba segura si lloraba porque sus esperanzas se habían desvanecido o por la niña que estaba ahora en sus brazos. Alisó los cabellos, del mismo color de los de Salvatore, retirándolos de la carita de la niña, y la besó. Al levantar la vista, la sorprendió una expresión de asombro e incredulidad en el rostro s
CAPÍTULO 9 Se sentaron ellos dos y la abuela, a la mesa decorada con exquisito gusto y alumbrada con velas. La suave luz se reflejaba en las superficies pulidas de los inapreciables muebles antiguos. Un sirviente italiano llamado Armando sirvió la deliciosa comida, moviéndose de un lado a otro con natural soltura. Leticia, que era hermana de Lupe, que Sydney descubrió posteriormente, entraba de vez en cuando a ayudarle. Armando era el hermano mayor de las dos. La madre, Leona, cocinaba y manejaba la casa con indiscutible eficiencia. Salvatore se sentó en la cabecera, con expresión fría y lejana. Sydney no intervino en la conversación entre él y su abuela. La anciana, con la espalda recta y actitud imperiosa, se sentaba a la izquierda de su nieto. No la tomó en cuenta, en ningún momento, la presencia de la mujer sentada frente a ellos, era como si no existiera. Salvatore habló con su abuela de los acontecimientos del día, de las condiciones de los viñedos y de los negocios de la imp
CAPÍTULO 10Despertó al sentir la mano de su marido en el hombro, él, la sacudió ligeramente.—¡Despierta, Sydney! Es hora de levantarse.—No, tengo sueño, un poco más, ¿Sí?—contestó somnolienta, pero, de pronto, recordó los sucesos de la noche anterior y abrió los ojos. Se sentía turbada por su comportamiento.—. ¿Qué hora es? —preguntó, al ver que estaban encendidas las lámparas y afuera estaba oscuro.—Ya te dije… hora de levantarse. Date prisa porque quiero desayunar dentro de quince minutos. Ponte ropa para el frío. Siempre inspeccionó los viñedos en cuanto amanece.Salvatore no parecía con ánimo de evocar los sucesos de la noche anterior. Sydney lanzó un suspiro de alivio y de gratitud. Tomó la bata que él arrojó hacia la cama y se la puso, mientras él descorrió las cortinas de las ventanas.Estaba vestido con jeans azules deslavados y una camisa blanca, arriba una chaqueta de cuero negro, le daba un toque varonil. Se había afeitado y su cabello negro estaba peinado con cierto d
CAPITULO 11A medida que la mañana avanzaba. La abuela hacia una inspección específica de los viñedos o para observar lo que hacían los trabajadores y comentarlo con su nieto. No dirigió una sola palabra a la mujer sentada junto a ella en las dos horas que duró el recorrido.Cuando volvieron, cruzó las puertas dobles, delante de Salvatore, y subió corriendo la escalera, con su esposo detrás de ella. Cuando llegó a la puerta del vestidor de su dormitorio, le preguntó con frialdad.—¿Cómo debo vestirme?—Vas a estar en la oficina todo el día. Quiero que dejes a Serafina con Lupe hoy. Ella puede cuidarla muy bien y no creo que sea bueno para la niña estar encerrada en la oficina, necesita aire libre y sol.—Pero, sin duda, yo soy más capaz que Lupe de cuidar a mi propia hija —protestó Sydney con aspereza—. Y, desde luego, no me entusiasma nada la idea de pasar el día encerrada en tu oficina.—Tal vez no —rio sin entusiasmo— pero mi intención es que lo hagas, mi amor. Prepárate para irnos
CAPÍTULO 12—¿Qué pasa, Sydney? —él se lanzó sobre ella con rapidez —. Acabas de recordar algo. ¿Qué es? ¡Dímelo! —la asió con fuerza de los hombros.El fuego danzaba en sus ojos y destruyó su voluntad. Así que se lo dijo. Él la soltó con la misma brusquedad con que la agarro y la hizo tambalearse. Se dio la vuelta y se fue por el sendero que conducía a las oficinas.Sydney lo siguió en silencio, sintiéndose miserable. Vestía un vestido azul marino, que era lo más apropiado que encontró en su fabuloso guardarropa para una oficina. Salvatore la dejó en el área de recepción y pareció olvidarse de ella, contrario a su actuación de hacía un momento.Se sentó, cruzó sus esbeltas piernas y se dedicó de nuevo a leer boletines del gobierno sobre la industria vitivinícola. Su contenido le interesó, los leyó con cuidado y absorbió toda la información que pudo. Hizo una lista mental de cosas que no entendía, para preguntárselas, si alguna vez él decidía hablar con una persona normal.Tiempo desp
Capítulo 13 Su desafío era innegable. Sydney levantó la cabeza, llena de orgullo, y sus ojos azules se oscurecieron. Hizo un leve movimiento de cabeza hacia la mujer y se volvió hacia Salvatore. —¿Podemos irnos a almorzar ahora, mi amor? —preguntó, sintiendo en el fondo de su mente que había aceptado el reto que le había lanzado la otra. Se obligó a dar un tono alegre a su voz—. Me estoy muriendo de hambre y me gustaría saber cómo está Serafina. Oyó cómo la mujer lanzaba una leve exclamación ahogada, al comprender que ella estaba estableciendo con claridad sus derechos. Sydney sonrió por dentro, mientras introducía su brazo en el de Salvatore, este la miró un poco desconcertado, pero se despidió de su secretaria y salió con ella. Serafina los recibió con expresión de felicidad. Para sorpresa de Salvatore, empezó a hablar, hilando unas cuantas frases. —No había hablado antes —le dijo a Sydney muy serio—. No sabía que ya podía hacerlo. Ella recordó ahora que la niña solo había usa
CAPÍTULO 14Salvatore la despertó antes del amanecer, para que de nuevo fuera con él a inspeccionar los viñedos.—Buenos días, Marco.—el saludo cortés de su marido fue pronunciado con cierto sarcasmo, que los oídos sensitivos de Sydney no dejaron de percibir—. ¿Está enfermo Pablo?—No, pero lo dejé dormir un poco más esta mañana —contestó el hombre llamado Marco.A Sydney le pareció que el individuo la estaba observando con atención, pero no podía estar segura, porque sus ojos quedaban ocultos por el ala del sombrero. La abuela empezó a hablar en italiano, con visible disgusto, cuando Salvatore la ayudó a subir Al todoterreno y Sydney se dirigió a su propio asiento y descubrió que Marco la había seguido.—Es muy agradable que hayas vuelto, Sydney—comentó en tono casual—. Déjame ayudarte.Un estremecimiento de temor la sacudió. Había algo en la familiaridad del hombre que daba la impresión de cierta intimidad, se apartó de él en forma instintiva, sin darse cuenta de la atención con que
CAPÍTULO 15Esa tarde la llevó en avión a Roma, en el lujoso jet ejecutivo que estaba esperando en la pista aérea de la hacienda y que él mismo piloteaba. Cuando llegaron al aeropuerto que estaba en el sur de la ciudad, un BMW plateado, estacionado en un hangar privado, los aguardaba.Salvatore la llevó a la ciudad, a tiempo para su cita con Rick. Se había mostrado malhumorado y silencioso durante el vuelo. Seguía mostrándose inabordable cuando llegaron al consultorio. Después se fueron de compras. Salvatore tomó la pequeña lista que ella había preparado, la miró y se rio, lleno de desprecio. La metió en el bolsillo del pantalón y procedió a guiarla a través de la ciudad. No prestó atención a la falta de interés de su esposa, ella estaba demasiado agotada, emocionalmente, para luchar con él.Sydney se sentó tan pronto llegaron a una tienda y, en silencio, lo vio reunir a las babeantes vendedoras y darles instrucciones de lo que él quería. Parecía tan arrogante como un rey y además gu