CAPÍTULO 3Sydney se encogió ante la condena que había en el escrutinio amenazador de su esposo.—¡Qué absurdo! ¡Eres un tonto, Rick! Tú deberías conocerla mejor que la mayoría de los hombres con los que se ha acostado. Deberías comprender que mi dulce y pequeña esposa sabe con exactitud lo que hace, en todo momento. El destino que lleva puede ser un secreto absoluto para el resto del mundo, pero ella sabe siempre hacia dónde va.Rick se estremeció ante el desprecio que revelaba su voz, pero guardó silencio. La risa de Salvatore pareció desnudar al médico en alguna forma que Sydney no comprendió, y lo dejó indefenso. Lo vio meter los puños en los bolsillos de su chaqueta. Tenía los ojos fijos con expresión helada, en la cara desdeñosa de su amigo.Pero Salvatore Mancini no se fijó en él. Contempló a la mujer acostada sobre la cama con visible disgusto pintado en su rostro.—¿Cuándo esperas que pueda recordar quién es y lo que ha hecho? —su clara voz aguda cortaba el aire como si fuera
CAPÍTULO 4. En las siguientes dos semanas. Ella se adaptó a la rutina del hospital, los días iban y venían. Sus huesos comenzaron a soldar para la satisfacción de Rick. Las inflamaciones que produjeron los golpes cedieron poco a poco. Se curaron sus costillas rotas y los dolores de cabeza desaparecieron. —Serafina se va a casa hoy —anunció, la enfermera, asomando la cabeza dentro de la habitación. A ella le agradaba mucho Sydney, que comenzaba a considerarla como una amiga. Era ella la que le llevaba noticias diarias sobre el progreso de la niña. —La vestirán en una hora. Salvatore vendrá a recogerla. ¿Te gustaría verla antes de que se marche? Creo que podría hacer arreglos para ello. Serafina estaba en el área infantil del hospital. Sydney, hizo una ligera mueca de tristeza y movió la cabeza con un gesto negativo. —Es muy pequeña para entender, creo que será mejor que espere un poco y me vea cuando tenga otra vez aspecto de ser humano —murmuró, con la tristeza reflejada en sus o
CAPÍTULO 5El sábado siguiente le quitaron el yeso del brazo. Esa tarde, la enfermera llegó cargada de ropa femenina.—¡Qué suerte tienes! Te trajeron estas cosas para que te las pongas —dijo, al mismo tiempo que extendió sobre la cama delicadas prendas íntimas de seda y productos de uso personal. —¿Me han dado de alta? —preguntó Sydney. Rick no había hecho todavía su visita acostumbrada y el día anterior no le mencionó nada.—Sí. Todo ha sido arreglado ya, ese precioso ejemplar de hombre con él que estás casada te espera afuera—comentó la mujer sonriendo—. Y no con mucha paciencia, lamento decirte —la simpática enfermera lanzó un suspiro melodramático—. Algunas mujeres tienen toda la suerte del mundo. Debe ser maravilloso estar casada con un hombre así y ser adorada por él. ¿Qué te parece si te lo cambio por esto?Le ofreció una pluma que había suelta sobre la cama.—¿Una pluma? —Sydney se echó a reír.—Sí, así las dos nos divertimos. Yo con Salvatore y tú haciéndote cosquillas con
CAPÍTULO 6«¡Tienes que ayudarme! No va a pasar nada, puedes hacerlo…»Sydney sollozó, invadida por un dolor de cabeza indescriptible. Se hundió en la seguridad de los brazos que la rodeaban, en su esfuerzo por escapar de la pesadilla.Recuperó la lucidez al escuchar la suave voz que parecía ser un eco. Salvatore, inclinado sobre una rodilla, sostenía su cuerpo tembloroso entre sus brazos. Su asombrada expresión era una mezcla de desolación y gentileza, mientras la acariciaba con ternura, en un intento por tranquilizarla. Apretó la cabeza de ella contra la curva de su hombro, y empezó a decirle palabras tranquilizadoras. La chica tembló, entonces aspiró grandes bocanadas de aire. Encontró consuelo en el latido fuerte y rítmico del corazón que quedaba bajo su mejilla y en el calor de los brazos que la oprimían con tanta seguridad. Sus dedos se aferraron a él.—¿Qué recordaste, Sydney?Ella se estremeció y se dio cuenta, de pronto, de los brazos que la sostenían, se enderezó y se apartó
Capítulo 7 Salvatore iba pensativo cuando el automóvil pasó debajo del impresionante arco en que estaba pintada las letras “TERRANOVA” Al preguntar ella qué significaba aquello escrito en italiano, él se lo tradujo al inglés. —¿Más falta de memoria, Sydney? —se burló él. Ella lo miró irritada; pero entonces recordó su resolución y le sonrió con una dulzura que no pasó inadvertida. Su boca hizo una mueca de disgusto, al reconocer el cambio de tácticas de ella. —Está bien —dijo él —. El nombre es italiano. Mi tatarabuela era italiana y heredó la mayor parte de este valle. Como mi inteligente antecesor italiano se enteró de esto, se casó con ella y desde entonces hemos logrado conservar en la familia la propiedad. Era ya enorme al iniciarse, pero la hemos ido agrandando, con el curso del tiempo. ¿Contesta eso tu pregunta? —Sí, gracias. ¿Por qué se llama Terranova? —Siempre hemos tenido caballos aparte uvas, generalmente están libres en las colinas. Pasaron por una pista donde un a
CAPÍTULO 8 Sydney recibió en sus brazos a la niña y a pesar de que no recordaba a aquel pedacito de gente, no había la menor duda respecto al cariño que la pequeña sentía por su madre. Serafina la conocía y la amaba. «¡Cielos, de verdad soy la esposa de Salvatore!» Desde que recuperó la conciencia y le dijeron que estaba casada con ese hombre que era un desconocido para ella, estaba segura, en el fondo de su alma, de que debía ser un error, que se aclararía con el tiempo, pero el reconocimiento instantáneo de la niña hizo desaparecer su esperanza de no estar casada con él. La niña se aferró a ella, feliz de haber encontrado a su adorada mamá. Sydney contuvo las lágrimas y no estaba segura si lloraba porque sus esperanzas se habían desvanecido o por la niña que estaba ahora en sus brazos. Alisó los cabellos, del mismo color de los de Salvatore, retirándolos de la carita de la niña, y la besó. Al levantar la vista, la sorprendió una expresión de asombro e incredulidad en el rostro s
CAPÍTULO 9 Se sentaron ellos dos y la abuela, a la mesa decorada con exquisito gusto y alumbrada con velas. La suave luz se reflejaba en las superficies pulidas de los inapreciables muebles antiguos. Un sirviente italiano llamado Armando sirvió la deliciosa comida, moviéndose de un lado a otro con natural soltura. Leticia, que era hermana de Lupe, que Sydney descubrió posteriormente, entraba de vez en cuando a ayudarle. Armando era el hermano mayor de las dos. La madre, Leona, cocinaba y manejaba la casa con indiscutible eficiencia. Salvatore se sentó en la cabecera, con expresión fría y lejana. Sydney no intervino en la conversación entre él y su abuela. La anciana, con la espalda recta y actitud imperiosa, se sentaba a la izquierda de su nieto. No la tomó en cuenta, en ningún momento, la presencia de la mujer sentada frente a ellos, era como si no existiera. Salvatore habló con su abuela de los acontecimientos del día, de las condiciones de los viñedos y de los negocios de la imp
CAPÍTULO 10Despertó al sentir la mano de su marido en el hombro, él, la sacudió ligeramente.—¡Despierta, Sydney! Es hora de levantarse.—No, tengo sueño, un poco más, ¿Sí?—contestó somnolienta, pero, de pronto, recordó los sucesos de la noche anterior y abrió los ojos. Se sentía turbada por su comportamiento.—. ¿Qué hora es? —preguntó, al ver que estaban encendidas las lámparas y afuera estaba oscuro.—Ya te dije… hora de levantarse. Date prisa porque quiero desayunar dentro de quince minutos. Ponte ropa para el frío. Siempre inspeccionó los viñedos en cuanto amanece.Salvatore no parecía con ánimo de evocar los sucesos de la noche anterior. Sydney lanzó un suspiro de alivio y de gratitud. Tomó la bata que él arrojó hacia la cama y se la puso, mientras él descorrió las cortinas de las ventanas.Estaba vestido con jeans azules deslavados y una camisa blanca, arriba una chaqueta de cuero negro, le daba un toque varonil. Se había afeitado y su cabello negro estaba peinado con cierto d