CAPITULO 5

CAPÍTULO 5

El sábado siguiente le quitaron el yeso del brazo. Esa tarde, la enfermera llegó cargada de ropa femenina.

—¡Qué suerte tienes! Te trajeron estas cosas para que te las pongas —dijo, al mismo tiempo que extendió sobre la cama delicadas prendas íntimas de seda y productos de uso personal.

—¿Me han dado de alta? —preguntó Sydney. Rick no había hecho todavía su visita acostumbrada y el día anterior no le mencionó nada.

—Sí. Todo ha sido arreglado ya, ese precioso ejemplar de hombre con él que estás casada te espera afuera—comentó la mujer sonriendo—. Y no con mucha paciencia, lamento decirte —la simpática enfermera lanzó un suspiro melodramático—. Algunas mujeres tienen toda la suerte del mundo. Debe ser maravilloso estar casada con un hombre así y ser adorada por él. ¿Qué te parece si te lo cambio por esto?

Le ofreció una pluma que había suelta sobre la cama.

—¿Una pluma? —Sydney se echó a reír.

—Sí, así las dos nos divertimos. Yo con Salvatore y tú haciéndote cosquillas con
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