Desde que tengo uso de razón, siempre viví con mi abuelo en un pequeño pueblo lejos de la ciudad. Él era la única persona que me amó y vivió cuidándome; haciéndome sentir querida y apreciada. Desgraciadamente mi felicidad con él, término cuando tenía 10 años; él falleció y tuve que mudarme con mi madre, mujer que nunca conocí y que sé que me odiaba.
Ella vivía en una casa enorme en la gran ciudad con su esposo, un hombre con mucho poder y su hijastro, un niño malo hasta los huesos.
—Entra— repitió mi madre Rebecca con mala cara haciéndome ingresar en un pequeño cuarto detrás de la gran casa,
—Ponte cómoda. Este será tu nuevo hogar— fueron las únicas palabras que me dijo el día en que llegue a su vida de nuevo.
Cerró la puerta dando un golpe y me dejó sola a mi suerte y con el corazón herido.
— Abuelito que falta me haces, que aré ahora sola aquí sin ti… — repliqué esas palabras una y otra vez, llorando; tirada en la pequeña cama que había en ese lugar, hasta que el cansancio se apoderó de mí y me quedé dormida.
Toc, toc …
—¿Estás despierta pequeña?
Entreabrí los ojos al escuchar una dulce vos detrás de la puerta que no conocía
— ¿Quién eres? — pregunté con la vos apagada y arrastrándome de la cama, abrí la puerta.
—Hola buenos días, me llamo Clara; soy el ama de llaves y cocinera de esta casa— sonrió,
— ¿Puedo pasar?
— Sí, si perdón; adelante — le dije apartándome de la puerta, dándole espacio para que entrara con una linda charola en la mano.
—Te traje el desayuno. Un rico jugo de naranja y unos huevos revueltos con panceta; espero te gusten.
Levantó la tapa de la charola y me apresuró a sentarme para comer antes de que se enfriara
— Gracias — respondí con la boca llena mostrando una sonrisa para complacerla.
Luego de desayunar, Clara me explicó las reglas que le había dicho mi madre Rebecca. Me ayudó a vestirme, peinarme y luego la acompañé a la cocina donde conocí al chofer Renato y a Blanca la mucama.
Las reglas eran claras; no entrar en la casa grande cuando la familia de mi madre este en ella, ayudar a Clara y Blanca en las labores domésticas; ir al colegio y no decir quién era mi madre ni causar ningún tipo de problema o sería castigada.
En fin, de manera clara entendí el mensaje de mi madre, yo era solo una arrimada que debía ganarse el pan y no ocasionar problemas…
Mis mañanas se volvieron monótonas, me levantaba muy temprano para ayudar a Clara y Blanca en las labores domésticas hasta el mediodía, luego iba al colegio donde no tenía amigos; gracias a Bruno, mi hermanastro que hacía de mis días un infierno. Al volver a casa hacia mis deberes y a veces pasaba el rato jugando a las cartas con Renato, el chofer era un hombre muy divertido y siempre la pasaba bien jugando con él.
Los años pasaron en la misma rutina, mi madre y Bruno disfrutaban haciéndome desprecios y castigos por cosas que no hacía, por otro lado, José; el marido de Rebecca, solo me miraba de una forma que me daba miedo cada vez que me cruzaba en la puerta de la casa grande.
Clara, Blanca y Renato eran los únicos que me trataban con cariño y respeto, ellos se volvieron mi familia.
Al cumplir los 18 años; Clara me regaló una cadenita con un dije precioso, era la letra ¨F¨ de mi nombre Fernanda, pero todos me decían Fer, esa cadenita era mi tesoro más preciado junto a un anillo que me dio mi abuelo antes de morir, jamás me los quitaba.
Mi tiempo de estudiante había terminado en un abrir y cerrar de ojos y gracias a mis horas de estudio logré tener una beca para una de las universidades prestigiosas del país, ahí cumpliría mi sueño; volverme una doctora de éxito, claro si mi madre me firmaba el permiso para poder ingresar, aunque; ya era una adulta joven para la sociedad, la Universidad aún se regía por leyes de una época pasada.
Eran las 9 de la noche y luego de armarme de valor todo el día, por fin me decidí a hablar con Rebecca. Toc, toc; golpeé su puerta con temor.
— ¿Puedo pasar? — pregunté llena de valor a pesar de que mis piernas temblaban,
— Que quieres Fernanda, ¿no ves que estoy ocupada?
— Estas no son horas para que estés en mi casa, sabes de sobra cuál es tu lugar — replicó sin mirarme en ningún momento mientras se ponía los ruleros,
— Sí, lo sé — respondí mirando el suelo
— Pero… necesito que me firmes el permiso para poder ingresar en la universidad.
— ¡Olvídalo!, ¿crees que yo voy a pagarte una universidad?; ja, ja; ja estás muy loca. Si fuiste al colegio fue por obligación, pero nada más — me gritó sin pena alguna,
— No, no me estás entendiendo gane una…
— NADA; no me importa, vete a tu habitación y no salgas de ahí. Ya me disté dolor de cabeza, muchacha malcriada— me tomó del brazo y me sacó de la habitación tirándome al suelo con fuerza
— ¡Estas castigada entendiste!, no quiero verte frente a mí de nuevo o verás lo cruel que puedo ser— cerró la puerta de un golpe, dejándome en el suelo.
Me levanté del suelo con dificultad, tomando el sobre que estaba a mi lado y lo puse en mi pecho, abrazándolo con fuerza mientras caminaba rumbo a la cocina, intentando que una lágrima no callera, por lo menos no hasta que llegara a mi cuarto, no quería que nadie me viera así.
Esa noche volví a llorar con el alma… De la misma forma que cuando llegué a esa casa por primera vez, sabía que mi sueño podría no cumplirse, si ella no firmaba ese papel y no estaba dispuesta a aceptarlo. Mi sueño era lo único que me mantenía fuerte para aguantar todo lo malo de vivir ahí, cumplirlo era mi meta más preciada, quería que mi abuelo me viera ser alguien que triunfara en la vida y que estuviera orgulloso de mí desde donde este…
Había pasado una semana desde que hablé con Rebecca y desde ese día no he logrado acercarme a ella para intentar convencerla. Mañana es el último día para presentar los papeles de ingreso y si no logro que ella los firme hoy; podre despedirme de mis sueños de una vez por todas. Hoy haré algo que sé que la enojará mucho y espero que funcione. Eran las 8 de la noche y la cena familiar se serviría en 10 minutos, esta era la oportunidad de que por fin me escuchara, así que me puse de pie; agarré mi sobre y me armé de valor mientras iba hacia el comedor. Y ahí estaban; ella y su esposo esperando que terminen de servirles la cena, —Permiso — dije sin más y avancé asta ellos, la cara de Rebecca cambio de tierna a odio al verme parada ahí —¡¿Qué haces aquí?!— soltó sin más, mientras me fulminaba con la mirada, —Quiero que firmes mi beca para ingresar a la universidad— contesté seriamente. —Tú con una beca, no me hagas reír Fernanda. Retírate antes de que te saque de los pelos
A la mañana siguiente opté por levantarme temprano, ya que no tenía sueño por la emoción que sentía, me di una ducha y fui hacia la cocina en donde Clara me había dejado el desayuno antes de irse a la casa grande. Junto al desayuno había una nota que decía: “Mi niña cierra bien la puerta antes de salir y ten mucho cuidado, te dejé la llave en el cajón del mueble de la entrada; en la noche nos vemos. Con cariño tu abuela”. Guardé la nota en mi cuaderno y lo guardé en mi bolso junto al sobre de la universidad, documentos y demás. Tomé mi desayuno, guardé mi celular y marché rumbo a la oficina de la universidad. Luego de caminar por un largo rato y tomar el bus, por fin llegué a mi destino, estaba muy emocionada, así que apreté mi bolso en mi pecho y entre; caminando directo hacia la recepción, —Buenos días — saludé a la recepcionista con apuro, —Hola; buenos días, ¿qué necesitas? — Vengo a entregar los papeles y la autorización para ingresar— le comenté con una sonrisa,
Al bajar del auto tomé mi bolso y una de las cajas del maletero, mi tío me siguió con las cosas faltantes, nos guiamos por los carteles y llegamos a un edificio muy bonito adornado como todo el lugar, — Hola — nos saludó una señora de pelo dorado con un uniforme de seguridad mientras nos abría la puerta, — Hola, buenas tardes— respondí con impaciencia, — Soy Doroti la guardia de la residencia número tres de estudiantes— se presentó formalmente, — Un placer me llamo Fernanda, mi habitación es la numero 16— le dije con emoción, — Muy bien sube las escaleras, la tercera puerta a la derecha. Por favor que tu acompañante no demore mucho, ya que no está permitido que hombres entren en la residencia de las chicas— nos indicó amablemente, — Gracias Doroti y entendido no demoraremos mucho— le hice una señal a mi tío para que me siguiera y caminamos rumbo a la habitación. Luego de dejar las cosas en la cama que elegí, acompañé a mi tío hasta el auto donde nos despedimos y me
El primer mes ha pasado volando y ya se han formado los “grupitos”. Están los populares, que se dividen en dos grupos; el primero son las divas, así se hacen llamar ellas. Son un grupo de 5 chicas, todas muy bonitas, de padres adinerados y creencia de princesas, la cabecilla del grupo es Andrea, una rubia muy despampanante, alta; curvilínea, de ojos azules, ella es la hija del director. Las gemelas Leticia y Laura, dos chicas muy operadas que prefieren arreglar todo de forma carnal; con poco cerebro, son idénticas y usan el pelo largo; Andrea con ondas en un tono rojizo y Laura lo tiene lacio y castaño, ambas tienen ojos color ámbar. Luego está Tiana, una morocha con cuerpo de ensueño; tiene el cabello negro y rizado, sus ojos son cafés; novia del colíder de futbol a la que solo le importan las apariencias y por último la pobre Luisa, que es una chica linda, altura promedio; cuerpo pequeño sin muchas curvas, su piel tiene un perfecto tono rosa que la hace parecer muy delicada;
Después de pasar el fin de semana armándome de valor y buscando un plan que me ayudé a acercarme al grupo Puños me di por vencida, ya era lunes y no tenía nada, solo una cara de muerto viviente que ni yo misma aguantaba, — Hola chicas, ¿cómo están? — salto a nuestro lado Luca, con tres cafés en las manos, —Oh, por tu cara veo que horrible— aclaró mientras hacía ademanes de dolor, —Toma; anda luego de un café, te sentirás mejor— nos pasó los vasos de café y se puso a tomar el suyo mientras esperábamos para entrar a clase. Cuando la hora llegó e íbamos entrando al aula; no me di cuenta de que Bruno estaba parado cerca de la entrada, este no perdió la oportunidad de hacerme una zancadilla y mi café terminó sobre el uniforme de Renata. Al levantar los ojos me quede helada; esa mujer quería matarme lo decía con la mirada, mientras alejaba de su piel la tela caliente por el café. Renata era una mujer con buenas curvas, su piel era blanca y su cabello lo llevaba suelto, hasta sus ca
De repente unos gritos y un silbato se empezaron a escuchar, —¡Hey!, ¿qué pasa ahí? (silbatazos) —No deben estar afuera a esta hora, ya sonó el toque de queda. (silbatazos) Mientras la persona de uniforme se acercaba, Renata y los otros dos se fueron, — Te salvó la campana— fue lo que me dijo antes de irse. —Fernanda, ¿estás bien? — fue lo último que escuché antes de caer desplomada al piso. Cuando recobré mis sentidos, me encontraba en la enfermería; giré suavemente la cabeza y noté a mi amiga sentada a mi lado tomándome la mano, —Fer; hola nena, ¿cómo te sientes?, ¿te duele algo, llamo a la enfermera? — en sus ojos podía ver lo preocupada que estaba por mí, —Tranquila, estoy bien, solo me duele un poco la cabeza— me senté en la camilla con cuidado, — ¿Cómo llegué aquí? — le pregunté mientras ella me daba un vaso de agua y una pastilla que tomé inmediatamente, —Fue Doroti, ella vio a un grupo de estudiantes fuera después del toque de queda y cuando se acercó
Ya habían pasado dos horas y no habíamos avanzado más de dos hojas, — Vamos Dilan presta atención no es tan difícil. — Uff, esto es muy aburrido; porque mejor no vamos a tomar algo por ahí— cerro su libro sin mucho afán, — No, de aquí no te vas hasta que no entiendas lo que vengo explicándote hace dos horas. — ¡Ja!, te crees muy sabionda— chisto Jesua tirando el cuaderno por encima de mi cabeza, — Vasta, quietos; no tiren los libros— les pedí comenzando a impacientarme, — ¿Acaso los compraste tú? — refutó Renata con seriedad, mientras jugaba con una navaja de bolsillo. — Levanten el culo, tenemos asuntos que atender ahora— soltó sin más Matt que se había dignado a aparecer y sin darme tiempo a nada ya estaban los cuatro yéndose y dejándome ahí como idiota otra vez, — Espera, aún no hemos terminado— grité sin que ninguno de ellos me prestara atención. Me levanté lo más rápido que pude, corriendo hacia ellos y pare a Matt en seco dándole un tirón de su campera,
El día estaba horrible, la lluvia chocaba con fuerza en la ventana y la última clase del día se había suspendido por el mal tiempo. Así que tenía un poco de tiempo libre extra y decidí sentarme en una de las mesas apartadas de la biblioteca, saqué mis auriculares y puse algún tema de esos que calman el mal genio, contemplando como caían las gotas por la ventana y así me quedé un largo rato. De repente un estruendo me sacó de mis pensamientos, era Matt que más que sentarse; se dejó caer en la silla que estaba frente a mí. Note que me decía algo; así que opte por pausar mi música, — ¿Dijiste algo? — le pregunté y él me miró con cara de fastidio, volviendo a hablar, — Ahí lo tienes, espero que estés satisfecha ahora por quitarme horas de sueño en bobadas. Observé la mesa y estaba el sobre que le había entregado la tarde anterior, — Ah eso. Luego lo veo y te digo si está bien o no— le aclaré sin muchas ganas. Volví a poner mi música y mirar por la ventana ignorándole por com