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Capítulo tres: Universidad Greenwich

A la mañana siguiente opté por levantarme temprano, ya que no tenía sueño por la emoción que sentía, me di una ducha y fui hacia la cocina en donde Clara me había dejado el desayuno antes de irse a la casa grande. Junto al desayuno había una nota que decía:  

  

“Mi niña cierra bien la puerta antes de salir y ten mucho cuidado, te dejé la llave en el cajón del mueble de la entrada; en la noche nos vemos. Con cariño tu abuela”. 

  

Guardé la nota en mi cuaderno y lo guardé en mi bolso junto al sobre de la universidad, documentos y demás. Tomé mi desayuno, guardé mi celular y marché rumbo a la oficina de la universidad. 

  

Luego de caminar por un largo rato y tomar el bus, por fin llegué a mi destino, estaba muy emocionada, así que apreté mi bolso en mi pecho y entre; caminando directo hacia la recepción, 

  

 —Buenos días — saludé a la recepcionista con apuro, 

  

 —Hola; buenos días, ¿qué necesitas? 

  

— Vengo a entregar los papeles y la autorización para ingresar— le comenté con una sonrisa, 

  

— Muy bien, toma asiento que enseguida te hago pasar. 

  

 Asentí con la cabeza y me senté en uno de los sillones pacientemente. Los minutos pasaron lento mientras esperaba mi turno, 

  

—Fernanda por favor acompáñeme.  

  

— Sí, si voy— me levanté torpemente, y seguí a la recepcionista hasta una gran puerta de madera oscura, 

  

—Adelante el director te está esperando— asentí con la cabeza y pasé a la oficina. 

  

—Hola, buenas tardes, toma asiento por favor; mi nombre es Gabriel Belmonte y soy el director de esta universidad— se presentó de manera cordial, extendiendo una mano hacia mí, 

  

— Hola, soy Fernanda Wellington, me postulé para una de sus becas y salí beneficiada con una completa, vengo a entregar la autorización firmada y el resto de los documentos pedidos— le dije, estrechando su mano antes de sentarme. 

  

El director tomo él sobre qué le extendí y sacó uno a uno los papeles encima de su escritorio. Completó mi registro y me hizo preguntas personales de importancia para la institución, 

  

— Dígame Fernanda, ¿está segura de que logrará mantener una nota de más 9 en cada materia y aparte de mantener un buen desempeño académico, trabajar como formador para aquel estudiante que necesite asesoría? 

Con mucha atención a su pregunta intenté responderle lo más educadamente posible para que no notara mi nerviosismo ni mis manos temblorosas, 

  

— Con mucho respeto director, mi sueño ha sido ingresar a esta universidad desde que tengo 10 años y me he esforzado mucho para lograrlo. Ahora que me han dado esta oportunidad daré el doble de mí para cumplir sus expectativas y formarme como una médica de renombre, dejando en alto el nombre de esta universidad como se merece. 

  

 — Muy bien; me gusta ese entusiasmo y que tengas agallas para luchar por lo que quieres, bienvenida a la universidad Greenwich — sin más que decir, me dio la mano nuevamente y me retiré de su oficina con una llave y una caja donde venía todo lo que necesitaría para empezar mi primer año en la universidad de medicina de mis sueños. 

  

  

Solo me faltaban tres días para empezar oficialmente mi carrera universitaria, aunque estaba muy nerviosa por lo que me esperaba, también estaba muy emocionada; mi corazón no cabía en mi pecho y las ganas de gritar como loca para que todo el mundo se enterara de la felicidad que sentía eran enormes.  

  

Ya tenía todo listo para mudarme a la habitación del instituto, mi uniforme, mis libros; mis poquitas pertenencias, todo estaba listo. Me senté en la cama y contemplé mi bolso y las tres cajas que estaban apiladas alado de la puerta. No pude evitar pensar si mi abuelo me viera ahora, quizás estaría mucho más feliz que yo, recuerdo verlo llegar con su bata blanca cansado del pequeño hospital donde trabajaba, siempre lo recibía con un abrazo y un beso que él juraba que le sacaba todo el cansancio. 

  

 Recuerdo que después de cenar siempre íbamos al pequeño salón donde yo elegía uno de sus muchos libros de medicina y nos sentábamos juntos a leerlo hasta que me quedaba dormida en su regazo y él con sumo cuidado me llevaba a mi cuarto y me arropaba para seguir durmiendo.  

  

Tantos lindos recuerdos, para mí él era mi héroe; mi ejemplo a seguir, siempre lo fue todo para mí, por eso decidí ser doctora para seguir sus pasos, salvar vidas y ayudar a quien más lo necesité. 

  

Por fin llegó el día de la mudanza. Renato llegó temprano para acompañarme y ayudarme a llevar mis cosas, 

  

—Bueno mi niña, ¿ya tenemos todo? — pregunto al guardar la última caja, 

  

 — Sí, todo guardado y asegurado— sonreí, 

  

—Muy bien sube al auto y ponte el cinturón de seguridad— me pidió. 

  

Yo solo le regalé una sonrisa mientras subíamos al mismo; iniciando así nuestro viaje. Llegar nos tomaría más de 6 horas, pero no teníamos apuro, al contrario; teníamos tiempo para ir con calma, escuchando música de los 80 que era la música favorita de Renato y charlar mientras pasábamos por distintos pueblos, praderas y colinas. 

  

Ya íbamos a mitad de camino cuando paramos en una gasolinera por combustible y provisiones para el resto del viaje 

  

 —Tío, ¿algo más aparte de gaseosa y galletitas? — le pregunté mientras tomaba el efectivo que me entregaba, 

  

 — Si trae dos paquetes de mentas y unos chicles, los que te gusten. 

  

Mientras él cargaba el auto, yo me apresuré a la tiendita y compré las provisiones, al volver al auto retomamos nuestro viaje. 

  

No podía evitar perder mi vista por la ventana y suspirar repetidas veces, por fin luego de tantos años deseándolo empezaría a cumplir mi sueño, estaba consciente de que extrañaría mucho a Clara, Blanca y por supuesto a Renato. Ellos eran mi familia desde que perdí a mi abuelo y siempre habían velado por mí. Pero, así como anhelaba que mi abuelo se sintiera orgulloso de mí; lo mismo pasaba con ellos, quería que me vieran realizarme y ser yo quien velase por ellos cuando se jubilaran. 

  

—Fer mira ahí está, la gran Universidad Greenwich— pronuncio Renato con emoción, sacándome de mis pensamientos. 

  

Al mirarla quede atónica, era enorme; toques de piedra en cada esquina, farolas de la edad dorada, plantas y árboles a montones. En fotos se veía precioso, pero en persona eso era majestuoso. 

  

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