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El amor es un campo de batalla

Frederick

Ni siquiera me pidió permiso, paso delante de mí con la fuerza de una locomotora. Era tan decidida como su hija.  

—¿Supongo que me honra con su elegante presencia por las benditas fotografías? — pregunté—. Eso o que Leah te envió a presionarme para que firme el maldito divorcio, claro  que eso no me sorprendería. Parece estar ansiosa por obtener su libertad y mi error le vino  como anillo al dedo. 

—¡Ja! Ojalá viniese simplemente a tirarte las orejas como el desconsiderado que eres. Pero  tenemos problemas más graves, justo ahora. —Había una expresión de derrota en sus ojos—.  Solo necesitamos cinco minutos. 

—¿Necesitamos? 

—Yo y Arthur. Aunque claro que él no está al tanto de mi visita, pero yo sé que le dijo que sí,  porque simplemente no puede negarle absolutamente nada. Sin embargo, en el fondo odia la idea  de que nos veamos envueltos en un divorcio escandaloso al igual que yo. Y aun si aceptara la idea de un divorcio, este no es el momento.  

La invité a sentarse y cerré la puerta tras ella.  

—No creo que haya mucho que se pueda hacer. Recibí un informe de mi investigador privado y  las evidencias no son alentadoras. Leah se ve con un hombre hace un tiempo y no parece ser  una aventura.  

—¿Y qué piensas hacer? —Me preguntó furiosa. —Sí es que puedo saber. Porque imagino que  tienes reflexionado algo para detener esta locura. Algo me contó mi hija y ese tal Marcus puede  tener todo el dinero del mundo; sin embargo, es tan poco elegante como una vaca en medio de  una cristalería y ni hablar de que posee el intelecto de una anchoa. 

—Sí. Es posible, pero Leah tomó una decisión. —Asentí moviendo la cabeza—. Aceptaré el  acuerdo y firmaré el divorcio. No es que en realidad me entusiasme la idea, es que no veo que  puedo hacer.  Debo admitir que la cagué y retirarme con dignidad. 

Fui hasta la barra y le ofrecí un trago. Ella asintió tumbándose pesadamente sobre una de las  banquetas que se encontraban frente a la barra.  

—Esto me rompe el corazón, Frederick. —dijo tomando el vaso de cristal hasta la mitad de  licor. —Siempre creí que algún día recapacitarían, ambos. Eran la pareja perfecta. Si tan solo se  hubiesen visto como el resto del mundo los veía. —Musito para ella misma.  

Puede que ya lo hubiese visto, aunque ya era tarde.  

Tomó de un trago el bourbon y dejó el vaso sobre la barra, yo la imité para volver a llenarlos.  

No sabía exactamente por qué, pero sentía una sensación de vacío en el pecho, como si aquella  fuese la peor noticia que alguien hubiese podido darme.  

—Ya es tarde para eso, —me acerqué el vaso a los labios, — ella se ve feliz con él.  —Ni siquiera concibieron un hijo, el legado de tu familia, morirá contigo.  

Era verdad, mi título únicamente pasaría de forma directa, lamentablemente aunque me casase de  inmediato y tuviese un hijo, este no podría reclamar su ducado por ser fruto de un segundo  matrimonio. Quizás eso era lo que tanto me pesaba de disolver nuestro matrimonio. Mi  legado, moría conmigo.  

Mi padre estaría terriblemente decepcionado conmigo, no solo había aceptado un matrimonio  por conveniencia, sino que luego me dediqué a deshonrar día tras día a mi esposa y ahora, ahora la perdía.  No me imaginaba que se pudiese ser más imbécil. 

Suspiré pesadamente, intentando liberar la tensión acumulada en mi pecho. 

Mi suegra me miró en silencio durante unos minutos, antes de hablar.  

—Dijiste que habías contratado un investigador privado, ¿hace cuanto exactamente? —La  mirada de la que pronto se convertiría en mi ex suegra brilló con astucia.  

Una astucia que también reconocía en mi esposa.  

—No lo sé exactamente, unos tres años. ¿Por qué?  

—Dime algo, mi hija, ¿tuvo alguna aventura a lo largo de esos años?  

La miré sin saber exactamente a donde quería llegar. Se veía muy interesada en la vida  sentimental de Leah, cosa que era muy extraña.  

—Un par. —Contesté escuetamente, ella era mi esposa y no podía decir que no había sentido  nada absolutamente cada vez que recibía un informe que alertaba una relación.  

Tampoco podía negar que me mostraba más atento y galante que de costumbre en un  esfuerzo camuflado por derribar su incipiente romance. Eventualmente, aquello terminaba y  volvíamos al punto donde habíamos comenzado. Aunque nunca habíamos llegado a hablar de  divorcio, ni siquiera nunca mencionó la idea de la separación.  

Aunque temí que lo hiciera al año de casados, luego de haber consumado finalmente nuestra  unión. Le rompí el corazón y ella simplemente se negó a un nuevo contacto cercano. Seríamos  amigos, solo eso, me dijo un día. 

—Entonces, quiero suponer que guardaste aquellos informes.  

—¡Por supuesto! Puedo ser muchas cosas, menos descuidado. Dios nos libre de que alguna de  aquellas fotografías cayese en manos equivocadas. La prensa se habría hecho un festín con  ellas.  

—¡Frederick! —Dio un salto —puedes detener, la absurda idea de mi hija de firmar el divorcio  para casarse con ese desagradable hombre. Ella no puede alegar infidelidad, cuando ella  misma la ha cometido.  

—¿Estás loca? Leah nunca me lo perdonaría, ya demasiado daño no hicimos durante todos  estos años.  

—Frederick, no me vas a decir que es por la pequeña mentira que dijo cuando era una chica…  Era joven y estaba muy enamorada, no puedo creer que aún no la perdones.  

—Ya la perdoné, con Leah somos buenos amigos o algo por el estilo.  

—Entonces puedes valerte de esa amistad para recuperarla. Y si aún sigues empecinado en  dejarla libre, convéncela de darte un hijo antes de terminar su matrimonio, ella siempre ha  querido ser madre. Intenta recuperarla. Hazlo por tu legado, por el ducado de Mulgrave.  Puedes evitar este divorcio, si le pides concebir un hijo, tu hijo… Tu heredero…, primero se  negará, es claro porque es tan obstinada como su padre, no obstante si tan ansiosa está por  comenzar de nuevo, no se negará. Luego tendrás tiempo para volver las piezas a su lugar. El tiempo lo es todo en ocasiones como estas, un mes de ventaja podría ayudarte a recuperarla. Aunque espero que esta vez aprendas la lección y comiences a cuidarla como merece. Porque después de este momento no podré darte más tiempo.

—Creo que su hija, bebería ácido antes de intentar concebir un hijo conmigo.  Me lo dejó más que claro hace unos años. 

—¿Qué sería de ti sin tu suegra? Trae las carpetas, el acuerdo que te hicimos firmar para darte  un adelanto de dinero y elaboraremos un plan. El amor es un campo de batalla, ¿no? —Me  encogí de hombros. —Entonces yo seré tu oficial al mando, yerno.  

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