Capítulo 2

—Esto me está costando mucho dinero, Marcos, me preocupa. — el hombre se recostó en el alto respaldo de su silla ejecutiva y cruzó los dedos de ambas manos como quien se prepara para orar, pero eso lo que menos pasaba por la cabeza de Alessandro Dolciani en ese momento. La Bolsa de Valores era un juego peligroso y él se había arriesgado demasiado. Siempre fue un estratega de los negocios, y le había ido bien. Astuto, inteligente, visionario, siempre trataba de ver más allá de lo evidente, había aprendido todo lo que sabía con su abuelo, Lorenzo Dolciani, patriarca de su familia y dueño de toda la fortuna de su imperio hotelero.

Alessandro amaba a su abuelo con locura, había sido prácticamente su única familia al perder a sus padres siendo apenas un niño de doce años, y luego perder a su abuela por un infarto. Fue un abuelo amoroso aunque exigente y duro. Al entrar a la adolescencia el joven pensó que tenía el mundo a sus pies, pero muy pronto Lorenzo le dejó claro que no era un joven rico, sino un joven con un abuelo rico, y que lo que deseara, tendría que ganárselo. Inicialmente, Sandro, como lo llamaba su abuela, sentía que su abuelo era un miserable avaro que lo hacía trabajar para obtener cosas por las cuales él podría pagar perfectamente, pero con el tiempo, el muchacho apreció el gusto de obtener las cosas por sí mismo y comprendió la lección que el anciano trataba de enseñarle.

A partir de allí, Alessandro se dedicó a estudiar con empeño y se graduó con honores en la Escuela de Economía. Realizó tantos estudios como pudo sobre el mundo de las finanzas y se convirtió a sus 33 años en un experto, siempre con los consejos de su abuelo, aquel viejo zorro que logró por sí solo fundar todo un imperio y amasar una enorme fortuna.

Alessandro logró con esfuerzo crear su firma de asesores financieros, y tenía bastante éxito, hasta que llegó un negocio en el cual se arriesgó y perdió una gran parte de su fortuna personal. Afortunadamente, muy poco capital ajeno se puso en riesgo en la operación, pero el suyo estaba perdido, y eso fue un duro golpe para el hombre. Su firma se vendría abajo si los clientes se enteraban de sus pérdidas. La confianza de los inversionistas era vital para su negocio. Hasta el momento, nadie había podido saber quién estaba detrás de esa empresa que había perdido todo su dinero, porque Alessandro, para proteger su reputación comercial, invirtió desde una filial casi desconocida y que muy poca gente sabía que formaba parte de su firma, pero la caída lo estaba poniendo en aprietos y necesitaba recuperar el dinero.

Aquel hombre alto, de anchos hombros y cintura estrecha, vestido con un impecable traje gris, de cabello rubio cenizo, y expresivos ojos verdes, intentaba no demostrar su preocupación, pero su amigo sabía que Sandro se encontraba en apuros. Primero, porque Marcos era su amigo desde la infancia y segundo, porque ejercía como contador para las empresas del financista. Había un profundo afecto entre ellos desde que se conocieron en el colegio y habían seguido carreras en el mismo campo, y por supuesto, desde que Sandro comenzó en el mundo de las inversiones, habían trabajado juntos. Jamás confiaría en otra persona como en su amigo Marcos Ramos.

Sandro tenía una vida social muy agitada, sobre todo en cuestión de mujeres. Era el joven millonario, futuro heredero de la fortuna Dolciani que aparecía en revistas siempre con una bella mujer a su lado. Su apariencia y especialmente aquella sonrisa amplia, hacía que las mujeres desearan más de sus miradas intensas y soñaran con convertirse en la elegida que todos los paparazis esperaban conocer.

Siempre era amable con sus mujeres, pero sabía perfectamente que no se enamoraría de ninguna de esas espectaculares criaturas que se desvivían por él.

El amor no era algo en lo que se enfocaría, porque no creía que existiera. Sostenía que cualquiera de esas damas que le juraban amarlo, lo dejarían en un tris si les dijera que estaba en la ruina. Su vida siempre había estado dirigida por y hacia el dinero, y había aprendido que era muy difícil encontrar a alguien desinteresado en su mundo.

No tenía la menor intención de convertirse en la chequera personal de alguna niña de sociedad de aquellas que decían: Hay que vivir de papá hasta que pueda vivir de mi esposo.

No, eso no era para Sandro. Vivió el amor de sus abuelos pensando que había perdurado porque eran pobres cuando se conocieron. ¿Pero cómo confiar en alguien, cómo saber que no es simple interés?

Por eso siempre se rodeaba de mujeres hermosas, pero jamás comprometía sus sentimientos, y protegía su libertad retirándose a tiempo cuando alguna comenzaba a sentirse su dueña. No tenía tiempo para relaciones tóxicas y siempre les dejaba en claro sus intenciones, de manera que ninguna pudiera decir que las había ilusionado en vano.

Era espléndido con ellas, las trataba como a diosas, y las hacía sentir especiales, y siempre recibían un regalo más que especial cuando ponía fin a alguna relación.

Ese era Alessandro Dolciani, el que ahora requería desesperadamente recuperar su fortuna.

Todos podrían pensar que no había razón para preocuparse siendo uno de los dos posibles herederos de Lorenzo Dolciani, pero su abuelo tenía condiciones que Sandro no estaba dispuesto a cumplir.

— ¿Y si hablas con el abuelo, hermano? — inquirió Marcos sin saber qué otra cosa recomendar, mientras se acomodaba en una de las cómodas butacas frente al escritorio de Sandro.

— ¡Ni loco! Ya sabes lo que él quiere a cambio de nombrarme su heredero universal.

— ¿Y no crees que vale la pena? Tarde o temprano va a ocurrir, un día de estos…

— Ni lo digas, Marcos, ni siquiera lo menciones. Eso no está en mis planes.

— Entonces planeas pasar toda la vida en esos andares, saltando de cama en cama, con cuanta mujer te mueva las pestañas.

— Tampoco así, soy selectivo con la compañía femenina. Me gustan las mujeres inteligentes, cultas, hermosas, que sepan mantener el interés de un hombre.

— Pero que no deseen casarse — terminó la frase por su amigo.

— Exactamente. No fui creado para ser esposo, no puedo imaginar pasar el resto de mi vida con una misma mujer.

— Porque no has conocido a la indicada.

— ¿Y por qué tú sigues soltero?

— Porque tampoco he encontrado a la indicada y mientras tanto disfruto de las juergas de mi mejor amigo. No te niego que son divertidas, pero a la larga, te vas a aburrir de eso, y querrás tener a esa mujer especial esperando en casa, que te regale una sonrisa al llegar, que te pregunte como fue tu día…

— Y luego pase a contarte todas las quejas de su vida aburrida con los niños. No, gracias, no me resulta tentador.

— Ay, hermano, tienes que pensar en tu futuro, serás un hombre muy muy rico cuando el abuelo ya no esté y…

— Eso sólo va a ocurrir si me caso antes de que muera, y que esa mujer sea de su agrado, porque te recuerdo que también existe el primo Franco.

— El abuelo jamás le dejaría su fortuna a Franco, es un perfecto bueno para nada.

— No conoces a Lorenzo Dolciani. Él quiere mantener el dominio sobre todos, especialmente sobre mí. Quiere doblegar mi forma de ser y se aprovecha de que me preocupa lo que Franco podría hacer con la herencia del abuelo. Me quiere casado, y bien amarrado. Tristemente es de los que piensan que un hombre no es confiable si no tiene un hogar perfecto y estable. Y con hijos, ¡muchos hijos! Porque según él los hijos hacen al hombre de bien. Supongo que no se ha enterado de la cantidad de madres solteras que hay en el mundo. Es absurdo, pero está chapado a la antigua y se jacta de haber tenido una sola mujer en su vida y cuando abuela murió, él aun siendo un hombre joven, jamás se le conoció otra relación. Créeme, primero muerto que ser una réplica del abuelo. Pero no puedo permitir que Franco tire por la borda todo el esfuerzo del abuelo, el trabajo de toda su vida.

— ¿Y qué has pensado hacer?

— Necesito una esposa… que no quiera serlo. — dijo vagamente Sandro mirando hacia la pared.

— Explícate.

— Alguien con quien pueda hacer un acuerdo, alguien con ambición y que esté dispuesta a ayudarme a engañar al abuelo y que finja estar perdidamente enamorada de mí.

— Busca en tu directorio, cualquiera de esas chicas estaría más que dispuesta a hacerlo.

— No, mi amigo, necesito a alguien más, alguien que necesite desesperadamente el dinero, y que esté dispuesta a divorciarse tan pronto sea posible, que pueda fingir de manera perfecta que somos una pareja enamorada y que es la única que logró hacerme entrar por el aro hasta llevarme como un corderito al altar. Deberá ser muy inteligente, una actriz espectacular, porque debe convencer a mi abuelo que es la mujer perfecta, la elegida de los dioses para mí.

— Perdona que te diga esto, Sandro, pero no creo que sea correcto que engañes de esa manera al abuelo. Ese viejo ve por tus ojos.

— ¿Pero si es correcto que él me obligue a hacer algo que no deseo para complacerlo?

— Creo que es desleal.

— Le voy a dar lo que quiere para que pueda retirarse, eso no significa que debo sacrificar mi vida.

— Ojalá alguien me “obligara a sacrificar mi vida” de esa forma. ¿Eres idiota o qué? Lo tienes todo en la vida y el abuelo lo único que quiere es que seas feliz, ¿y lo consideras un sacrificio? Hermano, eres una rata. — dijo Marcos sonriendo.

— Pero soy tu mejor amigo, de manera, que tú debes ser también algún tipo de roedor despreciable— sonrió a su vez y levantó el vaso de whisky que permanecía sobre el escritorio y señalándole a su amigo el que estaba frente a éste— Brindemos por la futura señora de Alessandro Dolciani, que está allá afuera en algún lugar.

— ¿Y cómo piensas encontrarla? No puedes publicar un aviso: SOLICITO ESPOSA TEMPORAL. Interesadas llamar al número abajo.

— No sé dónde encontrarla, pero te aseguro que lo haré, y pronto. No dispongo de mucho tiempo y este plan va a requerir el suficiente. Hay que hacer las cosas poco a poco. Mientras tanto, mi hermano del alma, vayamos a comer, porque he estado ocupado todo el día y me muero de hambre.

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