Liberada por el Mafioso
Liberada por el Mafioso
Por: Emily Rose
Prefacio.

Tobías.

—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.

Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.

—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!

Solté una risa fría, como si nada me importara.

—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.

Su rostro se enrojeció de rabia.

—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?

Me acerqué a ella sonriendo con burla.

—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.

—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.

—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.

Me di la vuelta y le di la espalda a su dolor. Caminé hacia mi estudio, mi santuario, donde se entrelazan los negocios turbios y los secretos oscuros.

No me importan su sufrimiento ni el de Catalina. Para mí, son solo peones en mi retorcido juego, piezas desechables en mi tablero de poder.

El estudio, con su penumbra y el aroma a cuero viejo, siempre había sido mi refugio. Pero hoy, las sombras parecían danzar con los fantasmas del pasado, recordándome a Mónica la madre de Catalina. Su sonrisa, su cabello oscuro, la forma en que me miraba... todo se desvaneció cuando eligió a Marcelo.

Mi hermano, mi propia sangre, me arrebató lo único que realmente había amado. Y Catalina, esa niña que nunca debió nacer, es el recordatorio constante de su traición.

Cada vez que la veo, veo los ojos de Marcelo, la sonrisa de Mónica, la burla de su amorío. Es una afrenta a mi honor, una mancha en mi legado. Por eso debe irse. No quiero tenerla cerca, ni verla ni recordarla. Ella es el fantasma de una traición que jamás perdonaré.

«Te odio, Catalina», espeté entre dientes, mientras se oía mi voz en el silencio del estudio.

—Eres la viva imagen de la traición de tu madre. Eres un recordatorio constante de su desprecio y de cómo se entregó a Marcelo. Debería haberte dejado en ese maldito orfanato, que te pudrieras entre la mugre y el abandono. Pero no, Marta insistió en criarte, en darte mi apellido, en ensuciar mi linaje con tu presencia. ¡Maldita seas! Cada vez que te veo, siento cómo me recorre el veneno de la humillación. Eres la prueba fehaciente de que el amor es una farsa, una debilidad que solo trae desgracias. Y tú, Catalina, eres la encarnación de esa desgracia.

Marta.

—Catalina...

Sentí que se me quebraba la voz al abrazarla con fuerza, mientras las lágrimas empañaban mi visión. Sentí su calidez y su inocencia, y un dolor punzante me atravesó el pecho.

—¿Qué pasa, tía? ¿Por qué lloras? —preguntó Catalina preocupada.

No pude contenerme por más tiempo.

—Tu... Tu tío... —logré decir entre sollozos.

Catalina frunció el ceño y su expresión se endureció.

—¿Tobías? ¿Qué te hizo ese monstruo?

—Te... —balbuceé. —Quiere que me vaya muy lejos, Catalina. Dice que ya no te quiere aquí, que eres una carga.

—¡No lo soporto más! —exclamó Catalina, con la rabia brillando en sus ojos. —¡Vámonos de aquí, tía Marta! Tengo 18 años, podemos empezar de nuevo.

Negué con la cabeza, sin dejar de llorar.

—No puedo, mi niña. Él tiene mis documentos y me tiene atrapada. Y me amenaza con hacerle daño a mi familia en México, especialmente a mi hijo.

Catalina me miró con incredulidad y su rostro reflejaba el mismo terror que yo sentía.

—¿Cómo puede ser tan cruel?

—Él es capaz de cualquier cosa. No puedo arriesgarme. No puedo perder a mi hijo otra vez.

La abracé con fuerza, aferrándome a su calor como si fuera mi salvación. Pero sabía que no había escapatoria. Tobías nos tenía atrapadas y el miedo era una cárcel invisible que nos mantenía prisioneras.

Sabía que Tobías no jugaba. Conocía muy bien su crueldad, esa frialdad que le recorría las venas y que le permitía deshacerse de la gente como si fueran objetos inservibles.

Me parte el alma ver cómo quiere deshacerse de Catalina, esa pobre huérfana que no tiene a sus padres con vida. Ni siquiera se apiada de su propia sangre, de su sobrina.

Para él, Catalina es solo un recordatorio de un pasado que lo atormenta, un fantasma que quiere desterrar de su vida. Y yo, atrapada en esta jaula de oro, soy testigo de su maldad y crueldad, sin poder hacer nada al respecto.

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