Capítulo 5. Inquietud.

—Duerme, Catalina... —susurró el hombre, y antes de que mi mente pudiera procesar sus palabras, un paño húmedo y con un olor dulzón me cubrió la boca y la nariz.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, una última cascada salada que resbaló por mis mejillas. Y entonces, entre la neblina que comenzaba a nublar mi visión, lo vi. En el umbral de la puerta, vi la inconfundible figura de Tobías Praga...

Un escalofrío intenso recorrió mi cuerpo, más intenso que el miedo a los asaltantes. Lo comprendí demasiado tarde. No se trataba de un robo al azar, de una mala suerte del destino. Venían por mí. Por orden de mi tío. La traición final, urdida en la oscuridad de la noche. Y mientras la oscuridad me envolvía por completo, solo quedaba la amarga certeza de que nunca había podido escapar de su odio.

Roma.

Francesco.

Desde la imponente altura de este rascacielos romano, la ciudad se empequeñecía a un insignificante hormiguero de luces. Dos putas semanas... dos semanas desde que la ineptitud de mis propios hombres me había costado tanto. Y una semana buscando a esa muchacha. Esa desconocida que, en la oscuridad de esa ratonera, me había ofrecido una mano. Sin su inesperada ayuda, esos bastardos de Praga me habrían encontrado, rematándome a golpes en esas bodegas inmundas.

—Señor.

La voz de Vito, intrusa y sin anunciarse, cercenó mis incipientes planes de venganza. Ya saboreaba el momento en que Tobías Praga pagaría por esta afrenta.

—Vito —dije, la voz grave, sin necesidad de más explicaciones. Él sabía leer entre líneas, entender mi necesidad de concentración absoluta.

—La hemos buscado por cielo y tierra, señor. Cada calle, cada sombra de callejón... nada. Empiezo a creer que esa chica es un fantasma, o que la tierra se la ha tragado.

La frustración en su tono era inusual, casi palpable. Maldita sea, yo también comenzaba a dudar de la realidad de aquella aparición. Y esa incertidumbre me desgastaba más que el recuerdo mismo de los golpes.

Me giré bruscamente, clavando una mirada gélida en Vito.

—¿Una invención de mi mente? ¿En serio crees esa basura? ¡Sus datos están en el informe del hospital y en el policial!

La rabia, un fuego sordo, me recorrió las venas. ¿Me tomaba por un idiota?

—Lo sé, señor. Pero no hemos logrado encontrarla. Una vecina cuenta que no la ha visto desde esa noche. Una mañana encontraron la puerta de su casa abierta, señor, y todo... destrozado. Pero de ella, nada. Excepto esto.

Vito extendió un bolso hacia mí, como si en ese trapo insulso residiera la clave de todo este maldito embrollo.

Lo miré con suspicacia, como si fuera una bomba a punto de estallar. «¿Qué demonios espera que haga con un puto bolso?», pensé, reprimiendo el impulso de lanzarlo contra la pared acristalada.

—¿Eso es todo? —pregunté, observando cómo Vito sostenía esa baratija como si fuera el Santo Grial. Lo estudiaba con recelo, esperando que una víbora venenosa saltara de él.

—Sí, señor.

—Sigue buscando, Vito. No me importa a quién tengas que presionar, sobornar o desaparecer. Encuéntrala —la orden resonó en la oficina, sin admitir discusión.

—Sí, señor.

Vito se giró para marcharse, pero antes de que su sombra se perdiera por la puerta, lo detuve con un grito seco.

—¡Deja el bolso sobre el escritorio!

Necesitaba examinarlo de cerca. Tal vez, en esa insignificancia, había algo más que un trozo de tela. Tal vez, solo tal vez, esa desconocida me había dejado un fragmento de su existencia.

Vito se detuvo en seco, la obediencia grabada en cada línea de su cuerpo. Sabía que mi humor era un polvorín y que cuestionar no era una opción. Depositó el bolso sobre la mesa de caoba con una delicadeza sorprendente y se esfumó de la oficina con la velocidad de un fantasma.

En cuanto la puerta se cerró tras él, volví mi atención a ese objeto despreciable. Un recuerdo fugaz, casi imperceptible, danzó en mi mente.

Era borroso, confuso, pero una certeza se abrió paso en mi memoria: era ese bolso. El mismo que llevaba la muchacha aquella noche. La noche en que, en medio de mi vulnerabilidad, me tendió una mano.

La noche en que mi vida tomó un desvío inesperado. Tenía que haber algo más en él. Algo que me condujera hasta ella.

Observé ese bolso barato un instante más, como si pudiera arrancarle sus secretos con la fuerza de mi mirada. Luego, cogí mi móvil.

Tenía contactos en la policía, favores pendientes que mi posición en el "negocio" me había granjeado. Si necesitaba remover cielo y tierra para encontrar a esa chica, lo haría.

Un presentimiento oscuro, una punzada helada en el estómago, me decía que su acto de bondad esa noche le había salido muy caro.

Las probabilidades de que estuviera en manos de los hombres de Praga eran demasiado altas, una posibilidad que me negaba a aceptar. No podía vivir con esa carga.

Tenía que hacer algo. No sabía exactamente qué, pero una necesidad visceral me quemaba por dentro. No podía quedarme de brazos cruzados.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP