Capítulo 1

La brisa fresca levanta las hebras doradas mientras el aroma a frutas se cuela en sus fosas nasales, entonces el niño pequeño ríe y sus ojos verdes brillan satisfechos.

¡Lo ha encontrado!

El chiquillo da un salto; se sostiene del tronco de un árbol blanco y sin ramas, o eso parece, a menos que estas estén tan cerca de las nubes que él no pueda verlas.

Ante un árbol como ese, ¿quién es él? Podría comprarse a un pequeño insecto o un pajarillo que solo busca un fruto, ese que le dará la victoria por encima de sus hermanos.

Dado que ese árbol bloquea las habilidades zollebs, es casi imposible poder escalarlo, porque también su textura es resbaladiza y la altura una locura.

Él no debería estar allí, pero decidió colarse para obtener la atención de su padre, quien solo lo engendró, pero nunca se ha molestado siquiera en visitarlo.

El pequeño Liah escala hasta la cima, donde las nubes cubren cuatro ramas carentes de hojas, pero con un fruto redondo en la punta de cada una. Él se apresura a coger uno, ya que los demás servirán para nutrir a las aves viajeras.

La extraña fruta es blanca por fuera, de apariencia lisa y olor exquisito y dulzón.

Tras bajar del árbol, que parece torre por su altura, Liah corre en dirección al castillo donde lo espera su padre, el rey de los zollebs.

—¡Liah tiene el fruto de la valentía! —gritan los niños en el jardín principal cuando lo vislumbran corriendo con la fruta en la mano.

Los convidados observan la escena impresionados, y el silencio se adueña del festejo.

—¡Niño insolente! —exclama el rey, desorbitado, ya que no se esperaba tal atrevimiento de parte de su hijo menor, el bebé de sus retoños—. ¿Cómo has osado sobresalir entre tus hermanos mayores? ¿Tan pequeño y ya quieres el reinado?

—No lo regañes, Arturo. —Una mujer de belleza casi perfecta, de cuerpo de curvas delicadas y cabellera dorada, interviene. Los ojos esmeraldas del hombre se fijan directamente en ella, con un semblante resignado, pues bien sabe que la princesa del norte hará todo lo posible para que se reconozca la hazaña de su único hijo—. Nuestra pequeña cría demuestra su valor por medio de tal valentía, pero tú lo reprendes en vez de reconocer su audacia. ¿No es lo que buscas? ¿No es él ese rey que necesitas? Ninguna de tus crías mayores logró obtener el fruto de la valentía, solo nuestro bebé de cinco años. Ya encontraste tu futuro rey, ¿por qué no lo celebramos?

Los invitados secundan con la princesa del norte y hacen reverencia a la diminuta presencia de Liah, el futuro rey de los zollebs.

Desde ese día, el pequeño Liah empieza a vivir en el castillo de su padre, odiado por sus hermanos mayores y olvidado por su madre, a quien solo llega a ver en ocasiones especiales.

La soledad y la tristeza son sus más fieles compañía, pero al menos cuenta con el respeto y orgullo de su progenitor, a quien complacería a cualquier precio, incluso a costa de sus propios deseos.

***

Nueve años más tarde...

Liah observa a la joven, quien es un poco mayor que él, y sonríe nervioso. Lo que acaban de hacer le ha parecido exquisito, pero por alguna razón siente que ha faltado algo.

—¿Serás el padre de mis crías en el futuro? —inquiere ella, emocionada, todavía afectada por las secuelas del orgasmo.

Liah suspira y se encoge de hombros.

—No lo sé, Vera... —Vuelve a suspirar—. Somos muy jóvenes para pensar en eso. Además, no sé si yo quiera tener crías...

—Necesitarás un heredero y yo soy la indicada para dártelo —lo interrumpe, casi ansiosa, como si esperara hacerlo cambiar de opinión al instante.

Liah asiente, dándole la razón. ¿Qué mejor partido para tener descendencia que la princesa del sur? Quizás en el futuro la considere como primera opción, pero, por ahora, su prioridad es ser el mejor rey de los Zollebs.

Ese asentimiento se queda grabado en el corazón de Vera, manteniendo una llama de esperanza encendida durante años.

Ese mismo mes, Liah tiene su primera misión en el territorio de los humanos. Después, vive por un tiempo en tierras licántropas, donde aprende a entenderlos y conocer de cerca sus habilidades y debilidades. Tras varios viajes de regreso al continente humano, se convierte en un experto capaz de mantener una buena fachada, pero adquiere una debilidad: el encanto de las humanas.

Todos se impresionan con los reportes de Liah, que demuestran que será un gran rey y la criatura más poderosa del mundo.

A sus dieciséis años, Liah es enviado al territorio humano otra vez, donde vive bajo perfil. Él hace todo tipo de trabajo pesado y habita en un tráiler equipado con todo lo que necesita.

Dos años más tarde, él celebra su cumpleaños número dieciocho en un bar. Solo, como de costumbre, y sin deseos de buscar el placer esa noche.

Cansado de ver borrachos en el bar, el joven de apariencia atractiva y ojos de color esmeralda camina en medio de las oscuras y desoladas calles, pero las penumbras no le es impedimento para llegar a su destino.

Su mirada verde brilla en la oscuridad y le da una imagen clara de todo su alrededor, por lo que él puede ver hasta lo más mínimo sin ningún esfuerzo.

Unos quejidos de dolor llegan a oídos de Liah, quien no puede ignorarlos y se detiene en la entrada de un callejón, donde ve a una mujer demacrada tirada en el suelo en posición fetal.

—Oye, ¿estás bien? —inquiere preocupado mientras se apresura a socorrer a la desaliñada pelirroja quien tiembla del frío y llora desconsolada.

Ella trata de huir de Liah cuando él se le acerca, como si su salvador representara peligro. Su comportamiento defensivo y asustado lo lleva a pensar: ¿qué tanto daño le habían hecho para que ella estuviera así de desconfiada?

—No te haré nada malo, solo quiero ayudarte —le dice con voz amable para que ella se relaje y se deje socorrer.

La chica no cree en sus palabras porque los hombres suelen mentir, así que empieza a chillar y a removerse cuando él trata de cargarla.

—Lo siento, humana —musita, apenado, y le pone la mano en el cuello. Al instante, la mujer cae dormida, permitiéndole cargarla con facilidad.

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