Capítulo 4

Continente de los humanos

«El calor es abrumante, aunque ya la noche está avanzada», piensa Liah mientras usa su mano derecha para secarse las gotas saladas que le humedecen la frente.

El olor a poder zolleb le da a entender que su intuición estuvo correcta al ir él mismo a aquella misión. Con los datos reflejados en un aparato electrónico, él busca la ubicación del hombre que una vez fue su aliado, pero a quien tuvo que liberar de la carga del acuerdo porque los humanos se convirtieron en seres poco confiables.

Un suspiro deja sus labios.

Él había evitado regresar al territorio humano después de lo acontecido veintitrés años atrás, cuando una guerra sin sentido terminó de separarlos por completo.

De nuevo se seca el sudor de la frente y maldice por lo bajo el terrible calor que azota a aquel continente, y que lo hace sentir sucio e irritable.

—Bueno, si no encuentro la m*****a piedra, el territorio humano se irá al demonio. ¡Qué puto calor! —se queja mientras camina por las calles solitarias con pasos pesarosos.

***

En un salón un poco oculto del resto, de la universidad más prestigiosa de aquella ciudad, un grupo de personas se reúnen de manera clandestina.

—Encontré estas carpetas en un cofre viejo que estuvo oculto en la biblioteca —informa la joven de piel mulata, ojos marrones claros y de cabellera larga y ondulada.

Ella se levanta de su asiento y se acerca al maestro de filosofía, antropología y sociología. Él es uno de los docentes más preparados en aquella universidad y quien se ha especializado en varias carreras, incluyendo el arte y el lenguaje antiguo.

—Esto es un tesoro... —dice él mientras revisa la información valiosa que allí se encuentra—. ¿Cómo es que nunca dimos con estos datos? He estado tantas veces en la biblioteca y te puedo asegurar que no hay documentos ni libros allí que yo no haya revisado.

—Lo encontré en un armario que estuvo sellado bajo llave por muchos años. Perteneció a mi padrastro. Creo que él protegió esta información por mucho tiempo, pero no entiendo por qué justo ahora la dejó a mi merced.

—¿Podrías explicarte, por favor? —le pide el docente mientras escanea el contenido de las carpetas con ojos fascinados.

—Me refiero a que él me entregó todas las llaves de su oficina, incluyendo la del armario y el cofre donde encontré estas carpetas; me intriga que me haya dado acceso a un cofre que mantuvo oculto por muchos años.

—Tengo entendido que él fue el bibliotecario por varias décadas y que ese puesto se ha transferido de generación en generación, ya que fueron sus antepasados quienes donaron la biblioteca a la universidad.

—Sí... —masculla ella cohibida, puesto que aquel docente la intimida y la pone nerviosa.

—Esta información es muy valiosa, así que me quedaré con ella —sentencia él.

La chica agranda los ojos y hace una mueca que denota desacuerdo.

—Lo siento, pero estos documentos son un legado familiar; de no ser así, no hubiesen estado resguardados bajo llave —refuta ella con tono firme, pese a que le causa temor negarse al líder del clan.

—El contenido que se encuentra en la biblioteca es de uso público y pertenece a todos nosotros; por lo tanto, estoy en mi derecho de tomarlos prestados —contraataca el maestro.

Ella niega con la cabeza y le quita las carpetas rápidamente.

—Lo siento, pero estos documentos no están abiertos al público aún y, como la nueva bibliotecaria, estoy en todo el derecho de restringir su acceso por ahora.

El docente cambia su expresión amable por una sombría, que trata de disimular con una sonrisa falsa.

—¿No es usted, señorita Donatello, parte de esta comunidad secreta? Como miembro de nuestro clan, es su responsabilidad compartir con nosotros toda la información que encuentre relevante a la causa. Yo soy el líder del clan, por ende, quien debe proteger tal tesoro de conocimiento.

Ella se tensa porque, si bien no tiene ningún problema en compartir con ellos cualquier descubrimiento valioso que avale sus teorías, en este caso prefiere esperar a descubrir el motivo que llevó a su padrastro a proteger aquella información, de la que ha negado que tenga relevancia.

Por alguna extraña razón, la chica siente que hay un secreto importante detrás de su descubrimiento, el cual tiene una necesidad insana de proteger.

—Como miembro del clan, mi intención siempre ha sido aportar a nuestra causa; por lo tanto, he traído las carpetas para mostrarlas; sin embargo, prefiero conservarlas por un tiempo. ¿Qué mejor lugar para proteger esta información que donde siempre estuvo oculta?

La sonrisa del docente se ensancha con incomodidad, mas él asiente en acuerdo a su argumento y no vuelve a insistir.

—Me parece prudente —responde él, tratando de que su voz no suene incómoda—. Dejo bajo su responsabilidad el resguardo de las carpetas. Cuídelas con su vida, porque esta información nos acercará a nuestro objetivo. Cuando necesitemos discutir y ahondar en esta documentación, usted la traerá a nosotros —concluye, y sus palabras traen alivio a la joven.

***

Liah, quien está ceñido con vestimenta negra y de cuero, camina por las calles oscuras sin un atisbo de temor. En vez de mirar preocupado a los lados, debido a lo peligroso que luce aquel lugar, él se conduce con porte intimidante, como si fuera de él de quien se debiera huir.

«Este lugar no cambia», piensa mientras hace una mueca despectiva.

Los sollozos de una chica captan su atención, también las risas de unos tres hombres, si sus cálculos no son erróneos.

—Demonios... —masculla con hastío. Pareciera una burla del destino, un juego macabro que evoca un recuerdo no deseado. Con pasos cautelosos, Liah camina en dirección a lo que parece ser un asalto, y se detiene cuando descubre una escena un poco similar a la que vivió en el pasado, con la diferencia de que la chica no ha sido ultrajada aún.

—¡Vamos, perra! Demuestra que todas las mujeres como tú solo sirven para ser cogidas —se burla uno de los hombres que rodean a una joven mujer.

Liah observa la escena a una distancia prudente, desde donde puede apreciar a tres rufianes acorralar a una hermosa y rara chica, como si fueran depredadores hambrientos a punto de saltar sobre su presa.

Siente tanto asco.

«Siempre es así con los malditos humanos. ¿Es que no se cansan de destruirse entre ellos mismos?», se queja en sus pensamientos.

Él suspira para drenar la tensión que ver a una dama en apuros le provoca. Aquello le trae recuerdos que no quiere desenterrar, en especial porque, que suceda en una calle similar y bajo penumbras, refresca imágenes en su mente que revuelven un pasado lleno de errores.

No quiere recordarla. No cincuenta años después.

Él se frota la nariz, y camina con pasos relajados en dirección al callejón donde los maleantes acosan a la joven.

—Buenas noches, ¿saben dónde puedo encontrar un restaurante cercano? —pregunta él con una naturalidad que deja a los tres hombres perplejos.

—¡Largo de aquí, mocoso! —espeta uno de ellos de forma amenazante.

—Mocoso... —musita Liah con tono divertido. Acto seguido, se relame los labios y sonríe malicioso—. Ustedes son unos irrespetuosos y descorteses. ¿Saben el hambre que traigo? Por cierto, ¿por qué llora su amiga? ¿A qué juegan?

—No es tu asunto. ¿Por qué no te largas de aquí de una vez y por todas?

—¿Por qué eres tan poco amigable? Andas muy amargado —le devuelve, sarcástico.

—¡Maldición! Démosle una lección a este hijo de puta, para ver si se le quita lo metiche y gracioso —propone otro del grupo, cansado de las burlas de aquel joven insolente.

Por su parte, Liah vuelve a sonreír airoso y los mira con ironía.

Los tres sujetos se le lanzan encima, dispuestos a darle una tunda; no obstante, cada vez que le atinan un golpe, pareciera como si él se desvaneciera y golpearan a la nada.

En cuestión de segundos, los tipos empiezan a gritar del dolor y caen uno a uno inconscientes. Liah se acerca a la chica, quien tiembla del miedo y lo observa con súplica.

—No me hagas daño, por favor —le ruega con voz temblorosa.

Aquel pedido lo transporta al pasado, donde, en un callejón similar y bajo la oscuridad de la noche, encontró a la mujer que le daría lo más preciado que posee.

La pelirroja no le había suplicado, como lo ha hecho esta chica de piel morena y apariencia de mujer inteligente y estudiosa; pero sus actos le confirmaron que le temía y que pensó que él le haría el mismo daño que sus agresores anteriores.

La nostalgia le inunda el pecho, y entonces él se pregunta si fue una buena idea venir él mismo a esta misión.

—No te haré nada malo, ¿acaso no ves que acabo de salvarte? —Hace una mueca de hastío que incomoda a la chica.

—No sé cómo lo hiciste, pero ¡gracias!

Liah se ofrece a acompañarla a casa, y así lo hace. Pronto ellos se encuentran en un complejo de apartamentos, donde la morena es recibida por un chico de tez blanca y cabello castaño, quien la sostiene por la cintura de forma autoritaria y lo mira a él con desagrado.

—¿Por qué viniste con este tipo? ¿Quién es él? —Lo vuelve a detallar de arriba a abajo con recelo, ya que le provoca molestia que su novia haya ido acompañada por un hombre tan apuesto y peculiar.

—Te contaré cuando entremos. —Ella se aferra a él, buscando refugio y consuelo, ya que con el extraño no lo pudo hacer.

—¿Por qué no me aclaras las cosas ahora? Además, no entiendo por qué no me avisaste que vendrías; yo no te estaba esperando.

El rubio lo mira con sospecha y estudia su lenguaje corporal.

«Imbécil», piensa.

—No puedo ir a casa de mis padres porque se van a preocupar. Fui atacada, Mateo, necesito entrar y sentirme segura. Tengo tanto miedo... —Ella estalla en llantos mientras abraza su bolso cuadrado que le guinda del cuerpo.

El castaño frunce el ceño y la confronta con rabia.

—¡No te creo! ¿Me estás poniendo el cacho con este imbécil?

—¡No! ¡Ni siquiera lo conozco! —Ella llora desconsolada porque lo que más necesita en ese momento es su refugio y consuelo, no que él la acuse de aquella tontería.

—Dicen que el ladrón juzga por su condición —expresa Liah con una sonrisa maliciosa—. ¿Por qué no la dejas entrar de una vez y por todas? ¿Crees que si yo fuera su amante estaríamos frente a tu apartamento? Sé más creativo, amigo.

El castaño lo mira con ganas de estrangularlo y luego se enfoca en su novia, a quien observa nervioso y a la defensiva. En ese momento, la puerta del apartamento se abre y una mujer maquillada, con una copa de vino en la mano y con lencería sexi aparece ante ellos.

—¿Por qué tardas tanto? ¿Ya trajeron la comida que ordenamos? —inquiere la chica, pero cuando ve a la morena junto al hombre rubio se queda en silencio.

La tensión llena el lugar de repente.

—¿Qué es esto, Mateo? —interpela la morena con voz entrecortada y lágrimas en los ojos.

—Es tu culpa por no haber satisfecho mis necesidades de hombre, cariño —dice a la defensiva, antes de que su novia le haga un drama por causa de sus actos infieles.

De momento, la chica morena siente que no puede respirar, todo a su alrededor le da vueltas y el pulso se le acelera.

Duele tanto…

Todavía no puede asimilar lo que sucede… o que aquello sea real…

No, no puede aceptarlo.

—Sácame de aquí —le pide a Liah como si fuera una súplica, pero antes de poder escapar de allí, ella se encorva y empieza a hiperventilar.

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