Ethan
La fiebre comenzó al atardecer. Primero sentí un escalofrío, luego el sudor frío empapó mi camiseta hasta pegarla a mi piel. Me tumbé en el colchón del piso de arriba de la clínica, mirando las grietas en el techo mientras las visiones danzaban detrás de mis párpados: lobos negros con pelajes desgarrados, aullando bajo la luna llena. Sus ojos morados —siempre morados— me seguían, incluso cuando cerraba los ojos. Mi mente no podía creer que estaba aceptando todo esto tan fácilmente. La explicación de Darian todavía me causaba miedo y algunas dudas. Pero mi cuerpo sentía un impulso terrible de aferrarse a ello, como si estuviera destinado a que todo esto sucediera. —No es real —murmuré, frotándome las sienes—. Solo es la maldición. Pero el vínculo no mentía. Cada gemido de aquellos lobos en mi mente resonaba como un eco del dolor de Darian. Desde que empezaron a suceder las cosas me he estado preguntando por qué mis sentidos estaban siempre llenos de rabia y dolor, aunque nunca me había atrevido a preguntárselo a Darian. Desde aquella primera noche en la casa abandonada, mi cuerpo había aprendido a traducir su caos interno en náuseas y sudores fríos. El sonido de la ventana abriéndose me hizo incorporarme de golpe. Las cortinas se agitaron, y allí estaba él. Darian, se encontraba en la ventana con su postura felina y los ojos brillando como antorchas en la oscuridad. No había entrado por la puerta como la vez anterior. —¿Qué haces aquí? —pregunté, aunque ya me lo imaginaba. Ignoró la pregunta. Se acercó a la cama con pasos silenciosos, como si el suelo fuera de algodón. Llevaba una camisa negra holgada y jeans desgastados, pero su presencia llenaba la habitación como una tormenta a punto de estallar. Se sentía el aire tenso a su alrededor. —Parece como si te estuvieras muriendo —me dijo, más como una acusación que una preocupación. —Solo es fiebre —repliqué, aunque temblaba como una hoja en otoño —¿Preocupado, Alpha? Sus labios se apretaron en una línea delgada. Se sentó al borde del colchón, lo más alejado posible de mí, pero al ser tan estrecha la cama el peso de su cuerpo hizo que me hundiera un poco hacia él. Su aroma a bosque nocturno y hierbas amargas me envolvió, mezclándose con el olor a medicamentos y sudor de la habitación. —No es normal. Es la luna —masculló, colocando una mano en mi frente con recelo, como si no quisiera hacerlo pero algo lo estuviera obligando. Fue un gesto que me dejó un poco desconcertado. El contacto fue eléctrico. Sus dedos, ásperos por las cicatrices, se sentían helados contra mi piel ardiente. Quise apartarme, pero mi cuerpo traidor se arqueó hacia su palma. —No me toques —mentí. Él resopló, como si mi resistencia fuera un juego. —Tengo mis razones, pero no creas que lo hago porque quiero. No puedo permitir que mueras de una fiebre. Pasó las siguientes horas alternando entre darme agua fría y poner sobre mi frente un paño húmedo. Cada movimiento suyo era preciso, calculado, pero evitaba mirarme a los ojos. Lo noté cuando intenté buscar su mirada para agradecerle, solo para que él desviara la cabeza hacia la ventana, como si el paisaje nocturno fuera más interesante que yo. —¿Por qué no me miras? —pregunté finalmente, la voz ronca por la fiebre. Sus hombros se tensaron. Durante un momento, pensé que no respondería. —Tus ojos —susurró, con una voz tan baja que casi se perdió en el crujido de las maderas viejas— me recuerdan a alguien que perdí. El dolor en sus palabras era tangible, era un cuchillo clavado en medio del silencio. Quise preguntar más, quién era esa persona, qué le pasó, pero él se levantó de la cama bruscamente. —Duerme — me ordenó. —No puedo —protesté, aunque las pesadillas eran preferibles a este silencio cargado de preguntas sin respuestas—. Cada vez que cierro los ojos, siento... —Lo que yo siento —terminó por mí, volviéndose para mirarme. La luz de la luna recortó su perfil: mandíbula apretada, labios tensos, como si estuviera reprimiendo algo—. Bienvenido al mundo real. Se sentó de nuevo, esta vez más cerca. Nuestras piernas casi se rozaban. Nuestras respiraciones se entrelazaron—la mía entrecortada, la suya controlada—mientras la noche avanzaba. —Cierra los ojos —ordenó de nuevo, y su tono Alpha brotó sin permiso obligándome a cerrar los párpados sin que mi boca tuviera tiempo de protestar. Obedeci. Pero en la oscuridad, otros sentidos se agudizaron. Su respiración, lenta y profunda. El leve crujido de su camisa al moverse. Y luego,estaba su mano. Esta vez no en mi frente, sino en mi pelo, apartando las mechas sudorosas con una suavidad que contradijo todo lo que sabía de él. —¿Por qué haces esto? —susurré, sin abrir los ojos. La mano se detuvo. Durante un segundo, solo escuché el crujir de sus nudillos al apretar los puños. —Porque si mueres, la maldición me consumirá —respondió, pero la mentira flotaba en el aire como humo. Y entonces sentí: un hilo de su emoción, fugaz pero nítido, filtrándose por el vínculo. No era deber. Ni siquiera miedo. Era algo más profundo, que resonó en mi pecho como el eco de un aullido solitario. Antes de que pudiera responder, sus labios rozaron mi oreja, fue un contacto tan breve que podría haber sido mi imaginación. —Duerme, Ethan —murmuró, y esta vez, no fue una orden. Cuando desperté al amanecer, Darian ya se había ido. La habitación olía a él. Al incorporarme me percaté de un pequeño pliego de papel, que solía utilizar como receta médica, sobre la destartalada mesita de noche. "No vuelvas a acercarte al bosque", decía, con una letra angulosa y furiosa. Arrugué el papel y lo tiré a la basura con una mueca. La fiebre se había esfumado como por arte de magia, aunque mi cuerpo aun se sentía pesado por la mala noche. Mi mente repasaba todo lo que había sucedido ayer con lujo de detalle, o al menos lo intentaba, ya que la fiebre no me había dejado pensar con la suficiente claridad. Darian había actuado de forma contradictoria, sus acciones de anoche no cuadraban mucho con su comportamiento habitual mostrado las veces que habíamos coincidido. Me encogí de hombros intentando restarle importancia, no lo conocía lo suficiente para opinar sobre su comportamiento, a pesar de que llevábamos un tiempo compartiendo emociones no deseadas. Me levanté casi a rastras, mi cuerpo no tenía ganas de trabajar ese día, pero los animales enfermos no podían esperar por mí. Me obligué a recomponerme y bajé a la clínica con mi habitual taza de café, sin ella no podría comenzar el día. A pesar de intentar estar atento, mi mente volaba hacia la nota que había arrojado a la basura. Darian estaba loco si pensaba que después de todo lo que había sucedido y experimentado, iba a alejarme del bosque tan fácilmente.Ethan Un par de días después, en la noche, el vínculo latía en mi pecho como una segunda bestia, arrastrándome hacia el bosque con una urgencia que no podía ignorar. Aunque la luna llena ya no dominaba el cielo, su influencia seguía enredada en mis venas. Salí de la clínica con una linterna, siguiendo el rastro de aullidos que resonaban desde el corazón del bosque. Entre los árboles, las luces de antorchas titilaban. La manada estaba reunida en un claro, formando un círculo alrededor de una fogata, bailando con una gracia que no parecía humana. Hombres y mujeres, algunos en forma humana, otros con rasgos bestiales —orejas puntiagudas, colas espesas, ojos brillantes— danzaban al ritmo de tambores hechos de piel curtida y hueso. Era hermoso y aterrador. Varias parejas entrelazaban manos y collares de flores bajo la luna, sus risas mezclándose con gruñidos de lobo. Me agaché tras un roble nudoso,clavando las yemas de mis de
DarianRegresé al claro, donde la manada había reanudado el ritual a medias. Las parejas danzaban, pero sus risas eran forzadas, sus miradas se desviaban hacia mí. En mi guarida—una especie cueva oculta tras una cascada de hiedra—, el eco de Ethan persistía. Me quité la capa de pieles y arrojé una copa contra la pared. El sonido del metal golpeando la piedra fue un alivio momentáneo.—Hazlo. Muéstrales cómo tratas a los que se interponen en tu camino.Sus palabras, desafiantes e infantiles, me quemaban. ¿Qué sabía él de liderar? De sacrificios, de noches enteras contando cuerpos, de pactos hechos con monstruos peores que los lobos. Nada.Pero el vínculo... el maldito vínculo no dejaba de recordarme la textura de su piel bajo mis dedos, el modo en que su respiración se aceleraba cuando estaba cerca, la estúpida luz en sus ojos incluso cuando el miedo lo paralizaba.Me desplomé en el lecho de pieles, mirando las estalactitas del techo.—No es él —susurré al vacío, fingiendo que era cie
EthanEn la noche Darian me esperaba al borde del bosque, bajo un roble cuyas ramas se retorcían como manos suplicantes. Llevaba una capa de pieles negras que parecían fundirse con la oscuridad, y en sus ojos morados bailaba el reflejo de la luna. No dijo nada cuando me acerqué, solo se giró y comenzó a caminar. Lo seguí, sabiendo que cada paso me adentraba más en un mundo donde las reglas se escribían con garras y sangre.El claro estaba vacío, excepto por las marcas de garras en los troncos y un círculo de piedras pulidas que simulaban un altar de rituales. Darian se detuvo en el centro, pisando una mancha oscura en el suelo—¿sangre?—y se volvió hacia mí.—Esto no es un cuento de hadas —advirtió, su voz cortaba el aire como cuchillo—. Si quieres sobrevivir, olvida lo que crees saber.Sacó un puñal del cinturón y lo clavó en el suelo entre nosotros. La hoja vibró, emitiendo un zumbido agudo que hizo que mis dientes rechinaran.—Primera ley: la manada sobre el individuo —dijo, señalan
Ethan —No son juguetes para niños —continuó el extraño hombre, levantándose con la gracia de un felino—. Pero supongo que mi hermano no te lo ha explicado. Me detuve. —¿Qué quieres? El hombre se encogió de hombros, acercándose hasta que el olor del alcohol se volvió perceptible. —Solo ser amable. Darian es... digamos que selectivo con sus historias. —Señaló la casa abandonada con la botella—. Esta era nuestra casa familiar, ¿sabías? Antes de que Selene muriera. Pasaban horas aquí, planeando un futuro que nunca llegó. Darian, en algún lugar del bosque, debió de sentir mi incomodidad. —¿A qué viene esto? —pregunté, endureciendo la voz. El hermano de Darian dio un paso más, su sonrisa convirtiéndose en una mueca. —Si alguna vez quieres escuchar la versión completa, puedes venir a buscarme. Antes de que pudiera responder, me lanzó algo: era una llave oxidada. —La puerta trasera nunca está cerrada —dijo, alejándose hacia la casa—. Cuando te canses de sus medias verdade
Darian—Allí —señalé hacia el matorral a nuestros pies, intentando desviar la atención del momento tenso en el que estábamos sumergidos, aunque mis brazos todavía se aferraban a él.Entendí por que los del pueblo se habían dado cuenta de las trampas, al parecer el cazador no había tenido tanto coraje para adentrarse.Ethan se soltó suavemente de mi agarre y se agachó para inspeccionar la trampa: un engranaje de alambres dentados hechos con plata, grabado con símbolos que brillaban bajo la luz filtrada de los árboles. Los símbolos eran simples pero letales: una espada atravesando una luna creciente, el sello de los Hijos de Cain.—¿Qué son esos dibujos? —preguntó, extendiendo una mano hacia el metal.—¡No toques! —gruñí, tirándolo hacia atrás con más fuerza de la necesaria. —. Es plata. Debilita a los licántropos, nos vuelven lentos... vulnerables. Ese símbolo en las trampas es de ellos, los Hijos de Cain.Ethan se enderezó,
EthanCarl me contó una historia realmente impactante esa noche:—Hace siglos, cuando los bosques de Pine Hollow aún no tenían nombre y los lobos gobernaban bajo la luna llena. El primer Alpha de los Vrykolakas, Kael, fue encontrado por una humana llamada Lyra, estaba herido por una trampa de cazadores y ella lo curó con hierbas y canciones. Kael, orgulloso y desconfiado, juró matarla para proteger el secreto de su manada… pero no pudo. La Maldición ya estaba escrita— hizo una pausa para beber— Lyra no era una simple campesina. Era una bruja, descendiente de un linaje que pactó con los espíritus del bosque. Al ver que Kael intentaba traicionarla, invocó a las fuerzas de les espíritus:—Ella dijo: ``Por cada gota de sangre mía que salve la tuya, tu descendencia estará atada a los humanos. Ellos serán tu salvación y tu condena. Cada vez que un Vrykolakas sea salvado por un humano, deberá protegerlo hasta que la muerte los separe… o la traición los destruya.´´Escuchaba escuchando tan at
Darian Un aullido lejano interrumpió el trance fogoso al que nos habíamos entregado. —Tenemos que volver —dije, con mis manos aún agarrando su cintura. —¿Y esto? —preguntó, señalando el espacio entre nosotros, ahora cargado de un nuevo entendimiento. —Esto... —mis labios rozaron los suyos otra vez, breve y dulcemente— ...es más peligroso que cualquier cazador. Al regresar al claro, la manada nos observó con recelo. Pero mientras retomaba mi lugar en el círculo, su mano rozó la mía en un gesto discreto. Los días se habían vuelto una danza de contradicciones. Ethan, con su terquedad de humano y su corazón de sanador, se movía ahora entre la manada como una sombra un poco más aceptada. Ya no gruñían al verlo en el claro, ni le mostraban los colmillos cuando pasaba. Incluso Mara, la de las garras afiladas, le había entregado una hierba para las heridas sin escupirle una amenaza. Lo observé desde lejos aquella tarde, ayudando a un lobo adolescente a vendarse una quemadura de pla
EthanEl camino a la casa abandonada ardía bajo mis pies. La luna llena comenzaba a salir como un faro implacable, su luz plateada filtrándose entre los árboles para acariciar mi piel ya sensible, cada roce de la brisa encendiendo nervios que no sabía que existían. El vínculo latía en mi pecho como un segundo corazón, sincronizado con los pasos de Darian en algún lugar adelante. O dentro de mí.En el umbral, Darian esperaba. Descalzo, con la camisa abierta, sus ojos morados brillaban como gemas. La luz de luna lo bañaba parcialmente, revelando las venas oscuras que serpenteaban bajo su piel, un recordatorio de la bestia que luchaba por salir.—Pensé que te arrepentirías —dijo, su voz fue un susurro.Me acerqué, cada paso una batalla entre el miedo y el deseo.—Ya sabes que soy terco.Él sonrió, y fue un destello de humanidad en medio del caos. Al cerrar la distancia, el calor de su cuerpo se mezcló con el mío, creando una atmósfera electrizante. Olía a bosque después de la lluvia, y