Ethan
Un par de días después, en la noche, el vínculo latía en mi pecho como una segunda bestia, arrastrándome hacia el bosque con una urgencia que no podía ignorar. Aunque la luna llena ya no dominaba el cielo, su influencia seguía enredada en mis venas. Salí de la clínica con una linterna, siguiendo el rastro de aullidos que resonaban desde el corazón del bosque. Entre los árboles, las luces de antorchas titilaban. La manada estaba reunida en un claro, formando un círculo alrededor de una fogata, bailando con una gracia que no parecía humana. Hombres y mujeres, algunos en forma humana, otros con rasgos bestiales —orejas puntiagudas, colas espesas, ojos brillantes— danzaban al ritmo de tambores hechos de piel curtida y hueso. Era hermoso y aterrador. Varias parejas entrelazaban manos y collares de flores bajo la luna, sus risas mezclándose con gruñidos de lobo. Me agaché tras un roble nudoso,clavando las yemas de mis dedos en la corteza. Allí, en el centro del círculo, estaba Darian. Llevaba una capa de pieles negras que brillaban bajo el fuego, y su postura era dominante, erguido. A su lado, un lobo joven—apenas un adolescente en forma humana—forcejeaba entre dos guardias. Sus ojos verdes brillaban con rabia pura. —¡No mereces ser Alpha! —gritó el joven, mostrando colmillos afilados—. ¡Te has vuelto débil por culpa de un humano! El silencio cayó como un hacha y los miembros alrededor del círculo se tensaron. Los tambores dejaron de sonar. Darian se acercó al lobo con pasos lentos, y por primera vez, vi el miedo en los ojos del desafiante. El fuego proyectaba sombras monstruosas sobre su rostro. —¿Débil? —repitió, y su voz fue un trueno contenido, un susurro que hizo retroceder hasta a los árboles—. Tú, que ni siquiera has olido la sangre de tus propias batallas... Antes de que el lobo pudiera responder, Darian lo agarró del cuello y lo levantó del suelo. El chico pataleó, pero ni un sonido escapó de sus labios. La manada contuvo el aliento. Yo también. —¡Basta! —La palabra salió de mi boca como un disparo antes de que pudiera detenerme. Había saltado de detrás del roble impulsado por la necesidad de acabar con la trágica escena. Varios pares de ojos brillantes se volvieron hacia mí. Darian soltó al lobo, que cayó al suelo jadeando, y se giró hacia mí con una mirada que podría haber derretido plomo. Aparte de rabia, en esa mirada se reflejaba......miedo. —¿Qué demonios haces aquí, Ethan? —gruñó, avanzando hacia mí mientras la manada murmuraba como un enjambre de avispas—. Esto no es tu circo. Me planté firme, aunque las piernas me temblaban como juncos. —No podía quedarme quieto —dije, desafiante—. ¿Así es como lideras? ¿Aterrorizando a los tuyos?¿Aplastando a cualquiera que cuestione tu trono? — señalé al lobo joven, que ahora se arrastraba hacia atrás con una mano en el cuello. Algunos resoplaron, ofendidos. La mujer con cabellos rojos que aquella vez estaba en el bosque dio un paso al frente: —Un humano no tiene derecho a hablar en el círculo —bufó, mostrando colmillos afilados—. Deberíamos arrancarle la lengua. Pero Darian levantó una mano. —No eres parte de esto, Ethan —dijo, cada palabra era una bala de hielo—. Vete. Ahora. El dolor en mi pecho era un espejo roto: cada fragmento mostraba una emoción suya. Rabia, sí, pero también vergüenza. Y algo más... algo que olía a culpa. —No me iré hasta que entiendas que esto está mal —insistí— hasta que entiendas que esto solo demuestra que tienes miedo. Miedo de que vean que no eres perfecto. Darian cerró la distancia entre nosotros en dos zancadas. Por un instante, creí que me golpearía. Su aliento caliente rozó mi oído al susurrar: —Si no te vas, te llevaré yo mismo. Y no será gentil. La amenaza debería haber funcionado. Pero nuestro vínculo me mostró la verdad: sus manos, escondidas tras la espalda, temblaban. —Hazlo —lo desafié, mirándolo directamente a los ojos—. Muéstrales cómo tratas a los que se interponen en tu camino. Por un segundo, algo se quebró en su mirada. Luego, retrocedió como si yo fuera la bestia y él el humano. —Lárgate —repitió, pero esta vez, su voz sonó quebrada—. Por tu propio bien. No esperé a que cambiara de opinión, sabía que no iba a hacerlo. Di media vuelta y caminé hacia la oscuridad del bosque, sintiendo las miradas de la manada como dagas en la espalda. Pero antes de que los árboles me tragaran, escuché su orden, clara y fría: —El ritual continúa. El camino de vuelta fue como un laberinto. Cada rama que crujía, cada lechuza que ululaba, me recordaba que el bosque tenía ojos. Y dientes. Al cruzar el umbral, el olor a antiséptico, animales y hierbas secas debería haberme calmado, pero no fue así. Mirando las grietas del techo, mientras la luna menguante se filtraba por la ventana, pensé: ¿Quién era esa persona perdida cuyos ojos compartía? ¿La misma que había convertido a Darian en un líder lleno de cicatrices y silencios?. Algunas preguntas no tenían respuestas. Otras, como el nombre de aquella persona las guardaría para otra noche. Pero una cosa era clara: el vínculo no solo compartía emociones. Era una telaraña, enredando nuestros miedos y deseos hasta que ya no podía distinguir dónde terminaba él y empezaba yo. Y en lo más profundo, donde ni la luna ni las maldiciones alcanzaban, algo florecía. Algo peligroso. Algo que, por primera vez, no quería arrancar. Darian Las llamas de las antorchas se retorcían como serpientes heridas, iluminando los rostros de la manada: algunos admirados y otros temerosos, demasiados resentidos. Ethan ya se había ido, pero su presencia seguía ahí, enredada en mis pulmones como una maldición. —¿Débil? Las palabras del lobo resonaban en mis oídos, mezclándose con el eco de otras voces del pasado. "No eres digno de ser Alpha", "Mataste a tu propia sangre", "Eres igual que ellos". Cerré los puños hasta que las uñas dejaron medias lunas en mis palmas. El lobo joven seguía tirado en el suelo, jadeando, sus ojos dorados brillando con un odio que conocía demasiado bien. El mismo odio que una vez me devoró. —Llévenlo a las celdas —ordené, sin mirar a los guardias. La manada murmuraba, un zumbido de avispas listas para picar. La mujer de cabello rojo—Mara—me observaba desde el borde del círculo, con los labios curvados en una sonrisa descarada. Carl estaba ausente, como de costumbre. Claro, pensé, mi hermano preferiría lamer heridas ajenas que enfrentar las propias. Me alejé del círculo, siguiendo el rastro de Ethan como un perro faldero. Sus pasos—ligeros, torpes, demasiado humanos—habían pisoteado hierbas y roto ramas secas. ¿Por qué vino? En el borde del claro, me detuve. Las sombras del bosque se tragaron su silueta hacía minutos, pero seguí viéndolo: erguido y desafiante. El viento arrastró su olor—a miedo, a valentía estúpida, a sudor humano—y algo en mi garganta se cerró. Quise rugir, arrancar árboles de raíz, convertirme en la bestia que todos esperaban. Pero solo apreté los dientes hasta que me dolió la mandíbula. —Alpha —la voz de Lysandra surgió detrás de mí, suave como el roce de hojas muertas—. La manada necesita certezas, no espectáculos. No me giré. Sabía cómo me vería: espalda tensa, hombros cargados, las manos temblando levemente. —¿Y tú qué sugieres, chamán? ¿Que lo sacrifique bajo la luna para calmar sus miedos? —espeté, más áspero de lo que pretendía. Ella se rio, fue un sonido seco que no contenía humor. —Sugiero que dejes de mentirte. El humano no es solo una maldición. Me volví entonces, listo para gruñirle, pero sus ojos—viejos y astutos, viendo demasiado—me detuvieron. Lysandra sostenía un collar de flores marchitas, las mismas que usaban las parejas en los rituales. —El vínculo te está mostrando caminos que no querías recorrer —me dijo, extendiendo el collar hacia mí—. Pero huir de ellos solo alimentará la sombra que crece en tu hermano. Carl. Siempre Carl. Su nombre era un veneno que sabía a traición y a cenizas. ¿Dónde estabas cuando los cazadores mataron a Selene? ¿Dónde estás ahora? —No soy un cobarde —murmuré, más para mí que para ella. —Nadie lo es, hasta que el miedo lo convierte en uno —respondió Lysandra antes de perderse entre los árboles, dejando el collar caer al suelo.DarianRegresé al claro, donde la manada había reanudado el ritual a medias. Las parejas danzaban, pero sus risas eran forzadas, sus miradas se desviaban hacia mí. En mi guarida—una especie cueva oculta tras una cascada de hiedra—, el eco de Ethan persistía. Me quité la capa de pieles y arrojé una copa contra la pared. El sonido del metal golpeando la piedra fue un alivio momentáneo.—Hazlo. Muéstrales cómo tratas a los que se interponen en tu camino.Sus palabras, desafiantes e infantiles, me quemaban. ¿Qué sabía él de liderar? De sacrificios, de noches enteras contando cuerpos, de pactos hechos con monstruos peores que los lobos. Nada.Pero el vínculo... el maldito vínculo no dejaba de recordarme la textura de su piel bajo mis dedos, el modo en que su respiración se aceleraba cuando estaba cerca, la estúpida luz en sus ojos incluso cuando el miedo lo paralizaba.Me desplomé en el lecho de pieles, mirando las estalactitas del techo.—No es él —susurré al vacío, fingiendo que era cie
EthanEn la noche Darian me esperaba al borde del bosque, bajo un roble cuyas ramas se retorcían como manos suplicantes. Llevaba una capa de pieles negras que parecían fundirse con la oscuridad, y en sus ojos morados bailaba el reflejo de la luna. No dijo nada cuando me acerqué, solo se giró y comenzó a caminar. Lo seguí, sabiendo que cada paso me adentraba más en un mundo donde las reglas se escribían con garras y sangre.El claro estaba vacío, excepto por las marcas de garras en los troncos y un círculo de piedras pulidas que simulaban un altar de rituales. Darian se detuvo en el centro, pisando una mancha oscura en el suelo—¿sangre?—y se volvió hacia mí.—Esto no es un cuento de hadas —advirtió, su voz cortaba el aire como cuchillo—. Si quieres sobrevivir, olvida lo que crees saber.Sacó un puñal del cinturón y lo clavó en el suelo entre nosotros. La hoja vibró, emitiendo un zumbido agudo que hizo que mis dientes rechinaran.—Primera ley: la manada sobre el individuo —dijo, señalan
Ethan —No son juguetes para niños —continuó el extraño hombre, levantándose con la gracia de un felino—. Pero supongo que mi hermano no te lo ha explicado. Me detuve. —¿Qué quieres? El hombre se encogió de hombros, acercándose hasta que el olor del alcohol se volvió perceptible. —Solo ser amable. Darian es... digamos que selectivo con sus historias. —Señaló la casa abandonada con la botella—. Esta era nuestra casa familiar, ¿sabías? Antes de que Selene muriera. Pasaban horas aquí, planeando un futuro que nunca llegó. Darian, en algún lugar del bosque, debió de sentir mi incomodidad. —¿A qué viene esto? —pregunté, endureciendo la voz. El hermano de Darian dio un paso más, su sonrisa convirtiéndose en una mueca. —Si alguna vez quieres escuchar la versión completa, puedes venir a buscarme. Antes de que pudiera responder, me lanzó algo: era una llave oxidada. —La puerta trasera nunca está cerrada —dijo, alejándose hacia la casa—. Cuando te canses de sus medias verdade
Darian—Allí —señalé hacia el matorral a nuestros pies, intentando desviar la atención del momento tenso en el que estábamos sumergidos, aunque mis brazos todavía se aferraban a él.Entendí por que los del pueblo se habían dado cuenta de las trampas, al parecer el cazador no había tenido tanto coraje para adentrarse.Ethan se soltó suavemente de mi agarre y se agachó para inspeccionar la trampa: un engranaje de alambres dentados hechos con plata, grabado con símbolos que brillaban bajo la luz filtrada de los árboles. Los símbolos eran simples pero letales: una espada atravesando una luna creciente, el sello de los Hijos de Cain.—¿Qué son esos dibujos? —preguntó, extendiendo una mano hacia el metal.—¡No toques! —gruñí, tirándolo hacia atrás con más fuerza de la necesaria. —. Es plata. Debilita a los licántropos, nos vuelven lentos... vulnerables. Ese símbolo en las trampas es de ellos, los Hijos de Cain.Ethan se enderezó,
EthanCarl me contó una historia realmente impactante esa noche:—Hace siglos, cuando los bosques de Pine Hollow aún no tenían nombre y los lobos gobernaban bajo la luna llena. El primer Alpha de los Vrykolakas, Kael, fue encontrado por una humana llamada Lyra, estaba herido por una trampa de cazadores y ella lo curó con hierbas y canciones. Kael, orgulloso y desconfiado, juró matarla para proteger el secreto de su manada… pero no pudo. La Maldición ya estaba escrita— hizo una pausa para beber— Lyra no era una simple campesina. Era una bruja, descendiente de un linaje que pactó con los espíritus del bosque. Al ver que Kael intentaba traicionarla, invocó a las fuerzas de les espíritus:—Ella dijo: ``Por cada gota de sangre mía que salve la tuya, tu descendencia estará atada a los humanos. Ellos serán tu salvación y tu condena. Cada vez que un Vrykolakas sea salvado por un humano, deberá protegerlo hasta que la muerte los separe… o la traición los destruya.´´Escuchaba escuchando tan at
Darian Un aullido lejano interrumpió el trance fogoso al que nos habíamos entregado. —Tenemos que volver —dije, con mis manos aún agarrando su cintura. —¿Y esto? —preguntó, señalando el espacio entre nosotros, ahora cargado de un nuevo entendimiento. —Esto... —mis labios rozaron los suyos otra vez, breve y dulcemente— ...es más peligroso que cualquier cazador. Al regresar al claro, la manada nos observó con recelo. Pero mientras retomaba mi lugar en el círculo, su mano rozó la mía en un gesto discreto. Los días se habían vuelto una danza de contradicciones. Ethan, con su terquedad de humano y su corazón de sanador, se movía ahora entre la manada como una sombra un poco más aceptada. Ya no gruñían al verlo en el claro, ni le mostraban los colmillos cuando pasaba. Incluso Mara, la de las garras afiladas, le había entregado una hierba para las heridas sin escupirle una amenaza. Lo observé desde lejos aquella tarde, ayudando a un lobo adolescente a vendarse una quemadura de pla
EthanEl camino a la casa abandonada ardía bajo mis pies. La luna llena comenzaba a salir como un faro implacable, su luz plateada filtrándose entre los árboles para acariciar mi piel ya sensible, cada roce de la brisa encendiendo nervios que no sabía que existían. El vínculo latía en mi pecho como un segundo corazón, sincronizado con los pasos de Darian en algún lugar adelante. O dentro de mí.En el umbral, Darian esperaba. Descalzo, con la camisa abierta, sus ojos morados brillaban como gemas. La luz de luna lo bañaba parcialmente, revelando las venas oscuras que serpenteaban bajo su piel, un recordatorio de la bestia que luchaba por salir.—Pensé que te arrepentirías —dijo, su voz fue un susurro.Me acerqué, cada paso una batalla entre el miedo y el deseo.—Ya sabes que soy terco.Él sonrió, y fue un destello de humanidad en medio del caos. Al cerrar la distancia, el calor de su cuerpo se mezcló con el mío, creando una atmósfera electrizante. Olía a bosque después de la lluvia, y
DarianEl vínculo ardió como lava en mis venas, fundiendo cada frontera entre su éxtasis y el mío. Cada gemido que escapaba de sus labios resonaba en mi pecho como un eco adictivo, y cuando sus piernas temblaron alrededor de mis caderas, un gruñido de satisfacción primal vibró en mi garganta. Al verlo morderse el labio para sofocar un grito, no pude resistirme: capturé su boca con la mía, devorando el sonido como si fuera un secreto que solo merecíamos compartir con la noche.—No te contengas —ordené contra sus labios hinchados, mis manos descendiendo para apretar su trasero y levantarlo contra mí. El nuevo ángulo me permitió entrar más profundo, y su gemido desgarrado, un sonido entre el dolor y la rendición, hizo que mis colmillos emergieran en respuesta.La habitación se llenó de nuestra sinfonía salvaje: jadeos entrecortados, el crujido de las pieles bajo nuestro peso combinado, el golpeteo de nuestros cuerpos sincronizándose en un ritmo salvaje. Por primera vez en décadas, dejé q