Capítulo 8: Leyes

Ethan

En la noche Darian me esperaba al borde del bosque, bajo un roble cuyas ramas se retorcían como manos suplicantes. Llevaba una capa de pieles negras que parecían fundirse con la oscuridad, y en sus ojos morados bailaba el reflejo de la luna. No dijo nada cuando me acerqué, solo se giró y comenzó a caminar. Lo seguí, sabiendo que cada paso me adentraba más en un mundo donde las reglas se escribían con garras y sangre.

El claro estaba vacío, excepto por las marcas de garras en los troncos y un círculo de piedras pulidas que simulaban un altar de rituales. Darian se detuvo en el centro, pisando una mancha oscura en el suelo—¿sangre?—y se volvió hacia mí.

—Esto no es un cuento de hadas —advirtió, su voz cortaba el aire como cuchillo—. Si quieres sobrevivir, olvida lo que crees saber.

Sacó un puñal del cinturón y lo clavó en el suelo entre nosotros. La hoja vibró, emitiendo un zumbido agudo que hizo que mis dientes rechinaran.

—Primera ley: la manada sobre el individuo —dijo, señalan
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